Lo único que sobresalía del once blaugrana en el terreno de juego eran los sueldos millonarios de la plantilla. Si la Champions se ganara por la cantidad de millones en el terreno de juego, con Leo Messi al frente, el Barça habría tenido un puesto dignamente garantizado en cada final.

Y este y no ningún otro es el principal problema del Barça. Una plantilla inflacionada que no repercute en el terreno de juego las retribuciones que percibe. También por el efecto Messi, que era el jugador mejor pagado del mundo. Pero no el mejor. Hace años que no es así. Tenía el Barça un equipo más o menos apañado para competir en la Liga española. Y también para acabar haciendo el ridículo un año tras otro en la Champions. ¡Y qué ridículos! Un mal día lo puede tener todo el mundo. Seis años consecutivos de quedar en evidencia a ojos de toda la comunidad deportiva es una constatación empírica de un proyecto deportivo estrepitosamente acabado y fallido que vivía de los éxitos pasados.

La principal responsabilidad de unas arcas blaugrana en quiebra es de Bartomeu y su junta. Of course. También de empalmar fichaje tras fichaje, a golpe de talonario, con un registro de chapuzas insuperable que nunca reanimaron la columna vertebral de un equipo venido a menos y que, en cambio, han hipotecado totalmente las arcas blaugrana.

Ahora bien. Hay otras responsabilidades que por secundarias que sean han contribuido a la agonía de un proyecto que nadie fue capaz de abordar con un mínimo de exigencia, rigor y responsabilidad. Centenares de millones de euros sobre el terreno de juego o consumiéndose en el banquillo gracias a decisiones emocionales que nada tienen que ver con una valoración deportiva que responda a criterios de eficiencia y eficacia.

Laporta, que ha heredado un club diezmado económicamente y deportivamente, ganó las elecciones erigiéndose como garante de la continuidad de un Messi al que había convencido de quedarse

Todos los candidatos blaugrana se ponían a Messi en la boca. A menudo parecía una especie de carrera desbocada para ver quién capitalizaba con más furor el nombre de la estrella argentina. Una dinámica diabólica alimentada por gran parte de la prensa deportiva y por una afición aferrada al mito por muy visible que fuera su decadencia deportivamente hablando. Si el principal mérito de cada victoria blaugrana era del astro argentino, pretender que seis años seguidos de derrotas vergonzantes no eran también demérito de él es digno de la metafísica.

Laporta ha dejado escapar a Messi cuando este se quería quedar. Y no ha sido por una cuestión deportiva —que tendría todo el sentido del mundo— sino por una cuestión económica. No ha sido Tebas, ni tampoco ninguna intervención del Maligno. Sencillamente que no se han sabido o podido consumar las promesas y las negociaciones encauzadas. No las ha hecho descarrilar Messi, que con 34 años ya hace días que ha traspasado el cenit de su rendimiento deportivo. No es ahora mejor que cuando tenía 28 años y levantó su última Champions. Y camino de los 35 es obvio que cada día llevará más plomo en las alas. Es ley de vida. El paso del tiempo no perdona. Ni a Di Stefano, ni a Kubala, ni a Cruyff, ni a Maradona, ni a Ronaldinho. Y tampoco a Messi por mucho que, como Cristiano Ronaldo, todavía tenga gol y fútbol en las botas. El problema es que mientras el rendimiento era inevitablemente a la baja, el salario, para retenerlo, seguía al alza sin freno.

La cuestión es qué proyecto deportivo tiene el flamante presidente del Barça. Si es que tiene alguno. Porque pretender —como se pretendía— que el proyecto deportivo pasaba por dar continuidad a un conjunto asentado sobre una rutilante estrella de 34 años era aferrarse a un clavo ardiendo.

Laporta, que ha heredado un club diezmado económica y deportivamente, ganó las elecciones erigiéndose como garante de la continuidad de un Messi al que había convencido de quedarse. Messi, incluso, estaba dispuesto —ahora sí, de verdad— a hacer un esfuerzo el primer año para dar oxígeno a las arcas blaugrana. Finalmente, ¡gracias a Dios!, ni así ha sido posible.

Messi tiene todo el derecho del mundo a hacer caja los últimos años de su carrera deportiva. Sólo faltaría, como han hecho tantas otras estrellas antes y no por eso han dejado de ser mitos del universo blaugrana. La desgracia es que este adiós no haya tenido lugar antes y que cuando se ha producido haya sido con el tragicómico ceremonial que hemos vivido. Pero el Barça, más que el derecho, tenía la necesidad de hacer caja también. Y en vez de hacer caja, lo que se ha hecho ha sido un demoledor boquete en la caja.

Para bien o para mal —esperemos que para bien— tenemos a Joan Laporta por seis años. Laporta tendrá que dibujar ahora un proyecto de futuro para el club, el mismo proyecto que no dibujó en las elecciones. Porque en aquellos días fue suficiente airear los trapos sucios de Bartomeu, blandir su proximidad a Messi y evocar la rivalidad ancestral con aquella fantástica operación de propaganda en el corazón de la capital española. Ahora sí, es la hora de Joan Laporta, de levantar este peso muerto en el que se ha convertido el Barça y de volver a construir un equipo competitivo que aspire a volver a coronarse en Europa.