Las Terres de l’Ebre son uno de los territorios más singulares de Catalunya. El Delta caracteriza una sociedad y la singulariza. Hace años, para algunos, era la quinta provincia, expresión de regusto franquista. Todavía hoy, en Tortosa, hay reticencias en eliminar el monumento a Franco que está justo en medio del Ebro. La derecha catalana mantiene una actitud reacia a hacer desaparecer los vestigios del franquismo y monumentos de homenaje al dictador más criminal que ha sufrido Catalunya. Y España. Ya puede la ONU censurar España por la connivencia con el franquismo, en el espacio público y en las instituciones, si en capitales como Tortosa no se han puesto a ello.

El Ebro fue el escenario de los enfrentamientos más duros entre las tropas franquistas y las republicanas. Para escarnio general, el bombardeo franquista sobre Tortosa fue tan salvaje que dobló de largo, en un solo día, el de Gernika. Pero el de Gernika fue inmortalizado por Picasso. Y el de Tortosa, no. Por eso todavía es más dramática, incomprensible e injustificable la tibiez de la derecha catalana en esta capital del Ebre.

El 1 de Octubre se puso mucho énfasis en los incidentes ocurridos en Sant Julià de Ramis, por ejemplo. Y ciertamente había motivos. La Guardia Civil repartió jarabe de palo sin contemplaciones. Allí, además, tenía que votar el president Puigdemont. Ahora bien, las cargas salvajes de primera hora en Sant Carles de la Ràpita fueron una borrachera de golpes de la Guardia Civil que ponía los pelos de punta. Una orgía macabra, visto lo excitados que estaban los agentes policiales "metiendo la porra como si no hubiera un mañana". Su alcalde, el también republicano Josep Caparrós, fue procesado. Como el de Sant Julià de Ramis, el también republicano Marc Puigtió, ambos han dedicado una plaza al 1 de Octubre.

También en la Ràpita vimos aquel día como un grupo de vecinos salía en defensa de un mosso d'escuadra increpado por agentes de la Guardia Civil. La gente del Ebre, como su territorio, es excepcional. Pero si los vecinos de la Ràpita no tenían un president que votara, los de Tortosa no tenían un pintor que inmortalizara la matanza.

O nos salvamos todos o no se salvará nadie. El Ebre tiene que sentir el afecto y la solidaridad del resto del país, porque cuando ha sido la hora siempre han estado ahí

La conclusión es que siempre parece que la gente del Ebre juega en segunda división. Y este es un sentimiento muy interiorizado, que comparten y expresan alcaldes ebrenses como el de Alcanar, Joan Roig. O el de Amposta, Adam Tomàs, un fenómeno que consiguió sumar 16 de los 21 concejales las últimas elecciones municipales. O tantos otros.

El Plan Hidrológico Nacional pactado entre convergentes y el gobierno Aznar provocó paradójicamente un despertar. Cabe decir que el ínclito Pepe Borrell ya había soñado la misma jugada. Los ebrenses dijeron basta. La reacción fue ejemplar, porque si se hubiera materializado, habría secado el Delta, agónicamente. El movimiento contra el trasvase fue un canto de autoestima más allá de la defensa de un patrimonio natural, paisajístico y económico.

Las Terres de l’Ebre son una región de una belleza singular y única que contrasta con lo abrupto de Els Ports, justo al lado. Son el far west de Catalunya en el mejor sentido, un territorio salvaje de una belleza que tumba. La Costa Brava tiene rincones encantadores. Y festivales en abundancia. Pero el Ebre tiene la ventaja de que no se ha masificado, todo es más ajustado y razonable. También el coste de la vida. Nunca me ha gustado eso de "... y una danza, la sardana". Porque no es cierto, es una simplificación empobrecedora del país. El Ebre es un territorio de jotas, que siempre me ha parecido una danza más irreverente que la sardana. Y más divertida. Quizás es que mi abuela de Seròs (el Segrià) de sardanas no sabía mucho; pero jotas cantaba y bailaba. Por eso cuando oí por primera vez a Quico el Célio, el Noi i el Mut de Ferreries me pareció agua bendita. Girona fue el último reducto de la Catalunya republicana que languidecía. Pero el Ebre y Ponent, los guardianes de la frontera, fueron la primera barricada, allí se luchó y murió en un frente de guerra que dejó decenas de miles de muertos. Allí se decidió la guerra. Cuando el ejército de ocupación atravesó el río ―que así era como pasó a llamarse el ejército franquista cuando pisó Catalunya―, el terror y la devastación se extendieron como una mancha de aceite, inexorables. Da igual si Girona era abrumadoramente republicana u hoy independentista. Cuando cayó el Ebre, cayó Catalunya. Toda ella. Una lección histórica para tener presente. O nos salvamos todos o no se salvará nadie. El Ebre tiene que sentir el afecto y la solidaridad del resto del país. Porque cuando ha sido la hora siempre han estado ahí. Hoy más que nunca.