La jornada electoral prometía ser un oasis para los extremos y una trampa a la centralidad. Los extremos ganan ante una baja participación, el cuerpo central se debilita.

El 14 de febrero fue un día frío y lluvioso. Sombrío por contraste con un sábado primaveral que lo precedió. Parecía la combinación perfecta para abatir la formación política que ha cargado la mayor parte de la gestión de la crisis sanitaria, social y económica. Con una dificultad que no es menor, su socio gubernamental ejercía al mismo tiempo de gobierno y oposición, con un desgaste notable. De tan insólito estremecía. Pero literalmente Aragonès —con aciertos y errores— ha tenido que ejercer de capitán en medio de una tormenta devastadora, agravada por un sabotaje constante. Nadie ha hecho más para hacer naufragar el barco en que buena parte de ellos se habían enrolado y que en vez de achicar abrían vías de agua.

A todo esto, desde casi diciembre de 2017, el independentismo nítido ha ocupado gran parte de sus esfuerzos en una confrontación cainita despiadada que ha tenido en las redes sociales su cloaca. En estas han proliferado las hienas fomentando campañas de linchamiento y acoso vergonzosas, con una práctica intimidatoria y una actitud burda en el mejor de los casos.

Las elecciones se han celebrado cuando no tocaba por dos motivos. El primero, la Presidència renunció a tomar una decisión de país y, en cambio, escogió una de partido: ganar tiempo para engrasar la maquinaria electoral. Segundo, PSOE y tribunales trabajaron en sintonía para forzar elecciones a conveniencia.

La convocatoria electoral era una ratonera para los republicanos, estresados y a veces desbordados ante la gestión de la crisis y desgastados y acomplejados después de tres años sufriendo estoicamente una campaña visceral. Pintaban bastos.

Oriol ha sido el revulsivo, el alma y el coraje, que se ha cargado el partido a las espaldas, las de un verdadero gigante

Dos o tres razones explican los resultados finales. Primero, la salida de los presos en tercer grado y, en particular, la entrada en el terreno de juego de Oriol Junqueras. Esta es la gran diferencia con el 2017. Junqueras sí que ha podido jugar el partido en esta ocasión, aunque sólo fuera el último tramo. Las promesas de retorno de antaño, baza electoral juntaire, ya no eran creíbles. Pero lo determinante ha sido un Junqueras en campaña, junto a Raül Romeva (este también se ha hecho un hartón), dispuestos ambos a sudar la camiseta. Como Carme, como Dolors. Como una Marta Rovira entusiasmada como nunca. Así la necesitan los republicanos, ella es imprescindible. Como Meritxell. Pero él, Oriol, ha sido el revulsivo, el alma y el coraje. Que se ha cargado el partido a las espaldas, las de un verdadero gigante. Faltaba whisky, decía Rufián. Y un Junkera's sería lo mejor, de lejos, que se podría hacer en la mejor destilería de las tierras altas de Escocia.

Segundo, Sergi Sabrià ha dirigido una gran campaña, de largo la mejor planificada y ejecutada. Ordenada y coherente sólo salpicada por el exabrupto de un documento sobrante. Con acierto, Sabrià escogió la solución menos mala. La campaña de Sabrià, además, ha hecho crecer un palmo a Aragonès. Sólido en los debates. Superándose y acompañado por un líder excelso, el único que puede hacer del independentismo un proyecto ganador.

Los republicanos necesitan gente con carácter en el Govern, necesitan whisky. Y junto a personas capacitadas y sensatas como Aragonès debe haber alguien que ayude a mantener el pulso y no pase por alto ninguna deslealtad, que ligue en corto un espacio exaltado que gesticula a todas horas. Y sobre todo, por encima de todo, una agenda que priorice un gobierno de grandes consensos, que mantenga el temple de país y que gestione la reconstrucción; un Govern de consenso, cohesionado, en harmonía (en defecto, en solitario) y sin renunciar a la predicada vía ancha. La República no emergerá enarbolando banderas, sino sumando una mayoría imparable, haciendo el trabajo, seduciendo y asumiendo contradicciones, trabajando por la gente. Porque un país es, por encima de todo, su gente.