Hace un tiempo El Mundo publicaba un artículo que nos atribuía a los catalanes la muerte de Dios. La tesis era que Poncio Pilato reclutó a sus soldados en la Tarraconense. La entonces provincia romana llegaba hasta Galicia, más de media península. Ergo los soldados a las órdenes del gobernador romano de Judea, que torturaron a Jesús en la cruz hasta matarlo, eran catalanes.

Recuerdo haber comentado este artículo con Oriol Junqueras, que hizo una breve exhibición de su erudición a propósito de la tesis que suscribía la eminencia de El Mundo. Quizás ante el inquisidor del Supremo, vista toda la literatura imaginativa con la que Llarena disfraza sus elucubraciones, recordó aquel cándido artículo.

El cristianismo demonizó a los judíos con la peor de las acusaciones posibles. Los judíos habían matado a Dios. No había peor acusación para estigmatizar a un pueblo, en una sociedad como la cristiana de la Edad Media, que atribuirle el peor de los crímenes. Ser judío ya era un pecado en sí mismo. Y contra este tipo de herejes, todo se valía, y ningún derecho les amparaba. Asesinaban a niños, envenenaban el agua, fornicaban con el demonio o blasfemaban el nombre de Dios. Y siempre eran culpables, a menos que demostraran lo contrario, que era como pedir el oro y el moro.

Llarena ha invertido la carga de la prueba. Hay malversación a menos que alguien demuestre lo contrario. Eres culpable a menos que demuestres tu inocencia

Solo en esta clave se entiende que Llarena impute a Junqueras y al resto de consellers la violencia policial contra los ciudadanos que querían votar, que es la única que se vivió. Y añade a los Jordis, a quienes hace responsables del pretendido asedio violento de los asaltantes de la Conselleria d'Economia. Solo haría falta que Llarena pidiera las imágenes de las cámaras fijas de Economia para saber y objetivar la verdad. En el sumario de Llarena, sin embargo, la verdad es accesoria.

Llarena sostiene una tesis que nadie compra fuera de España. Nadie. Su neutralidad no es ni formal. ¿No aceptan el delito de rebelión? Pues intento con el de sedición, a ver si compran. Llarena se adentra en el terreno de la especulación y llega a hablar de una masacre potencial. Pero si por una parte hay uniformado armados hasta los dientes y por la otra ciudadanos con papeletas y urnas de plástico, ¿quién habrían sido las víctimas y quién los verdugos? La arbitrariedad del magistrado necesita imputar el papel de verdugos a los que fueron golpeados y al Govern escogido por los ciudadanos, y el papel de víctimas a los que se hartaron de repartir palos y a los que lo ordenaron.

A Llarena le da lo mismo si en Europa todo el mundo cree que va pasado de vueltas, porque al Estado todo el mundo le ríe las gracias

Llarena ahora también se ha enfadado con Montoro. El ministro de Hacienda no ha parado de decir, con contundencia, que no se ha gastado ni un euro público para el referéndum. Y claro, ¿cómo mantienes una acusación por malversación de dinero público si el propio ministro del ramo dice que no se gastó ni un euro? "Aporte pruebas", le dice el necio. Llarena ha invertido la carga de la prueba. Hay malversación a menos que alguien demuestre lo contrario. Es un prodigio. Eres culpable a menos que demuestres tu inocencia.

A Llarena le da lo mismo si en Europa todo el mundo cree que va pasado de vueltas y que su sumario es una cruzada. Porque al Estado todo el mundo le ríe las gracias. La prensa de Madrid que profesaba admiración por Franco y Hitler lo aplaude y alborota a la parroquia exigiendo mano dura. ¡Dale, que son catalanes! Contra los catalanes, y en particular contra los independentistas, todo se vale. Llarena llega a expresarse en términos de juez y parte sin ningún rubor, copiando argumentos y actitud a la extrema derecha que representa VOX mientras es ovacionado por el joven falangista que quiere gobernar España.

Ahora bien, ¿de dónde nace tanta animadversión? La obsesión para construir una acusación lo delata. Hace unos días, El Punt Avui ponía al descubierto los orígenes catalanes de la familia de Llarena, represaliados por republicanos y franquistas, reconvertidos posteriormente a "Una grande y libre", algo que solo demostraría aquella frase hecha sobre profesar la fe de los conversos: son los más implacables contra el pasado del que reniegan.