Es una regla matemática que el orden de los factores no altera el producto. Traducido al Gobierno, eso es que nunca ha habido que repetir elecciones y que siempre se ha investido presidente, al menos cuando este ha sido convergente, posconvergente o socialista. También en la Diputación de Barcelona, como es sabido.

La primera razón que explica que hoy no haya Gobierno es el resultado electoral del 14 de febrero. Si los resultados hubieran sido justo a la inversa -ya nos entendemos- ya tendríamos Gobierno. Los datos, irrefutables, así lo constatan porque así ha sido desde 1980. Tanto si el presidente se llamaba Pujol como si se llamaba Torra.

Hasta ahora, hasta que el orden de los factores ha cambiado después de 40 años. El sector irredentista que empuja tozudamente hacia nuevas elecciones, de salirse con la suya, haría inevitable la prórroga del Gobierno en funciones. Sine die. A nadie con cuatro dedos de frente se le escapa que reventar toda alternancia en el Govern de la Generalitat dejaría tocada de muerte la confianza y la mayoría independentista. A saber hasta cuándo y a saber las consecuencias. A buen seguro, sin embargo, que, de entrada y como mínimo, debilitaría esta mayoría y reforzaría a Illa y al españolismo.

Es tan obvio que hay una controversia interna en el espacio en la derecha de republicanos y cuperos sobre la formación de Gobierno –es uno de los motivos de fondo que impide sumar con la mayoría del independentismo– como que habrá que responder a los retos inmediatos a partir del actual gobierno en funciones. Por decapitado que esté.

Ahora bien, de los peores presagios puede surgir un revulsivo. Mientras hay vida, hay esperanza. Nuevamente llega una buena noticia en el ámbito de la Educación mientras las vacunas se siguen administrando a velocidad de crucero. Los chiquillos de primaria pronto podrán dejar atrás la mascarilla. Los niños y niñas no sólo seguirán yendo a la escuela cada día, al inicio del próximo curso lo podrían hacer exhibiendo una sonrisa.

Lejos quedan aquellos días de manifiestos exigiendo el cierre de las escuelas. Los padres y madres nunca agradeceremos lo bastante al conseller Josep Bargalló que no cediera y que hiciera posible el curso escolar frente a los que pretendían confinar a los niños en casa, arruinando miles de economías familiares. Ahora, a un mes de la finalización del curso escolar 2020-2021, es innegable que Bargalló y su equipo salvaron el año escolar con determinación y asumiendo el coste de una campaña de linchamiento en contra que habría sido implacable de no haber tenido éxito. Solo de pensar qué le habrían dicho al conseller y de todo lo que lo habrían acusado, se te hiela la sangre. Por eso tiene tanto mérito que no se dejara intimidar. Por eso se le tiene que reconocer la capacidad para asumir una decisión que lo habría lapidado de habérsele girado en contra.

Si finalmente no tiran la legislatura por la borda y empujan al país a nuevas elecciones -y quién sabe si al descrédito más vergonzoso- podría ser que la Conselleria cambiara de color político. A saber. Si fuera así, ojalá el sustituto (o sustituta) de Josep Bargalló tenga el mismo coraje a la hora de tomar decisiones.

Si en esta coyuntura vencen los apóstoles del cuando peor, mejor, que braman elecciones de hace días, el independentismo se irá degradando. Es inviable gestionar una mayoría si una parte de esta no sabe o no quiere sumar. Y a quien no sabe sumar nunca sabrá multiplicar.

Quedan dos semanas para no acabar mal y no tener que seguir tapándonos la boca, pero ahora para evitar pasar vergüenza.