Colau es alcaldesa gracias a los votos de la peor derecha de la ciudad. Miquel Iceta ejerció de alcahuete. Y ahora a los comunes les toca pagar, a unos y otros. Como la Diputación de Barcelona, todo tiene un precio. Sólo que en la Diputación el astuto primer secretario del PSC se llevó el premio gordo con tanta facilidad, con tanta docilidad, que en la calle Nicaragua todavía ríen.

En ambos casos los de Iceta coincidían en cerrar el paso a los republicanos. En la capital, aliándose con Valls, que sigue pasando el cepillo. En la Diputación, con los de Junts per Catalunya, que en lugar de pasar el cepillo pasan la escoba y el mocho. Nunca unos votos tan trascendentes han salido tan baratos.

El PSC de Iceta tiene muy claro cuál es el adversario a batir: aquel que le quiere disputar sus feudos metropolitanos. Lo explicaba con claridad meridiana Xavier Sardà en el programa de Basté. Para Iceta, la amenaza es Oriol Junqueras. No es ninguna otra. Sencillamente porque el gran objetivo estratégico de Oriol Junqueras es un reto tan ambicioso como extraordinario, desposeer al PSC de sus bastiones, tal como hizo claramente en Sant Vicenç dels Horts. Por el contrario, los de Puigdemont, con toda la desvergüenza patriótica, se han erigido en la muleta del PSC. Y es así que han sembrado de acuerdos con el PSC toda la región metropolitana, hasta la extenuación, haciendo bueno el dicho que dice que los enemigos de mi enemigo son mis amigos.

En la conformación de las mayorías en el Ayuntamiento y en la Diputación de Barcelona, han prevalecido por encima de todo los intereses más espurios, más mezquinos, más egoístas

Tanto en el Ayuntamiento como en la Diputación el precio a pagar, por Colau o los de Puigdemont, no es sólo de carácter simbólico. Eso es, retirada de la Medalla de la Ciudad a Heribert Barrera o eliminación de toda expresión de solidaridad con los presos en la Diputación de Barcelona. Es mucho más profundo. La Diputación liderada por la alcaldesa Núria Marín no sólo no se ha erigido en aliada de los ayuntamientos en la gestión de los remanentes y superávits sino que ha sido un freno. Si el presidente hubiera sido el republicano Dionís Guiteras, la Diputación habría liderado la desobediencia de los ayuntamientos catalanes, mientras que ahora ha liderado la obediencia con el silencio cómplice de los de Puigdemont, satisfechos de hacer el papel de mamporreros.

Si Guiteras hubiera sido presidente de la Diputación, nadie se dedicaría a hacer ostentación de que los recursos se distribuyen arbitrariamente en función del color político del municipio y no en función de sus necesidades. Si Guiteras hubiera sido presidente, ante la corrupción nadie silbaría alegremente. Si Guiteras hubiera presidido la Diputación, sabríamos que al frente hay una persona con visión de territorio, con sentido de la justicia, bregado en crisis y que aprecia el país y el conjunto de su gente por encima de todo.

Si Ernest Maragall hubiera sido alcalde de la ciudad, la medalla que se habría retirado sería la del monarca. Pero lo determinante es que con Maragall la ciudad tendría un proyecto, un sentido, en positivo. Barcelona ejercería de capital ambiciosa, sería un faro de justicia y libertad que iluminaría todo el país. Ahora, sólo se proyecta como una ciudad de provincias, sin rumbo.

En uno y otro caso, en la conformación de las mayorías en el Ayuntamiento y en la Diputación de Barcelona, han prevalecido por encima de todo los intereses más espurios, más mezquinos, más egoístas. Ningún otro. Sólo los de Iceta con una clara ganancia estratégica. Iceta (un hombre práctico) copia a Junqueras pero para hacer exactamente lo contrario. Si históricamente Juqueras ha buscado alianzas amplias con el centroderecha nacionalista y con aquellos que se situaban a la izquierda del PSC para hacer frente precisamente al PSC, ahora Iceta juega a la misma política de alianzas pero en sentido contrario y para blindar sus feudos. Y lo ha logrado con nota porque nunca antes el PSC había llegado a tantos acuerdos y tan masivos con este espacio que muta y reniega de siglas pero que mantiene la esencia y el sentido de poder por encima de todo.