La taberna digital es de una baja estofa que tira atrás. Pero eso del españolismo rancio que se exhibe en la calle, con gritos de hooligans de campo de fútbol y de una rabiosa agresividad, es de un nivel que da angustia. En un país civilizado, pongamos por caso Alemania, donde la huella del fascismo es tan profunda, sería un problema estrictamente policial y judicial de primer orden. La actitud del españolismo en Catalunya es el de una extrema derecha descerebrada, que brama poseída de odio y descontrolada. Los organizadores de las manifestaciones en defensa de la unidad de España tratan a menudo de abortar la escenografía fascista con un numeroso servicio de orden. Piden, ruegan de hecho, que no se acuda con banderas de pollos, intentan evitar los saludos fascistas, tratan de proyectar una imagen afable. No lo consiguen, no hay manera de controlar la turba que concentran, que como ha heredado la más absoluta impunidad no duda en actuar como una manada de hienas en la vía pública; ese mismo espacio público donde poner un lazo amarillo es tan ofensivo que justifica, como respuesta, agresiones de todo tipo y que auténticos matones de barrio se puedan pasear con navajas y la cabeza cubierto con pasamontañas, y amenazar a todo el que encuentren a su paso.

En Catalunya, los violentos no serán nunca un problema judicial y difícilmente un problema policial, porque forman parte de la violencia que el Estado despliega 

La impunidad de la extrema derecha persiste. Y persistirá. Por muy gordo que sea lo que hagan, da absolutamente igual. Porque esta impunidad es instrumental, es una de las estrategias que jugó el Estado contra el 1 de Octubre y que ha tenido como objetivo crear un escenario de miedo, intimidar a la ciudadanía, ejercer un control social a base de otorgar carta blanca a los individuos de una subespecie humana que tienen en la violencia verbal y física su modus operandi.

En Catalunya, los violentos no serán nunca un problema judicial y difícilmente serán un problema policial, porque forman parte de la violencia que el Estado despliega y ejerce como uno de los instrumentos disuasivos de intervención a Catalunya, con sanción real. Tanto da si un día se les escapa de las manos y vivimos una desgracia. Forma parte de un escenario que anhelan, que buscan desesperadamente, que tiene como objetivo fragmentar el país y justificar una oleada represiva sin miramientos ni contemplaciones. Es lo mismo que intentaron el 20 de septiembre ante la vicepresidencia de Oriol Junqueras, dejando unos jeeps cargados de armas al alcance de la multitud. Quieren reventar la convivencia y no les importa cómo. El fin justifica los medios. Sin ninguna duda, para el nacionalismo español es así, al menos en el caso de Catalunya.

No ayuda el abuso identitario ni la gesticulación grandilocuente de parte del movimiento independentista. Y menos todavía el hooliganismo virtual, de redes, del independentismo exclusivo y excluyente que se golpea el pecho. Ni acciones erróneas como la irrupción airada en sedes de formaciones políticas, a golpe de espray y griterío. Cierto que eso no tiene nada que ver con la violencia física y la imagen rancia de la extrema derecha, la diferencia es obvia y notable. Pero es que a las teles españolistas, a la Brunete en general, le basta con muy poco para proyectar una imagen estereotipada del movimiento republicano y del conjunto del independentismo. Muy poco. Si han inventado unos delitos fundamentados en una violencia atribuida al Govern de Catalunya y al movimiento republicano que nadie ha visto por ninguna parte, si son capaces de rasgarse las vestiduras por un lazo amarillo mientras silban ante la violencia de la extrema derecha, es fácil pensar lo que harán si les damos cualquier pretexto.