La izquierda abertzale aprendió a fuego el despropósito fatídico del "cuanto peor, mejor". Cada nueva huida hacia adelante, cada llamarada, fue seguida de un creciente debilitamiento, pérdida de influencia, incremento impune de la represión y aislamiento social. Menos mal del comportamiento y autoridad de un hombre como Arnaldo Otegi, y de otros, de su visión estratégica y la capacidad de superar una inercia que, ensimismada en el borroka da bidea (la lucha es el camino), condenaba el movimiento de liberación nacional vasco no sólo a un callejón sin salida, sino a la marginalidad. Decía Lao Tse: "Si no cambias de dirección, puedes acabar donde has empezado".

Otegi, como muchos otros compañeros y compañeras que apostaban por salir del callejón sin salida y acabar con el conflicto armado, pagó un alto precio: la prisión. El deep state quería a la izquierda abertzale en el "cuanto peor, mejor" y castigó con dureza la posición de la dirección política que buscaba salir de la ratonera y abandonar las posiciones maximalistas. La ruptura del acuerdo de Lizarra, un hito histórico, debilitó a la izquierda abertzale. Después vino el de Loyola, ya en una situación de mayor debilidad. La nueva ruptura con el atentado de la T4 a la irlandesa, provocó un retroceso todavía más severo. Al final, la última tregua, la definitiva, fue unilateral, sin contrapartidas. Lo imprescindible era desterrar el conflicto armado, un lastre del cual sacaban rédito los enemigos de una solución política y dialogada. Decía Lao Tse: "Si no puedes avanzar un paso, retrocede una pulgada". Pero con el deep state rabiante, interesado en prolongar el sufrimiento y un conflicto armado en el que cada día se sentía más cómodo.

Bildu y ERC comparten hoy estrategia (con BNG) y eso también les ha permitido una unidad de acción en el Congreso español que abre una nueva etapa de creciente colaboración ―que ya da sus frutos― sumando sinergias y votos en el Congreso; juntos suman una veintena de escaños, que no es menor ante la fragmentación política. La coalición entre catalanes y vascos es la mejor noticia del último año, permite a la izquierda abertzale salir del confinamiento en que les querría mantener el deep state para configurar un polo (en beneficio de todos) que puede ser determinante ante un estado que cuenta con una izquierda cobarde y sometida a los caprichos de una derecha rancia y profundamente reaccionaria.

La coalición entre catalanes y vascos es la mejor noticia del último año, permite a la izquierda abertzale salir del confinamiento en que les querría mantener el deep state

El deep state ha intentado reventar hasta el último momento el acuerdo estratégico trazado por el BNG, Bildu y ERC ante Podemos y PSOE. Para estos, que se sienten fuertes parapetados en los aparatos del Estado, el "cuanto peor, mejor" es, de largo, su terreno preferido de juego. Por eso les ha puesto histéricos el acuerdo entre Podemos y el PSOE condicionado por BNG, Bildu y ERC, obviamente con un protagonismo destacado de los republicanos catalanes, por el número de votos y escaños y por la coyuntura política. Han echado fuego por los ojos. Lo han intentado reventar por todos los lados posibles. Y aquí ERC ha hecho una demostración histórica de serenidad ante las acometidas del deep state y de los que, en las antípodas, se han aliado de facto para hacer implosionar el acuerdo desde el primer momento e, incluso, instrumentalizando chapuceramente el tiro al pie que en el fondo es la inhabilitación del president Torra por un organismo controlado por el PP. Y de Oriol Junqueras todavía con mayor contundencia. Hay que decir, sin embargo, que si la JEC se ha podido atribuir estas competencias es ―no está de más recordarlo― porque alguien se las otorgó, como con la ley de partidos y con los mismos protagonistas. Los extremos, y los que se han convertido en extremos repentinamente, han querido reventar la materialización del "sit and talk", desde las entrañas, apelando a un maximalismo que, además, nada tiene que ver con su praxis política tan incongruente como contraproducente y que no sostiene la mínima coherencia, hecha a base de palos de ciego y con una vocación cainita que pone los pelos de punta. La embestida contra el "sit and talk" no sólo roza el absurdo, es el síntoma de una desorientación estratégica tan notable que desnuda a sus protagonistas hasta el paroxismo.

El remate ha sido la astracanada de la bandera de Palau. Ya decía Tarradellas que "en política se puede hacer de todo, menos el ridículo". Y todavía alguien reñía a las bases republicanas y las incitaba a "reflexionar". Ya dice el refrán que a menudo es más fácil ver la paja en el ojo ajeno que la viga en el propio. ¿Serán capaces los estrategas del "cuanto peor, mejor" de salir del callejón sin salida y sumar al lado de los que como BNG, Bildu y ERC definen una estrategia posibilista que no es rehén de las prisas y que entiende que ante un enemigo inmensamente poderoso el griterío estéril es el reflejo de la impotencia?

Nada bajo el cielo es más dúctil y moldeable que el agua, pero cuando ataca cosas duras y resistentes, no hay nada que la supere. "Somos el viento", le decían a Raül Romeva cuando puso la cara en una candidatura por otro. Pues eso, como la mata de junco de Ramon Muntaner, conscientes de nuestras debilidades y de que nuestra fortaleza se basa en sumar una amplia mayoría y en una estrategia que, si quiere ganar, tiene que rehuir de toda tentación de golpearse la cabeza contra la pared.