Llantos. Dolors Bassa explica la infinidad a veces que ha llorado desde el 2 de noviembre de 2017. Lo narra, sin ambages, en Cargadas de razones, el libro escrito a cuatro manos con su hermana, la diputada Montse Bassa. También confiesa todas las veces que se había prometido que no lo haría delante según qué carceleros o policías, para no darles esta satisfacción. Y que a pesar de habérselo propuesto no había podido aguantar el llanto. Ni delante de aquellos que no se quería mostrar débil, ni antesus hijos y familia, para no preocuparles.

La consellera de Salud, Alba Vergés, se emocionó en una de sus comparecencias. Sólo le ha pasado en una ocasión desde que ha empezado esta pesadilla que ha gestionado cada día, las 24 horas, al pie del cañón. Exhausta, quizás, en algunos momentos, ha seguido entregada en cuerpo y alma a esta emergencia nacional, mundial de hecho. Y ha coincidido en que un día no evitó emocionarse cuando comunicaba la decisión excepcional de confinar Igualada, su ciudad, pensando en que pasaría semanas sin ver a sus hijos, la pequeña una niña de poco más de un año. Me viene a la cabeza que Oriol Junqueras siempre dice que haber tenido una hija lo ha hecho mejor persona.

Ya lo ves, consellera, un día, un instante de hecho, y ya has probado cómo se las gastan algunos. Como han aprovechado un momento, un llanto, para arremeter con furia y descalificar todo el trabajo hecho. Para ponerte en cuestión, por dos lágrimas. A ti y a todo lo que representas. Algunos te estaban esperando, como lobos. Ya hacía días que afilaban los colmillos, pensando en sacar réditos políticos de la evaluación de la gestión de esta crisis.

Francamente, un llanto efímero me parece del todo menor. A mí, lo que me preocuparía es estar en manos de gente incapaz de emocionarse, incapaz de sentir empatía, incapaz de sentir nada, incapaz de no hacer otra cosa que escrutar los otros en momentos de tensión emocional. Como me preocupa estar en manos de Pedro Sánchez y su gestión patriótica de la crisis. Es raro que no hayan izado más banderas como la de Colón para reavivar el espíritu nacional como primera medida.

Igualada tiene dos conselleres. Precisamente Alba Vergés ha asumido el timón en las circunstancias más difíciles, sin desfallecer, sin tregua. Escuchando, dejándose asesorar, trabajando en equipo con el grueso del Govern, con un especial protagonismo de Sanitat, obviamente. Y trabajando codo con codo con las áreas más implicadas, como Educació e Interior. Crisis sanitaria hoy. Y económica mañana, de efectos difíciles de cuantificar. Va a tener trabajo Pere Aragonès. Al menos tenemos el consuelo de saber que es un hombre solvente que tiene el rigor por bandera. Y no una bandera por rigor.

Comportamientos irresponsables por parte de altos responsables políticos, hemos visto unos cuantos. Algunos desde el sofá de casa, pontificando. Aquí y allí, preparados con la bandera. La que sea. Desde los mensajes patrióticos chusqueros de la extrema derecha española a la histeria de algún alcalde en las radios, pasando por la receta patriótica de Sánchez. También de la ciudadanía, movimientos en massa de gente desatendiendo toda recomendación gubernamental. Aquí y allí, con mención especial a la migración burda que han protagonizado decenas de miles desde la capital española en la costa valenciana.

Motivos para poner el grito en el cielo hemos visto. El foco principal del virus, Madrid, sin ningún tipo de contención y exhibiendo desplazamientos en massa. Ante este panorama alarmante, el acento en un llanto efímero sólo evidencia las ganas de perderse en detalles. La arbitrariedad de unos y y la bajeza de otros, pocos pero estridentes, siempre prestos a romper, degenerando cada día un poco más. Incluso hemos vuelto a ver cómo salen sabios de bajo las piedras, proclamando medidas desde la más absoluta ignorancia o un conocimiento superficial. También en una cuestión tan seria como esta, sin manías.

Hay una leyenda castellana que ilustra como las gasta el nacionalismo casposo y viril, que tiene algunos imitadores en Catalunya. Guzmán el Bueno, en el asedio de Tarifa, resistía confinado en el castillo, atrincherado. Los asaltantes capturaron a su hijo y le exigieron que rindiera la fortaleza o lo matarían. El Bueno ni parpadeó. El macho, por respuesta, tiró su espada para que con ella degollaran a su hijo. "Matadle con este, si lo habéis determinado, que más quiero honra sin hijo, que hijo con mi honor manchado".

Cabe decir que según otras fuentes, como la del cura que vivió aquel asedio, no fue exactamente como narra la leyenda oficial. La verdad sería que el hijo del Bueno era un tarambana que vivía entre peleas y juergas. Y allí compareció alistado con las tropas asaltantes, exhibiéndose con su amante. El padre, al verlo desde el castillo fortificado, tiró su daga para matarlo él mismo de tanto que le avergonzaba. Ya pasa que muy a menudo detrás de un milhombres sólo hay un fanfarrón.