Una actitud clásica de la extrema izquierda ha sido favorecer a la derecha y a sus intereses a fuerza de denunciar las renuncias de la socialdemocracia o corresponderles con todo tipo de improperios. Hay infinidad de ejemplos históricos.

"Socialfascismo" fue un término aplicado por los partidos estalinistas a los socialdemócratas. A la hora de la verdad este fue uno de los principales obstáculos para articular el frente antifascista a principios de los 30. Haciendo una caricatura diabólica de la socialdemocracia, los partidos estalinistas profundizaron en las divisiones internas del movimiento obrero y regalaron tiempo y oportunidades a los partidos fascistas. No fue hasta 1935 que se dieron cuenta de su error y empezaron a defender la formación de frentes antifascistas amplios, como el Front d'Esquerres en Catalunya.

Dos ejemplos de la tradición más dogmática del movimiento libertario, en Catalunya también: negarse a participar en las listas de izquierdas de febrero de 1936 (que dieron como resultado la liberación de Companys y el resto de encausados) con el sonsonete del apoliticismo electoral. Y el caso de algunos de la Fai, amigos del pistolerismo y los paseos después de julio de 1936 que, al final, después de la guerra, acabaron enrolados a la Falange.

La línea sectaria del KPD alemán contra toda la izquierda no comunista. Se consideraba el capitalismo como un todo (del cual el fascismo sería una simple excrecencia). Fue una estrategia que contribuyó poderosamente al fracaso de la República de Weimar y al ascenso al poder del nazismo. También parte de la ultraizquierda chilena consideraba pequeñoburgués la Unidad Popular de Allende. Tuvo que llegar la dictadura de Pinochet a fin de que admitieran su error. Y tampoco se vale a olvidar el caso del maoísmo francés post-mayo del 68. Empezaron siendo los más radicales (preconizando incluso la confrontación armada) para acabar aportando cuadros intelectuales a la derecha francesa.

Y todavía podríamos citar el caso del Partido Comunista de Nicaragua que acabó formando parte de la coalición electoral de la UNO de Violeta Chamorro que, con el apoyo de los Estados Unidos, derrotó el Frente Sandinista de Liberación Nacional, una formación política que si bien acabó resecada por la corrupción todavía era, en aquel momento, un referente de la lucha antiimperialista en la América Latina.

Viene todo este repaso histórico a cuenta de la campaña organizada contra la Ley Aragonés o más bien contra Pere Aragonès, una ley que —cabe señalar, para ser justos— sobre todo, de entrada, amenaza los intereses monopolísticos de grandes corporaciones como la de Florentino Pérez. Y si es chocante la actitud maximalista contra esta propuesta de ley, que claramente favorece la calidad y los grupos de proximidad, todavía choca más la falta de rigor de la campaña lanzada en contra, cargada de medias verdades en el mejor de los casos, de tópicos, de prejuicios y dibujante escenarios apocalípticos. Tampoco indica un gran rigor que mientras la ley se ha tramitado, con multitud de comisiones y comparecencias, los que ahora ponen el grito en el cielo no dijeron nada de nada al Parlamento.

Ya durante la campaña electoral, los anticapitalistas exhibieron maneras que no tocaban y recurrieron a acusaciones impropias de personas que obran por el bien común. A Gabriel Rufián, en pleno debate electoral, lo quisieron descalificar por haber asistido a la boda de la hija de un alto cargo de la Fundación Bankaria, la que gestiona la obra social. El caso es que era falso, falso del todo. ¿Pero aunque hubiera sido cierto, es honesto entrar en la vida privada de las personas? ¿Porque de ser así, tal como hizo el ciudadano Carrizosa, al Parlamento, cuál es el límite? ¿O no hay? ¿Y, por otra parte, no hay un deje clasista en los renovados ataques al del barrio de Fondo de Santa Coloma?

Hay todo un mundo seducido por la retórica grandilocuente, que alecciona del derecho y del revés, que tendría que reflexionar sobre su rol en la política catalana; no sea que acabe sirviendo a los intereses de un tradicionalismo que se resiste a perder su hegemonía política y cultural a base de restylings. Que los anticapitalistas hoy estén tan lejos de los planteamientos estratégicos y tácticos de formaciones como Bildu, ni que sea por las complicidades de las últimas décadas, y al mismo tiempo tan cerca de otras tradiciones políticas, quizás les tendría que dar que pensar.