Quim Forn es un tipo noble. Siempre lo ha sido. Por eso no es ninguna sorpresa que al ser preguntado por el relevo de Trapero haya defendido la decisión del conseller Elena, titular de Interior. A Forn lo buscaban precisamente para generar un titular en contra. Por aquello de que siendo de Junts y habiendo compartido responsabilidades con el exmajor Trapero pudiera contribuir a alimentar una polémica, que ni es neutral ni desinteresada.

Trapero había sido restituido como major de los Mossos después de ser absuelto por la Audiencia Nacional. Forn había sido encarcelado por el mismo tribunal sin contemplaciones y sin poder eludir la prisión con fianza ni cautelares de ningún tipo. Y posteriormente fue condenado por el Tribunal Supremo. Trapero no, y, sin duda, pasó un mal trago. Pero salió airoso. También ayudó a ello el haber explicado con pelos y señales que lo tenía todo previsto para detener al propio Quim Forn, su jefe político. Además del resto del Govern.

Trapero fue restituido como major por el conseller Sàmper, con el aval del president Torra. Y de Puigdemont, que había pactado y avalado los cambios. El propio Sàmper declaró enseguida —tan pronto como Elena anunció una reestructuración del mando de los Mossos— que si él hubiera seguido siendo conseller hoy Trapero seguiría siendo jefe supremo de los Mossos. Y podía haber sido así. Porque Sàmper se ofreció a los republicanos para seguir. También se ofreció a Junts. Y tampoco se abstuvo de ofrecer su buen oficio a la Delegación del Gobierno. "¿Si eres bueno y tienes vocación de servicio", se debió decir a sí mismo, "por qué razón no tienes que tener la generosidad de ofrecer tus servicios?"

Trapero no solo ha sido un hombre poderoso. También bien informado y bien conectado, también mediáticamente

Trapero mandaba. Y mandaba mucho. Desde hacía muchos años. Era —es— un policía con una gran experiencia y autoridad. En los atentados del 17 de agosto también demostró que es un policía resolutivo, con ímpetu y carácter. También gallo del gallinero. De ser íntimo del teniente coronel Baena pasó, de la noche a la mañana, a estar a matar. Lo explica el periodista Carlos Quílez en El contragolpe. Las mentiras y corruptelas que España, Cataluña y Andorra esconden bajo la alfombra del procés. Porque Trapero no solo ha sido un hombre poderoso. También bien informado y bien conectado, también mediáticamente. Al mismo tiempo, es el policía que lideró la exitosa respuesta al salvaje atentado de Barcelona que tanto cabreó —la exitosa respuesta, precisamos— a la Policía Nacional y la Guardia Civil. Un éxito que le valió ser elevado al altar del independentismo. Al menos por una parte de este. De hecho, ya se había dejado ver a la tradicional comida de la jet set nacionalista aquel verano. Salían con él y se dejaba festejar. Tanto fue así que en las elecciones del 2017, Puigdemont lo tanteó para sumarse a su candidatura. Aquí, víctima también del 155, ya dijo que no.

Cuando Quílez habla de fuentes directas en El contragolpe es especialmente interesante porque explica, entre otros, quién es el juez Aguirre, el juez que instruye el caso Volhov contra Tsunami Democràtic. Quílez confiesa haber sido amigo, confidente y confesor del juez. E igual que Baena y Trapero rompieron, también Quílez partió peras de la peor manera con Aguirre, a quien deja a la altura del betún mientras lo acusa de haber urdido un auténtico montaje. No solo en la Operación Volhov. También cuando, en el pasado, lo imputó a él mismo como revancha.

¿Esta vez, el excomisario Villarejo miente o dice la verdad o, tal vez, parte de ella?

Quílez habla bastante de la Policía Patriótica, de Villarejo y Pino, de la CIA y del CNI, de las corruptelas andorranas y de cómo se sacrifica la Banca Privada de Andorra para salvar otros bancos andorranos y liquidar la competencia. También habla de los Pujol, sobre todo de Jordi Pujol Ferrusola, de quien apunta que había sido socio del marido de María Dolores de Cospedal. Y de Prenafeta y Alavedra, que no quedan nada bien. Y al mismo tiempo admite la obsesión de la Policía Patriótica por fabricar pruebas contra Oriol Junqueras. También contra Mas. Toda la parte dedicada a la trama andorrana es densa y, en algún momento, con conjeturas, especulaciones y tantos intereses cruzados que es difícil seguir la lectura. Pero vale la pena, hay mucha información. También del papel de Villarejo, ahora en el ojo del huracán. ¿Esta vez, el excomisario miente o dice la verdad o, tal vez, parte de ella?

Quim Forn podía haberse apuntado al pim-pam-pum. O sencillamente haber silbado. No hizo ni una cosa ni la otra, sino que noble como es ha dicho lo que pensaba. Sin descalificar a nadie. Pero avalando con toda claridad la decisión tomada y el rumbo marcado por Joan Ignasi Elena.

Si alguien se había creído que el exalcalde Vilanova no tenía bastante carácter como para implementar los cambios que consideraba imprescindibles, ya debe haber descubierto que cuando Elena se empeña no retrocede. Ni cuando se trata de rectificar conflictivos protocolos de desahucio, ni de resolver una situación enquistada con el Govern Torra de acusaciones desproporcionadas contra manifestantes. O de actuaciones policiales poco ponderadas. Ni de corregir el desequilibrio de género en el cuerpo. Y tampoco cuando se trata de pactar con Madrid la jubilación anticipada de los Mossos, prerrogativa de la que ya disfrutaban los agentes de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado. Quizás la imagen tranquila de Elena podía haber hecho pensar que sería un hombre de paja y se dejaría intimidar. Que no osaría tocar nada por temor a la previsible respuesta.

Elena puede ser afable. Y lo es. De hecho, es un gran tipo. Pero también es astuto, enérgico y sabe ejercer el poder y mandar. Y ya es sabido que difícilmente puede haber dos gallos en el mismo gallinero.