Catalunya arrastra una cultura antimilitarista que ha derivado en antipolicial, una rémora tan idealista como contraproducente. No es sólo el legado ácrata, es el fruto de tantas derrotas y de haber vivido, desde hace siglos, no ya sin un estado propio, sino con un estado en contra y con el papel entre triste y criminal del ejército a lo largo de todo el siglo XX.

Pero lo cierto es que nuestra historia contemporánea es tan compleja como contradictoria con esta comprensible aprensión ante los cuerpos militares y, por extensión, policiales. Tanto es así que el president Macià hizo carrera en el ejército español y que llegó a ser coronel. O que Frederic Escofet, comisario general de Orden Público de la Generalitat republicana, también fue coronel del ejército español como Macià. Escofet era hijo de casa buena. Un hombre de derechas que abrazó la izquierda y la causa de la justicia social cuando le ordenaron reprimir la huelga de mineros del Alt Llobregat en 1932. Las miserables condiciones de vida de aquellos hombres y sus familias lo conmocionaron. Otro militar de aquí y coetáneo de estos fue el controvertido general Domènec Batet, el encargado de sofocar el 6 de octubre de 1934, definido como ejemplar catalanista por Raimon Galí y Joan Sales.

No obstante, la Guardia Civil tuvo un papel protagonista en los combates contra el golpe de estado de julio de 1936 en Barcelona. Hasta el punto de que fue el cuerpo que más muertes sufrió en los tiroteos contra los militares sublevados. En Barcelona, aquella Guardia Civil defendió la legalidad republicana a tiros. Como la defendió el general Domènec Batet, que cavó así su tumba a ojos de un Franco que se la tenía jurada desde el 6 de octubre del 34 por no haber reprimido con dureza la insurrección liderada por el president Companys.

Es el fruto de tantas derrotas y de haber vivido, desde hace siglos, no ya sin un estado propio, sino con un estado en contra y con el papel entre triste y criminal del ejército a lo largo de todo el siglo XX

Hoy persiste en Catalunya un rumor de fondo contra el propio Cuerpo de Mossos d'Esquadra, una policía integral que suma cerca de 18.000 personas con la última ampliación impulsada por el conseller Elena, un hombre que parece decidido a revitalizar y dignificar la Policia de Catalunya con una actitud tan eficaz como ponderada.

O somos capaces de entender y asumir desacomplejadamente y con plenitud que los Mossos d'Esquadra son una verdadera estructura de estado (y que todo país necesita una policía) o siempre haremos el ridículo. La persistente cultura antipolicial que envuelve parte del independentismo parece más propia del independentismo embrionario de los ochenta que de la centralidad que hoy ocupa.

Elena lo tiene claro, porque tiene sentido del poder y porque sabe que toda dejadez en este terreno es campo adobado para el anticatalanismo. Elena no ha dudado a corregir los excesos desde minuto uno, dejando en evidencia la inexplicable pasividad que lo había precedido. Pero que nadie dude de que no sólo defiende y defenderá a la policía porque es el conseller que la dirige, sino porque la considera tan necesaria como imprescindible.

La Policia de Catalunya es la responsable del mantenimiento del orden público y cualquier dejadez en este sentido es un retroceso imperdonable. También por eso es tan surrealista que desde el independentismo se planteara el retorno de las competencias de orden público a la Policía Nacional y a la Guardia Civil, una idea con la que flirteó el propio president Torra. Al fin y al cabo, pone de manifiesto la magnitud de la tragedia, la absoluta confusión que se vivió y la incapacidad de gestionar las contradicciones por parte de un purismo que más que estéril ejercía con un permanente tiro en el pie retrocediendo como los cangrejos, esclavo de la estética y de una actitud que evidencia la insostenible ligereza del ser.

Queda para la reflexión ―también para las cabezas pensantes― las palabras mordaces que Joan Sales dirigía a Màrius Torres cuando le decía: "Y pensar que Catalunya tenía a su general (Domènec Batet) [...] De qué manera tan estúpida nos habíamos dejado perder al hombre que el 19 de julio de 1936 habría estado a la altura de los acontecimientos en Barcelona, el general leal a toda prueba que habría plantado cara al mismo tiempo a la revuelta fascista y al desbordamiento anarquista en aquellos primeros momentos, los decisivos [...]. Esperemos que un día Catalunya se cure de su estúpido antimilitarismo, fruto como tantos otros de la decadencia".