Hace meses que se sabe que hay un turbio asunto en L'Hospitalet que implica a concejales del PSC, partido que ostenta la Alcaldía de la segunda ciudad de Catalunya desde el principio de los tiempos. Junts per Catalunya no tiene ni un solo concejal allí. El dato por sí solo es muy revelador de la falta de homogeneidad territorial de este independentismo tan 'nítido' que pasa de puntillas por la región más poblada del país. Es la evidencia de una desvertebración tan abrumadora que lastra cualquier proyecto de país al dejar un vacío clamoroso. Es absolutamente inviable pretender edificarun nuevo país 'en forma de República' siendo residual en sus principales ciudades. No es sólo L'Hospitalet de Llobregat, es el Llobregat entero y buena parte de las comarcas limítrofes. Santa Coloma de Gramenet es el paradigma. Tanto es así que los republicanos obtuvieron más votos en solitario en el 2017 que Junts pel Sí en el 2015. No es ya que la tracción electoral del discurso de Junts sea testimonial, es que sencillamente parece llegar al extremo de quedarse, cuando menos en algunos casos, demoscopia en mano.

Pero volvamos a l'Hospitalet y al todopoderoso PSC metropolitano, verdadero escollo para el independentismo y reto mayúsculo a superar. Si bien el caso de que nos ocupa va de corrupción y salpica directamente su alcaldesa, Núria Marín, al mismo tiempo presidenta de la Diputación gracias a los votos del independentismo nítido que, mira por dónde, allí donde ha sido determinante ha utilizado su fuerza (cimentada en comarcas) para entronizar al PSC. Todo, en el marco de una estrategia diáfana de confrontación (con los republicanos), a partir de la cual los de Junts toman partido perpetuando la hegemonía metropolitana del PSC que ERC trata de disputar.

Lisa y llanamente, los votos nítidamente independentistas de comarcas sirven, en la práctica, para impedir no sólo que la formación independentista tradicional pueda restar al PSC sus bastiones metropolitanas sino para acuñar el unionismo.

La cuestión no tiene nada que ver con qué consideración personal nos merece Núria Marin que vale la pena recordar que el 1 de Octubre estuvo al lado de los vecinos y pidió enérgica a la Guardia Civil que se retirara. La cuestión va de estrategia de país y, en el caso que nos ocupa, de buenas prácticas en la gestión de los recursos públicos. Y por eso mismo es surrealista que se responda pidiendo ahora la cabeza de Mireia Ingla, alcaldesa republicana de Sant Cugat del Vallès, feudo convergente desde hace 32 años salpicado también por malas prácticas, con sentencias judiciales en firme. Malas prácticas también cívicas, con campañas nítidamente chapuceras contra la alcaldesa, republicana e independentista de los pies a la cabeza. La Alcaldía del Ayuntamiento de de Sant Cugat tenía que regenerarse y afortunadamente ha caído en buenas manos, las de Mireia Ingla, un cambio de aires que permitirá ventilar unas estancias necesitadas de aire nítido, partiendo de un compromiso patriótico -y al mismo tiempo social- incuestionable.

Por el contrario, el principal damnificado por la sociovergencia en la Diba es el país o cuando menos una estrategia de país global. Y, a título más particular, un hombre de la valía de Dionís Guiteras, con una experiencia notable para abordar urgencias y uno de los alcaldes que lideró el 1 de Octubre dando ejemplo siempre. Guiteras es el alcalde que sacó del pozo a Moià, un municipio que llegó a estar en quiebra, liquidando una mala praxis que había literalmente arruinado las finanzas municipales e hipotecado los recursos de los vecinos.

Guiteras, además, fue el hombre que sostuvo a la Presidencia de la Diba a Mercè Conesa (alcaldesa precisamente de Sant Cugat) primero, y a Marc Castells (alcalde de Junts de Igualada) después. Pues ya se ha visto como se las gastan. La devolución de la generosidad de Guiteras no puede ser más mezquina. Si el alcalde de Moià invistió lealmente hasta dos candidatos posconvergentes para evitar que el ente cayera en manos del PSC, el retorno de los agraciados ha sido investir a una presidenta del PSC precisamente para impedir -tragándose todo tipo de sapos- que Guiteras presidiera el ente provincial más importante que hay. Un ente que retenía así la sociovergencia en modo de supervivencia.

La misma sociovergencia mediática que se resiste a desaparecer y que ha hecho la vista gorda ante las fechorías de L'Hospitalet. Una sociovergencia que evoca un pasado de aguas pasadas. El silencio espeso que ha acompañado el caso de la caja B y doble contabilidad del Consell d'Esports de L'Hospitalet dice muy poco de la mínima higiene democrática que tendría que ser exigible. Tanto con respecto a la actitud de la presidenta Núria Marín como por la dócil pasividad de sus socios de Gobierno en la Diba. Marín ya se equivocó no cortando de raíz los comunicados públicos del PSC de L'Hospitalet haciendo ostentación de disponer de los recursos de la Diba discrecionalmente, no en función de las necesidades sino del color político del municipio. Una manera de hacer que sólo se explica si hace cuarenta años que gestionas el municipio como si fueras el capataz de la finca y los vecinos las gallinas de tu corral. Marín, presidenta del PSC, lo tendría que haber cortado en seco y no lo hizo. Cómo tampoco supo salir del paso con contundencia de las denuncias internas de corrupción. O de hecho sí, sólo que cortaron la cabeza de quien había denunciado el caso. Los diputados de Junts, afables socios de Marín, silbaron, se lavaron las manos y miraron hacia otro lado. O como los avestruces, escondieron la cabeza bajo el ala. Lo mismo que hicieron cuando Marín retiró el lazo amarillo de la fachada. No es de extrañar que Marín fuera la primera autoridad del PSC que confesara públicamente que el pacto con Junts se podía trasladar al Govern de la Generalitat. ¿Con unos socios tan mansos y disciplinados quién no lo haría? Qué chollo, debió de pensar.