¿Era imprescindible que el Parlament aprobara una resolución cargando contra Israel en los términos apartheid en que lo hizo? Una expresión que no hacía muchos días utilizó Feijóo para poner en la picota, de nuevo, a la escuela catalana. No hay paz en Tierra Santa desde hace tantos años que el conflicto es tan eterno como su profunda espiritualidad. La Primera Cruzada que lanzó el Papa Urbano II desde Clermont 'Dios lo quiere' fue una auténtica orgía de sangre. La primera guerra santa del cristianismo. Allí por donde pasaron los voluntarios cristianos —la mayoría, pobres desharrapados— que iban a echar a los infieles, dejaron una profunda huella al ensañarse contra las comunidades judías europeas camino de Tierra Santa, llamados a glorificar el Nombre de Dios y recuperar aquella Jerusalén en manos de los sarracenos. Las siguientes cruzadas no fueron muy diferentes. Si bien también les tocó recibir a los cristianos ortodoxos bizantinos. Cuando entraron finalmente en Jerusalén, después de un penoso asedio, saciaron su ansiedad pasando por el filo de la espada a todo ser vivo, rezara a Jesús, a Alá o en una sinagoga.

Recuerdo un libro que me conmocionó y me dio ganas de viajar a Israel. Y a Palestina. El escándalo de Tierra Santa de José María Gironella. Un volumen de más de 800 páginas donde narra una prolongada visita a Israel a mediados de los años setenta. Sensacional, explica todos los matices y toda la complejidad de aquel joven país que emerge culminante una diáspora de 2.000 años.

Catalunya necesita aliados en todas partes. Y parece que no hacemos más que proclamar adversarios. Lo hacemos con especial esmero. O buscamos los que no tocan ni nos convienen...

Pero la gestación del Estado de Israel también ha acentuado un conflicto latente. Desde el primer día. Y una profunda herida. No solo para unos palestinos que perdieron la guerra, sino para el conjunto de las naciones que rodean Israel, que fueron derrotadas estrepitosamente a la guerra de los Seis Días. Y posteriormente en la Guerra del Yom Kippur cuando Siria pierde los Altos del Golán, Jordania medio país y Egipto, además del Sinaí, al gran líder panarabista Nasser que, vergonzosamente derrotado, cae en una profunda depresión. La peor parte, sin embargo, también se la llevaron los palestinos. Es después de esta última guerra a campo abierto que Gironella escribió su magistral volumen. Desde entonces todo ha seguido empeorando para los palestinos, a pesar de contar con no pocas simpatías internacionales. Entre estas, en alto grado, en Catalunya. Pero también en España.

Y desde aquella derrota que los palestinos no han dejado de perder cada año que pasa un poco más. Cuando parecía que había un acuerdo de paz al alcance, los extremistas de unos y otros lo dilapidaron. Por si no fuera suficiente, en la Franja de Gaza gobierna y se ha hecho hegemónico Hamás, que no puede estar más alejado de lo que representa un país como Catalunya. No así en Cisjordania, aunque también ha sufrido —como todo el mundo musulmán— las consecuencias de la radicalización integrista. Con respecto a Israel, los laboristas no huelen el Gobierno desde que un fanático ultranacionalista asesinó a Yishak Rabin. Y ahora gobierna una derecha aliada de los partidos religiosos que justifica toda su furia antipalestina señalando al fanatismo que domina a esta misma sociedad palestina. Los extremos han desplazado a los partidarios de una solución dialogada y quien gana es el Estado de Israel y quien más pierde la sociedad palestina.

Ahora bien, ¿tienen sentido estos pronunciamientos del Parlament de Catalunya tomando partido en estos términos? No tienen ningún efecto práctico más allá de enervar a Israel, que no consta en ningún sitio que sea un adversario de Catalunya. Tampoco consta, más bien al contrario, ninguna declaración del ANP a favor de la autodeterminación de Catalunya.

En otro orden de cosas, Catalunya necesita aliados en todas partes. Y parece que no hacemos más que proclamar adversarios. Lo hacemos con especial esmero. O buscamos los que no tocan ni nos convienen...

Decía Lluís Companys, que era un hombre profundamente de izquierdas —como mínimo, tanto como el grueso de los que aprobaron la moción del apartheid— aquello de "todas las causas justas del mundo tienen sus defensores, Catalunya solo nos tiene a nosotros".