Recuerdo haber recorrido centenares a veces las calles de Euskal Herria y haber oído el "Presoak kalera, amnistia osoa". Es decir, "presos en la calle, amnistía total". No se puede equiparar la situación en Catalunya con el conflicto violento que sacudía el País Vasco. También porque aquella confrontación lo fue con una izquierda abertzale que tenía una inequívoca y única representación electoral en Herri Batasuna y las diversas marcas electorales que la sucedieron. El movimiento independentista en Catalunya es mucho más plural y preciso, y por eso mucho más amplio.

Durante los años de plomo, la izquierda abertzale se movía en torno a un 17 por ciento del apoyo electoral. Nunca superó el 20 por ciento, con un máximo de 13 escaños. En Navarra siempre por debajo del 14 por ciento. Hasta ahora, hasta la tregua definitiva de ETA y su disolución. Es obvio que la violencia era un lastre electoral, al menos electoral. Aparte del drama humano, que no era menor. Con las treguas de ETA, la marca electoral de la izquierda abertzale ya consiguió mejorar ligeramente su techo e incrementar sus expectativas. Hasta la tregua definitiva en la que Bildu tuvo el mejor resultado histórico de la izquierda abertzale superando el 25 por ciento de los votos y alcanzando a 21 diputados. Por primera vez aspiraron a desbancar al PNV como primera fuerza, aunque quedaron lejos todavía.

A pesar de su omnipresencia en las calles durante décadas, también en función del territorio, los registros electorales no se han incrementado notablemente hasta la nueva etapa propiciada por Arnaldo Otegi, entre otros, hoy coordinador general de Bildu, un gran líder y uno de los artífices indiscutibles de la nueva etapa política. Hoy, aquel ambiente que se vivía en las calles mientras ETA era un actor de la política vasca, ha bajado de intensidad. Las calles y plazas de muchas villas y ciudades, los bares, parecen más tranquilas y el ambiente de combatividad se ha suavizado. Pero, por el contrario, el apoyo electoral es más alto que nunca. A menudo el ruido, por intenso que sea, no significa que detrás cuente con un apoyo social equiparable. Ni mucho menos.

A pesar de un apoyo electoral que no llegaba al veinte por ciento, Herri Batasuna realizó posible el Pacto de Lizarra, un hito histórico, que reunió una mayoría absoluta del Parlamento vasco gracias a la participación del PNV, HB, EA e Izquierda Unida. Y al mismo tiempo también con la adhesión de una mayoría sindical encabezada por LAB y ELA, una mayoría inexistente en Catalunya, uno de los talones de Aquiles del movimiento independentista. Era en 1998, en España gobernaba el PP de Aznar. El líder popular llegó a hablar del Movimiento Vasco de Liberación Nacional, autorizó negociaciones con ETA, liberó presos, cerca de 200, acercó todos los que había en las Canarias (por la política de dispersión) en la península. También Mariano Rajoy, entonces Ministro, bendijo aquella estrategia. A finales de 2019, ETA no tuvo paciencia y rompió la tregua que había propiciado aquel escenario. Y el Pacto de Lizarra, y sus esperanzadoras mayorías, saltaron por los aires.

En Catalunya, la libertad, los presos, el referéndum de autodeterminación, son los grandes consensos políticos que marcan la diferencia entre el 48 por ciento largo de apoyo electoral al independentismo y dos terceras partes del país

Sobre Lizarra, localidad navarra que había sido gobernada con mayoría absoluta por el PP y que hoy se la disputan la derecha navarra y Bildu, se construyó una potente mayoría soberanista no sobre máximos, ni maximalismos, sino sobre amplios consensos. Pero no tuvo recorrido, poco más de un año. ETA volvió a atentar. Los maximalismos se impusieron por encima de los grandes consensos. Y perdió claramente la parte más débil, el conjunto de la izquierda abertzale. Todas las esperanzas que se abrieron con Lizarra se desvanecieron de golpe. La siguiente tregua ya tuvo un punto de partida menos ambicioso. Y cuando ETA también dio por acabada aquella tregua y volvió a atentar en la T4 de Madrid, el Estado se sintió lo bastante fuerte para arremeter salvajemente contra todo y cortocircuitar cualquier posibilidad de diálogo y acuerdo.

En Catalunya, la libertad, los presos, el referéndum de autodeterminación, son los grandes consensos políticos que marcan la diferencia entre el 48 por ciento largo de apoyo electoral al independentismo y dos terceras partes del país. La diferencia es sustancial.

La respuesta a la sentencia tiene que tener voluntad de abrazar esta mayoría social que va más allá del independentismo y que es imprescindible para avanzar. Una respuesta de consenso, amplia, que no tiene que descartar protestas simultáneas que vayan más allá de manifestaciones masivas o paradas de país. E instrumentos como la desobediencia cuando llegue el momento.

Tal como sucedió el 3 de octubre ante la represión policial del 1 de octubre, cuando una mayoría transversal se expresó en la calle. Solo que en esta ocasión hace falta saber aprovechar la indignación y la movilización para sumar y establecer alianzas de largo recorrido con aquellos que no siendo independentistas comparten principios democráticos fundamentales y no aceptan el vergonzoso encarcelamiento de dirigentes políticos y sociales y todavía menos las condenas por rebelión o sucedáneos que prepara el Tribunal Supremo. Esta es la mayoría amplia, democrática y republicana, que tiene que poner en jaque al régimen de la restauración borbónica que pretende un escarmiento ejemplar con graves condenas y al mismo tiempo aniquilar la sed de justicia y el hambre de libertad de la sociedad catalana.

La amnistía tiene que ser una de las piedras angulares y de consenso social a partir la sentencia que se avista; sobre esta, sobre la defensa de los derechos y libertades de todos, sobre la justicia social, sobre el referéndum de autodeterminación, hay una vía de ancho europeo y de largo recorrido para salir del actual callejón sin salida, una puerta a la esperanza abierta de par en par.