En Catalunya hace falta que haya una clara división, es imprescindible. Una separación irreconciliable entre los demócratas y los violentos y sus cómplices, como en toda sociedad democrática amenazada por un totalitarismo de rancia tradición. Aislar socialmente a la gentuza que pega, que se pasea encapuchada con navajas y cutters, que fomenta el enfrentamiento y la crispación a la sociedad es una necesidad imperiosa. Hace falta rechazar toda expresión de violencia, sin matices. No es admisible la equidistancia ante la violencia que muestra cierta gente que se hace decir progresista. Basta de tacticismo. Es inadmisible. Como tampoco es tolerable la actitud de un nacionalismo crispado y excluyente, alce la bandera que alce. Como tampoco se puede dejar pasar, todavía, el papel de determinadas rotativas barcelonesas, que minimizan las fechorías incendiarias y las agresiones del españolismo. Ya basta.

En Europa, un tipo como Albert Rivera ya habría acabado en la fiscalía por un delito de odio continuado y flagrante, por connivencia con la violencia, por espolear el enfrentamiento social, por atizar el odio. Pero no. Aquí sufrimos una cierta fiscalía que intuye una violencia que no ha existido y que, en cambio, se inhibe ante la violencia perpetrada en nombre de España y su sagrada unidad. Una fiscalía que a menudo actúa a demanda del falangismo que representa Ciudadanos y su tributo a la violencia, el peor que le ha pasado en España desde Franco.

Las agresiones se multiplican, y la fiscalía sólo atiende la violencia que directamente se inventa Ciudadanos, y no aquella que Rivera y su prensa fiel bendicen o disculpan, dándole a menudo una cobertura miserablemente. La ministra del ramo y la Fiscalía General del Estado no mueven ni un dedo. De hecho, al final han acabado cargando a los contribuyentes las fanfarronadas del juez Llarena, un espantajo de personaje que viaja al AVE con Ciudadanos, come con el PP y se harta cenando como un ladrón con un buen Rioja y gambas de Palamós. Prevaricación de manual, con publicidad.

Anteayer, amenazaron de muerte, por carta, la mujer y el hijo de un buen amigo, Gabriel Rufián. En paralelo, Ciudadanos protagonizaba la enéssima turba, y se agredía gente al confundirla con periodistas de TV3. Y no pasará nada, seguro que no. Porque de investigar, incluso podríamos encontrar uniformados de paisano, o familiares de esta fiscalía o judicatura tan comprometida con la unidad de España y la democracia del 18 de julio del 39. Los violentos y sus cómplices son los herederos sociológicos —y en ocasiones también familiares— del franquismo que mató hasta el final, hasta el último momento, con total y absoluta impunidad. Mataron, mucho y sin piedad. Por eso salen corriendo del Parlamento, enojados y protestando, ante todo intento de reprobar el franquismo. Son sus herederos. Por eso han mantenido hasta hoy el mausoleo del asesino más sanguinario de la España contemporánea.

El Líder falangista anhela que haya una verdadera desgracia en la calle, trabaja ferozmente con este objetivo. Provoca cada día con este propósito, sabedor que esta sería la excusa perfecta para incrementar la represión, justificar todo tipo de abusos y fragmentar la sociedad enarbolando banderas victoriosas. No caigamos en la provocación, no nos lo hagamos, no le hagamos esto al país.

Rivera está rabioso, no ha digerido abrazar la Moncloa y haber quedado repentinamente fuera de juego. No tiene ningún programa más que crispar y excitar las bajas pasiones, vendiendo españolismo militante y anticatalanismo puro y duro. Porque no tiene nada más, sólo el rencor que arrastra y una ambición desbocada. Hace tiempo que ha perdido los papeles. Y ahora se afana a que los perdamos nosotros. Ni caso a un perturbado sin escrúpulos al que incluso el mismo Albiol pide explicaciones por una extrema derecha que arrastra a la violencia, que la espolea, que la envalentona.