Ni hacer pagar más a los ciudadanos es de izquierdas en sí mismo, ni hacerles pagar menos es de derechas. El axioma es un dogma sacralizado en el que a menudo pierde más la izquierda que la derecha. Proclamar a los cuatro vientos que se tienen que pagar más impuestos no es precisamente la metodología más adecuada para empatizar con los ciudadanos que pagan religiosamente impuestos y que a menudo piensan ―no siempre con fundamento― que pagan demasiado.

Nadie salta de alegría cuando llega el momento de hacer un ingreso a la Agencia Tributaria, como nadie está contento por tener que pagar una multa de tráfico por mucho que efectivamente haya vulnerado conscientemente una norma que comporta una sanción. Tanto que a veces puede hacer llegar a final de mes todavía con más penurias a las rentas modestas.

Otra cosa es la demagogia fácil y barata, como cuando desde una televisión y sin réplica posible ―para más inri si es pública― se proclamaba que un modesto incremento de la fiscalidad a las rentas que rozan los 100.000 euros es un atentado a "la clase media apurada" mientras se quería hacer creer que en realidad afectaba al conjunto de los mortales. Y al mismo tiempo, otra cuestión es que un incremento a las rentas más altas pueda ser cuestionado argumentando que ya pagan mucho. La cuestión es discutible siempre que se haga el debate sin pretender engatusar al conjunto de los catalanes desde un púlpito y defendiendo no una causa común sino un interés de parte.

Y si bien no es lo mismo, tampoco parece ejemplar la actitud de aquella izquierda que justifica la propiedad porque es heredada como si el hecho de ganársela uno mismo fuera un pecado mortal o susceptible de ser automáticamente sospechoso de enriquecimiento ilícito. O todavía más, de ser pecado hacer caja.

Las izquierdas, en general, sobre todo aquellas que ni quieren ni pueden ser esclavas del dogmatismo, tienen que asumir una defensa desacomplejada de las clases medias, que son las más penalizadas por el sistema impositivo y de redistribución

Jaume Giró, conseller de Economia i Hisenda, anunciaba precisamente una modesta bajada de los impuestos a los ciudadanos con una renta inferior a los 35.000 euros, medida que afecta al exactamente 80 por ciento de los contribuyentes catalanes sujetos a IRPF. Dicho de otra manera, el 80 por ciento de personas de este país tienen unos ingresos inferiores a los 35.000 euros brutos. Por eso era tan flagrante la esperpéntica versión de la "clase media apurada" si, como escribía el economista Ricard Murillo, en un informe para CaixaBank, una persona con una renta entre 14.400 y 38.400 euros en el País Vasco se considera clase media, siendo esta la comunidad con una renta más alta.

Giró recupera así una medida que fue tumbada por el Tribunal Constitucional, una voluntad que arranca de la etapa de Junqueras al frente de la Conselleria d’Economia i Hisenda, que tuvo continuidad con Aragonès y que ahora con Giró se afina remachando el clavo después de la enésima intervención del Constitucional.

Giró no dirá nunca de sí mismo que es "clase media apurada". No lo dirá porque no lo es y porque es lo bastante honesto para no hacer el paripé. Más honesto, por supuesto, que aquellos que le reprochaban haber trabajado en empresas del Ibex, que son los mismos que tienen cabezas de fila que se han forrado en consejos de administración del Ibex después de pasar por el gobierno, con la notable diferencia de que Giró hizo carrera empezando desde abajo de todo. Ni lo obtuvo por herencia, ni por haber privatizado previamente nada. Si estudió en una universidad de Navarra es porque se lo ganó con sus matrículas y si después progresó en el mundo de la gran empresa o de las energéticas es porque debió ser bastante hábil y eficiente. Ya se dice que la envidia es un pecado capital

La tierra, para quien la trabaja, coreaba la izquierda. No decía para quien la hereda, todo sea dicho con el máximo respeto para los herederos. Las izquierdas, en general, sobre todo aquellas que ni quieren ni pueden ser esclavas del dogmatismo ―porque tienen voluntad de ser hegemónicas―, tienen que asumir una defensa desacomplejada de las clases medias, que son las más penalizadas por el sistema impositivo y de redistribución. El nervio de un país, su fortaleza, depende de sus clases medias. Y eso no significa ni olvidar la pobreza ni estigmatizar a aquellos que se han ganado la vida más y mejor que nadie. Más bien, lo que tendríamos que lamentar es no contar con más personas que amen el país en todos los ámbitos, públicos y privados, que son determinantes en la toma de decisiones.