Hay tres fechas clave en el camino del 1 de Octubre. El 14 de julio, el 17 de agosto y el 20 de septiembre. Son tres fechas determinantes que explican las debilidades y las fortalezas del Govern y de la conjura política y social que impulsó el 1 de Octubre. El referéndum iba por la pedriza la primavera del 2017, hace ahora justamente un año. Un Govern en crisis, lo que era un secreto a gritos; una crisis que no se afrontó hasta julio, justo en la cuenta atrás hacia la consulta del 1 de octubre.

La mitad de los consellers de aquel Govern se habían insubordinado. Creían que el referéndum no se podría celebrar y pedían sustituirlo por un adelanto electoral y la convocatoria de unas según elecciones plebiscitarias, mientras apelaban, nuevamente, a la unidad en torno a una lista única. Siempre el mismo recurso táctico, la lista única, a pesar del resultado decepcionante, a pesar de la controversia intestina que provoca, a pesar del frontismo que proyecta, aunque como artefacto electoral de país no funciona, tal como se constató ante las expectativas generadas en septiembre del 2015. El mismo mantra de siempre, en que se prioriza el quién y no el qué; lista única en torno a una bandera (a ver quién la agita con más energía) que un día y otro se utiliza como cebo emocional, mientras se rehúye toda lógica racional.

El president Puigdemont había heredado un Govern hecho a la medida de otros. Pero en plena tormenta se resistía a hacer ningún cambio

El president Puigdemont había heredado un Govern hecho a la medida de otros. Pero en plena tormenta se resistía a hacer ningún cambio. Todos los actores políticos y sociales comprometidos con el referéndum se lo exigían. El referéndum se encontraba en un callejón sin salida. Faltaban poco más de dos meses para que se celebrara y el bloqueo amenazaba con hacer saltar el 1 de octubre prematuramente por los aires. Junqueras —que sí había designado a los consellers de ERC— llevaba meses pidiendo cambios y advertía del bloqueo. La situación era insostenible. Incluso el cartesiano Artur Mas acabaría apostando por los relevos. Mas, que durante un tiempo no veía con buenos ojos el referéndum y que inicialmente se había pronunciado a favor de unas segundas elecciones plebiscitarias con la reedición de Junts pel Sí, terminaría apostando claramente por el 1 de octubre, ante la evidencia de que no había ninguna alternativa mejor.

La crisis se resolvió finalmente con la destitución de cuatro consellers del PDeCAT y del secretario del Govern, miembro del mismo partido. Cuatro días antes ya había sido destituido Jordi Baiget (Empresa), también del PDeCAT, después de declarar en una entrevista el 3 de julio en El Punt Avui que "probablemente no podremos llevar a término el referéndum y tendremos que hacer algo diferente", a la vez que afirmaba que parte del Govern no estaba "en el núcleo duro de las decisiones" y que no se les había "consultado" sobre la estrategia que se seguía.

Junqueras salvó de la destitución a Toni Comín y Meritxell Serret, que era la compensación que exigían desde el PDeCAT para maquillar la crisis de gobierno

Con la remodelación, Puigdemont decide mantener a Santi Vila e, inesperadamente, a Meritxell Borràs, a quien le quita la patata caliente de las competencias en procesos electorales, que transfiere a Oriol Junqueras. Junqueras salvó de la destitución a Toni Comín y Meritxell Serret, que era la compensación que exigían desde el PDeCAT para maquillar la crisis de gobierno. Los nuevos consellers serán Clara Ponsatí, Lluís Puig, Jordi Turull y Quim Forn. Los dos primeros se exilian a Bélgica al lado de Puigdemont. Cuando Turull y Forn son encarcelados, el 2 de noviembre, hacía solo tres meses que eran miembros del Govern, desde el 14 de julio. De hecho, es el mismo Junqueras quien lanza la idea de que Jordi Turull sea nombrado nuevo conseller de Presidència. Este es uno de los sitios clave de la estructura del Govern y, además, el conseller de Presidència es al mismo tiempo el portavoz del Govern. La incorporación de los nuevos consellers supone un soplo de aire fresco, permite salir del impás y comporta un nuevo impulso al referéndum, con un papel muy relevante que asumen, sobre todo, Turull y Forn; este último, el conseller de Interior que gestionará la respuesta al atentado islamista de La Rambla el 17 de agosto. El siempre bien informado Pepe Antich explicaría el objetivo de la remodelación de aquel Govern: "Asegurar la realización del referéndum del 1 de octubre y el paso decidido y coordinado de todos sus miembros. Y, en última instancia, eliminar resistencias y acabar con algunas palancas que bloqueaban algunas decisiones, una situación que ahora cambiará con Jordi Turull y Joaquim Forn".

La eficaz gestión de gobierno de aquel atentado (con un Quim Forn pletórico) provoca la irritación de un Gobierno español que observa atónito y desconcertado cómo los Mossos d'Esquadra liquidan en un tiempo récord la célula islamista, mientras en paralelo el ministro del Interior, Juan Ignacio Zoido, bordea el ridículo. Desde aquel momento, Forn y el mayor Trapero pasan a estar en el punto de mira del Estado. La humillación con que el Gobierno español vive la solvente actuación de los Mossos se traducirá velozmente en espíritu de venganza contra el conseller Quim Forn. Su prisión incondicional se explica, precisamente, por haber sido el principal responsable político de unos Mossos d'Esquadra que se erigieron en un cuerpo de seguridad de estado, resolutivo y eficaz como ningún otro, mientras los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado cazaban moscas.