Nos hervía la sangre. El enemigo seguía provocando bajas y bombardeaba las posiciones republicanas. Rabia e indignación, sufrimiento y castigo. Franco experimentaba desde hacía meses el bombardeo civil, contra la ciudad de Barcelona con ensañamiento. Una reedición de aquella ley (española) no escrita que manda bombardear Barcelona cada 50 años.

Las tropas republicanas estaban atrincheradas en el frente del Ebro. Nada se movía en las trincheras. Un debate intenso sacudía la República entre los partidarios de lanzar una ofensiva y hacer retroceder a Franco y los partidarios de resistir, de aguantar la posición ante un ejército más poderoso y bien armado que estaba ganando la guerra. Los primeros, los más encendidos, tildaban a los segundos de derrotistas o de cobardes incluso. Y aseguraban que aquella huida hacia adelante era la manera de forzar una intervención de la comunidad internacional. La pulsión más exaltada impuso su tesis. El ejército republicano se lanzó a la ofensiva con coraje y determinación.

El resultado es de sobras conocido. Nos inmolamos y el río Ebro se tiñó de rojo. Ninguna potencia salió a socorrer la República. Nadie. Muchos todavía no hemos encontrado ni los restos de nuestros familiares, que se batieron en retirada, cazados como moscas. El resto de la guerra fue una marcha triunfal de Franco avanzando sobre Catalunya, arrasando con todo y masacrando todo y a todos a su paso, en cada municipio o ciudad. No dejaron títere con cabeza. La gran derrotada fue la República pero, sobre todo, Catalunya y la democracia. Siempre hay una duda que nos quedará por resolver. Qué habría pasado si en lugar de forzar un ataque orgulloso los republicanos nos hubiéramos hecho fuertes en nuestras líneas.

Es el momento de seguir luchando, pacíficamente y democráticamente, alzando enérgicos la bandera de los derechos civiles y políticos

Hoy, la comunidad internacional está acogiendo con creciente simpatía la causa de Catalunya en la medida en que la identifica con la causa de la libertad, con la defensa de los derechos civiles y políticos ante los golpes de un Estado autoritario. Alemania o Suiza no tienen ningún tipo de simpatía hacia la independencia ni por una República declarada y no nata. Ni la tendrán. Pero, en cambio, Alemania ha cerrado el paso a los artificios pirotécnicos de Llarena. La violencia de Llarena sólo es una burda invención para sostener una operación de castigo brutal contra parte del Govern que lideró el 1 de Octubre y contra dirigentes políticos como Marta Rovira, Jordi Cuixart o Jordi Sànchez. O ahora la criminalización de los CDR. Atribuirles terrorismo es una banalización execrable de la violencia y una acusación propia de una justicia que ha perdido el norte y la vergüenza. Miserables. La única violencia ha sido la de la extrema derecha contra ciudadanos pacíficos, violencia ante la cual se ha inhibido el Estado y la justicia española. Precisamente, estos días se ha sabido que Pablo Casado, liderando a los cachorros del PP, cortaba ilegalmente carreteras en protesta contra una resolución judicial al grito de: "Vosotros socialistas, sois los terroristas" y "Cobardes, gallinas, ETA os domina". Siempre los hay más valientes, por todas partes y dentro del mismo bando.

Acabada ya la Guerra Civil, con Catalunya aniquilada, hace Gaziel una reflexión final en su Historia de La Vanguardia que siempre me ha parecido extraordinariamente lúcida. Es un texto que insistí en compartir con Oriol Junqueras, volviendo de Bruselas, y también con Carles Puigdemont, ya en el avión. "Si la España castellanizada tiene sus clásicos pronunciamientos, tan específicos que ya han entrado en el lenguaje universal, los catalanes tenemos nuestros alzamientos, siempre espectaculares y siempre estériles, que también van camino de hacerse célebres como cosa típica y única". Y añade Gaziel: "Hay que inventar otros medios y otros caminos, si queremos ir a algún lado (...). Si nuestro caso tiene solución, desde ahora ya podemos decir, sin embargo, que no la encontraremos haciéndonos los valientes ni presumiendo de una fuerza que no tenemos ni se ve llegar por ningún lado. Nuestra solución, sólo la podemos encontrar, en todo caso, mediante unas virtudes radicalmente contrarias de las quimeras que los invidentes y enajenados de todo tipo han venido haciéndonos practicar demasiado: la megalomanía; la ambición no bien asentada en las realidades, sino colgada de telarañas de sueños; la clausura casera excesiva (...)". Y concluye Gaziel: "Virtudes, las que nos hacen falta, difíciles, arduas, que no tienen brillantez ni sirven para hacer los gigantes. Y son estas: fe, humildad, lucidez, esfuerzo silencioso, continuidad y una infinita paciencia".

Corazón caliente y cabeza fría. La ecuación inversa no acostumbra a ser nunca una buena estrategia. No es el momento de disfrazarse de maulet, ni de confundir al adversario. Es el momento de seguir luchando, pacíficamente y democráticamente, alzando enérgicos la bandera de los derechos civiles y políticos. Es la hora de perseverar con astucia y de saber que la carta ganadora no es ningún maximalismo estéril sino la suma de complicidades. Tenemos la obligación de reorientar la estrategia para plantear un embate final al Estado con disposición de ganar y no sólo con voluntad de hacerlo. Seremos República si somos capaces de acumular suficiente fuerza para hacerla y sostenerla.