La víspera del 11 de septiembre de 2016, una iniciativa local para homenajear al traspasado Jordi Carbonell (histórico militante independentista que murió militando en ERC), acabó con un mitin conjunto de ERC, Podemos y CUP. Los oradores fueron Oriol Junqueras, Dante Fachin y Anna Gabriel. El mundo convergente reaccionó con una rabieta monumental. Se los había excluido, argumentaron. Tan cierto como que se había conseguido incorporar Podemos, cosa que provocó también la rabieta del partido de Iglesias. Enseguida salió como un trueno el fantasma del Tripartit, acusación de lesa traición a la Patria por parte del nacionalismo. Y por parte del españolismo, dardos envenenados contra Iglesias porque se había vendido al independentismo.

ERC encajó la granizada con diversidad de opiniones. Con la particularidad de que a Oriol Junqueras le resbaló la polémica. Junqueras, en cambio, hizo una reflexión sociológica del acto, sobre todo en torno a la participación del hoy amigo aliado, Albano. Oriol apuntó la distancia en los referentes culturales —que no tan ideológicos— que había detectado respecto del compañero de Podem. Y ajeno al debate sobre la idoneidad del acto —que para Oriol es oportuno siempre que la prioridad sea sumar— planteó la necesidad de hacer una aproximación imprescindible a valores culturales y referentes que pudieran ser compartidos por esta Catalunya tan lejos del nacionalismo, aquel que tan bien parodia, por ejemplo, el 'Jennifer' de los Catarres.

Hace unos días, Gabriel Rufián hacía uno de sus tuits ingeniosos, uno de tantos. "La madrugada del 18 de agosto, fusilaron a Lorca por comunista, homosexual y masón. El fascista que le asesinó diría: 'le metí dos tiros por el culo por maricón'. 82 años después todo ha cambiado y los restos de Lorca aún se buscan y los del fascismo que le fusiló aún se votan." Rufián habla de Lorca con propiedad y naturalidad como alguien ilustrado de Vic hablaría de Martí i Pol. Y al mismo tiempo retrata toda la inmundicia enquistada en los aparatos del Estado.

Y aquí radica, en buena medida, la capacidad de sumar e integrar a una mayoría social, que pide conectar y llegar a una parte de la población del país que como Gabriel Rufián no se han criado escuchando Llach ni leyendo Salvat-Papasseit

Y aquí radica, en buena medida, la capacidad en sumar e integrar a una mayoría social, que pide conectar y llegar a una parte de la población del país que como Gabriel Rufián no se han criado escuchando Llach ni leyendo Salvat-Papasseit. La Catalunya de hoy es mestiza y no aceptar esta certeza y vivir en el romanticismo de la Renaixença solo conduce a la derrota o a la fractura social que promueve Ciudadanos incluida la incitación a la violencia como buenos discípulos de la doctrina falangista. Por eso debemos tanto a Carod-Rovira, también a los Puigcercós y Vendrell. Pero en este punto sobre todo a Carod, que ha hecho la principal aportación contemporánea al catalanismo político. Carod lo teorizó y Junqueras lo aterrizó y puso en práctica, interpretando el catalanismo y la nación catalana como una voluntad de destino. Junqueras fue atrevido. Él fue el primero en afirmar y reiterar desacomplejadamente que el castellano también tendría un estatus oficial en la República Catalana. Los ayatolás del nacionalismo radical le dijeron de todo. Pero Junqueras no aflojó. Tanto fue así que rápidamente pasó de las palabras a los hechos y confió en Gabriel Rufián, un hijo del Fondo de Santako, como cabeza de lista en Madrid. Y Gabriel, a solas, normalizó el uso del castellano para verbalizar un discurso independentista, republicano y radicalmente democrático sin complejos, atacando al mismo tiempo la línea de flotación del Régimen del 78. ¡Patapam! Con el añadido de que Gabriel es genuino, no imposta. Él es así y se le entiende todo. En el Congreso, las hordas del PP y el PSOE lo odian. Los falangistas querrían cargárselo.

El futuro pasa por un independentismo inclusivo que contrasta con el independentismo exclusivo y excluyente, el futuro pasa por la actitud vital de personas como Gabriel Rufián. Habla en la lengua que piensa y piensa en la lengua que habla, porque es su esencia, mientras el futuro lo construye en catalán, que es la lengua que él y Mireia han regalado a Biel, su hijo que, de momento, no habla ninguna otra.