Gabriel Rufián crece en cada nueva intervención. Y con cada nueva intervención, crece el independentismo, haciendo llegar su discurso a aquellos sectores de nuestra sociedad más distantes, tradicionalmente indiferentes a aquello que hace o dice el independentismo. Este es el enorme potencial, de país, del emergente Gabriel Rufián, uno de los hijos pródigos de Súmate que ejecuta como nadie la estrategia de penetración urbana que obsesiona a Oriol Junqueras. Nada que ver con la letanía ya habitual del mundo de Waterloo —solo hay que escuchar la última intervención de su portavoz en el Congreso— que confronta compulsivamente no con el Estado, sino con los republicanos, y que no solo no llega al grueso del cinturón metropolitano, sino que cuando raramente lo hace es absolutamente contraproducente.

Demoscópicamente esta es una certeza incontestable. Unos llegan a los barrios gentiles de Santa Coloma de Gramenet o Cornellà, otros solo estresan a los feligreses más devotos y los empujan al cainismo en una confrontación intestina tan absurda como interesada.

Sociedad Civil Catalana (SCC) ha alertado a Madrid: "La estrategia de Rufián funciona", advertía a su presidente, Fernando Sánchez Costa, en la presentación en el Casal Catalán de Madrid del libro "Fragmented Catalonia" patrocinado por SCC. Rufián —y, por extensión, Oriol Junqueras— es percibido como una amenaza: "castellanohablante, joven y llega a unas capas de la sociedad catalana que solían ser más impermeables a las tesis nacionalistas". En cambio, "los herederos de Convergència, Junts, tienen su principal granero de votos en la Cataluña rural".

El libro que firma el catedrático de Psiquiatría Adolf Tobeña destaca también la segmentación social de los votantes: mientras las rentas más altas votaron a Puigdemont el 14 de febrero del 2021, los republicanos tienen una distribución "capilar" y han multiplicado sus apoyos en el "cinturón rojo". Y es este factor el que preocupa al llamado constitucionalismo. De aquí que el renovado sociojuntismo, replicando la —para algunos— añorada sociovergencia, se esté haciendo fuerte precisamente en la región metropolitana de Barcelona.

Son datos bien conocidos y que no han dejado de extrapolar analistas demoscópicos como Jordi Muñoz, flamante responsable del Centro de Estudios de Opinión (CEO), o el periodista Roger Tugas. Pero curiosamente hay todo un universo, básicamente en torno a Junts, que se niega a admitirlo y que, por el contrario, arremete con furia contra Gabriel Rufián o el mismo Oriol Junqueras. "Ñordos" les llaman ahora también. Ñordo —literalmente, excremento, trozo de mierda— es uno de tantos insultos que han proliferado y ante los cuales ya reaccionó en su día el mismo Rufián con una consideración que le valió todo tipo de improperios. Decía el de Santako "si a ti no te ha gustado que durante décadas te llamen polaco por ser catalán ¿por qué llamas tú ahora ñordo a alguien por ser español?". Toda estrategia que en vez de seducir busque deliberadamente la ofensa, solo puede comportar una reacción manifiestamente hostil de todos aquellos ciudadanos catalanes, la inmensa mayoría en las regiones metropolitanas, que al mismo tiempo se sienten españoles y que no por eso, como demuestran empíricamente los datos, pueden ser favorables a ejercer la autodeterminación y a votar favorablemente.

Tobeña, en 'Fragmented Catalonia', pone énfasis en la desorientación y ausencia de estrategia de un sector del independentismo —de hecho, hay algunos que se friegan las manos— que hace un ruido estéril sin recorrido mientras no duda en advertir que los únicos con capacidad de acumular fuerzas, ganar tiempo y preparar un nuevo embate, el verdadero peligro, son los republicanos. Por eso el de Tobeña, en Madrid, fue un clamor dirigido a la sociedad española "con la esperanza de que no bajen la guardia porque [los independentistas] aguardan otra coyuntura favorable para volver a poner al Estado contra las cuerdas”.