La alcaldesa tiene derecho a hacer vacaciones. ¡Y tanto! Sólo faltaría. Claro que alcaldesa sólo hay una. Y que Colau es la alcaldesa que perdió las elecciones pero que optó por retener la poltrona a cualquiera a precio. Es decir, aceptando el cordón sanitario participado por un representante de la derecha extrema e ideado por un PSC que jugó fuerte. Cuando Iceta no obtuvo el beneplácito de ERC para ser senador, se mostró profundamente ofendido. Quizás tenía todo el derecho del mundo, si bien siempre nos quedará la duda de saber por qué motivo no se presentó a las elecciones si su deseo y su noble aspiración era presidir el Senado. Según algunos analistas, la operación Barcelona fue la venganza de los de Iceta. Y la de la Diputación, la patada final pactada con los indepes más indepes que ha dado nunca a la catalana tierra.

El PSC montó un sacramental la víspera electoral. Parecía que los independentistas habían cometido un sacrilegio haciendo uso del libre arbitrio en la votación de los senadores. Cuando los males de los pobres afectan a los ricos parece que el mundo se acabe. Los socialistas, como los postconvergentes, siguen aferrados a una tradición, a una especie de derecho natural, como las sociedades estamentales, son los gestores naturales del bien común. Todo lo que a ellos les afecta y altera sus deseos, lo sufren como una irreverencia inadmisible. Por eso, después de erigirse como los buenos samaritanos frente la barbarie indepe, los mismos que se rasgaban las vestiduras por el asunto Iceta, se permitieron negar la palabra a aquellos a quienes cuatro días atrás exigían que mansamente hicieran senador a Iceta, apelando a una ley no escrita. Y es así que Collboni, mientras Colau se escudaba en hacer a un Gobierno tripartito en Barcelona de izquierdas, decía ella, arrancaba a freír esparragos la invitación de Ernest Maragall de dialogar, atendiendo a la farsa de Colau. Haríamos bien en no olvidar a lo largo de la legislatura el menosprecio de Collboni y el silencio de Colau, que para ser alcaldesa se habría tragado ya no este sapo sino una alberca entera.

La cuestión es que el gendarme Valls se significó en la llegada a Barcelona para denunciar la inseguridad ciudadana. Barcelona era una especie de ciudad sin ley, una exageración. Pero que tenía buena pinta para un hombre que se había significado por sus posiciones derechistas, al límite. Por eso fue fichado a golpe de talonario por los actos de Sociedad Civil Catalana primero y después por un Rivera que exalta como nadie la fiebre patriótica. Lo sacaron del ostracismo político que se había ganado a pulso. Los franceses se quedaron bien descansados y no parece que lo echen de menos.

El problema del Gobierno de Colau es que nació exclusivamente a la contra, que los socios que la integran sumaron la codicia a la gula como principales ingredientes

Valls prometía mucho y resultó menos que Coutinho en el Barça. Primero fue el enésimo espantajo para evocar la lista única. Después un ratonero de vuelo rasante que nunca arrancar el vuelo. Pero al final, en este punto fue imprescindible, se erigió como el comodín imprescindible para evitar una alcaldía republicana. De rebote, este verano, como si fuera profecía, nos ha llevado la peor oleada de homicidios que se haya conocido en la capital catalana. Colau ha delegado en el PSC la cuestión de la seguridad ciudadana que enseguida se tradujo al responsabilizar a los manteros de todas las desgracias. Ya lo decía mi abuela republicana que no hay que evocar el mal tiempo porque este llega solo.

El problema del Gobierno de Colau es que nació exclusivamente a la contra, que los socios que la integran sumaron la codicia a la gula como principales ingredientes, que se apresuraron a repartirse sillas sin firmar ningún tipo de acuerdo programático, que lo único que bramaba con alguna concreción era Valls y su ciudad sin ley y que los encargados de ejecutar el discurso de Valls serían los de Collboni y, finalmente, que dinamitaron un gobierno republicano y de entendimiento que habría sido el mejor homenaje a aquella Barcelona de los años treinta que deslumbró el mundo libre; la mejor escenificación de la voluntad de construir la capital del sur de Europa y de consolidar un amplio espacio soberanista y transformador que dejara atrás la Catalunya dual.

Es un refrán lo bastante conocido que lo que mal empieza, mal acaba. Cuando no se tiene más norte que retener el poder, cuando no se tiene ningún propósito más que arrinconar la fuerza ganadora de las elecciones, cuando la apelación a la izquierda es un recurso más interesado y vacío que el de la lista única, entonces lo que queda es una confluencia de gente satisfecha que se mira el ombligo, que han llegado a la cumbre coronándose en plaza de Sant Jaume y que como el avestruz centrifuga las responsabilidades escondiendo la cabeza bajo el ala.