La alcaldesa de Barcelona —gracias a Manuel Valls— ha vuelto a poner el foco sobre la conselleria de Interior después de los últimos incidentes nocturnos en la ciudad de Barcelona, que gobierna a pesar de haber perdido ante Ernest Maragall en los comicios de 2019.

Le debe tanto al xenófobo Valls —obsesionado por la presunta inseguridad en las calles de Barcelona- que le debe todo. Colau podía haber optado por un acuerdo con los republicanos que, como mínimo, estaban dispuestos a compartir la Alcaldía. Pero optó para aferrarse a la poltrona e impedir así la alternancia y que la capital de Catalunya volviera a tener un alcalde republicano después de 80 años.

Colau y la peor derecha de la ciudad —según la más suave expresión de los Comunes— sellaron un acuerdo desde primera hora con el socialista Collboni de maestro de ceremonias. Y hoy, después de seis años, la Capital de Catalunya sale maltrecha en todos los sentidos. Con aquella decisión que Colau, como el apóstol Pedro, había negado previamente hasta tres veces, la actual alcaldesa tiró por la borda un acuerdo inédito que habría permitido que, por primera vez, Barcelona fuera genuinamente republicana, soberanista y de izquierdas. La decisión de Colau fue una puntapié en el hígado de los Tardà o Cuixart (luchas compartidas) que siempre han bendecido una aproximación de espacios.

Los incidentes por el macrobotellón de Barcelona son una excepción, al menos con respecto a la magnitud, y es propio de la derecha, de aquí y de allí, pretender hacer creer que Barcelona es la ciudad sin ley. Es tan malintencionado como el habitual recurso de Colau de culpar de todo y para todo el Govern de Catalunya.

Precisamente si hay una conselleria ante la cual Colau se tendría que quitar el sombrero es la que hoy dirige Joan Ignasi Elena. En dos días hemos dejado de ver desahucios a porrazos, una actuación de los antidisturbios infinitamente más proporcionada y una drástica inflexión en las penas de prisión solicitadas desde el mismo Govern del "apretad".

Colau tira de tópicos tronados de una izquierda de cartón piedra que siguen viendo en los socialistas al hermano mayor y en hombres como Jaume Giró (conseller de Economía) el suegro a batir.

Elena y Giró son dos magníficos ejemplos de personas con compromiso, profesionalidad y principios dispares capaces de sumar y sobre todo de aportar su valía personal a un proyecto colectivo. Ha demostrado Giró más coraje  y disposición al riesgo asumiendo la patata caliente de los avales (nada más poner los pies a la Generalitat) que el gobierno de Colau en seis años —más allá de haber retenido la Alcaldía vendiéndose el alma al Diablo, fondo black según el lenguaje de los Comunes—.

Ahora que los antidisturbios de la Brimo ya no disparan pelotas de goma a los manifestantes y se han encontrado un conseller (Elena) que manda y arregla con un inédito sentido de la proporcionalidad, Colau sigue (después de seis largos años) echando balones fuera, a discreción, derivando responsabilidades sin asumir ni una.