La moción de censura al PP, a Mariano Rajoy, ha vuelto a generar un debate chocante en el seno del movimiento republicano. Chocante y antiguo y no por ello superado. Una parte del independentismo, sobre todo la expresión más nacionalista de éste, ha pretendido que tomar partido en este asunto era participar de un debate ajeno. Era hacer autonomismo o era tomar partido entre dos opciones que no serían otra cosa que una elección entre el fuego y las brasas.

Debate antiguo porque ya en los años ochenta este debate había tenido lugar. Parecía felizmente superado y no. Cuando Felipe González planteó el referéndum de la OTAN se produjo un enfrentamiento en el MDT (Moviment de Defensa de la Terra), embrión de lo que después serían las primeras CUPs. El PSAN, de Josep Guia y Vicent Partal, mantenía que el independentismo tenía que abstenerse de participar en aquel referéndum y propugnaría el Front Patriòtic. Por el contrario, el sector en torno al IPC y su Política Independentista de Combate, con Carles Castellanos o el hoy dirigente de ERC Eduard López, llamaba a votar que No, a implicarse de lo lindo. El argumento del Front Patriòtic era muy simple: el referéndum era español. Este debate se reprodujo en las primeras huelgas generales contra el Gobierno del PSOE. El Front Patriòtic insistía en no participar. El IPC apostaba por implicarse a fondo en la huelga general.

Con todo lo que ha llovido desde entonces este debate, más o menos maquillado, persiste. El independentismo más nacionalista vuelve a amagar con no implicarse en debates o cuestiones españolas -como si no nos afectaran o como si el grueso de nuestro país viviera al margen. O pretende exigir contrapartidas con luz y taquígrafos, que son tanto como garantizar que serán rechazadas de facto o desatendidas. En el mejor de los casos harán como si escucharan que llueve. El error, cargado de dignidad y cautivo de orgullo, evidencia una manera de concebir la política en que el arte de lo posible se convierte en rabieta. Aparte de dejar en evidencia a quién sostiene las condiciones. Porque llegado el caso nadie se querrá hacer responsable de haber salvado el PP y la estabilidad en la Moncloa. Nada es más transversal en Catalunya que el rechazo al PP y nadie ha hecho tanto (con permiso de Albert Rivera y Ciudadanos) para atizar la confrontación y el anticatalanismo. El PSOE es cautivo del discurso nacionalista español que impuso el aznarismo y ciertamente no nos salvará de nada. Pero renunciar a echar al PP... ahora y aquí, qué gustazo y qué dulce revancha que los votos del independentismo lo hagan posible.