Tiene razón cuando dice que se tiene que proteger a todos los ciudadanos de Catalunya ante la violencia. Tiene razón como premisa general, si no fuera que sus palabras son la expresión del cinismo, al más puro estilo falangista de antaño. Porque ciertamente en Catalunya hemos sufrido una oleada de violencia brutal. A menudo a plena luz del día, a menudo ante las cámaras. No me refiero a los uniformados que de día zurraron a abuelos que solo llevaban una papeleta en las manos para votar, violencia que Rivera festejó y justificó. Tampoco me refiero a los mismos uniformados que de noche, ahora ya sin uniforme, pegaron, se mearon y amenazaron a ciudadanos incluso con armas de fuego, pistola reglamentaria en mano. De día, uniformados; de noche, incontrolados. No es nuevo. Tampoco me refiero a eso, aunque podría hacerlo.

Hablo del alud de agresiones españolistas y de la extrema derecha, de las razzias que bajaban de Upper Diagonal. En nuestras calles se ha ejercido una violencia física, de verdad, gratuita e ideológica, contra personas o contra escuelas o medios de comunicación, como Catalunya Radio, uno de los objetivos preferentes de la caverna. Una espiral de violencia alimentada por el discurso incendiario de la derecha que un día y otro han disparado y disparan contra la emisora pública —y TV3, evidentemente— acusándola de fomentar el odio. Era cuestión de días que, sembrando este clima, se pasara de las palabras a los hechos. Y efectivamente, en Catalunya Radio, los trabajadores acabaron temiendo por su integridad. Tan pronto como se hacía de noche, durante unos días, el fascismo se agrupaba y se disponía a hacer visitas. En Catalunya Radio solo hubo daños materiales. Solo la serenidad y la cautela de los trabajadores de la radio pública impidieron las agresiones a periodistas y que los fascistas asaltaran la emisora. Se sabían impunes. Ni la presencia de medios y cámaras filmando las agresiones les disuadía. Las razzias bajaban de Upper Diagonal, al anochecer. Hijos de buena casa, mezclados con veteranos militantes fascistas, corrían por las calles, pegaban a quien querían e irrumpían en propiedades públicas o privadas al grito de "Viva España"! y "¡Golpistas"! Nunca nadie fue detenido, a pesar de los múltiples testimonios gráficos. El "¡a por ellos"! fue fulminante, como una licencia para repartir estopa alegremente. El balance de las agresiones españolistas lo recogía Media.cat en un exhaustivo informe del periodista Jordi Borràs. Entre el 8 de septiembre y el 11 de diciembre de 2017 en Catalunya hubo al menos 139 incidentes violentos que tenían una motivación política en defensa de la unidad de España —sin incluir la acción de las fuerzas de seguridad del Estado en torno al 1 de octubre para impedir el referéndum. De estos incidentes, la mayoría (86) fueron agresiones, con un balance de 101 víctimas con heridas de diferente consideración. El resto de los delitos fue de diversa tipología, pero principalmente amenazas, coacciones, actos vandálicos, violación de la propiedad privada y, como mínimo, dos casos de violencia sexual. Todo, absolutamente todo, impune.

Esta violencia, a menor escala, ha seguido con agresiones a ciudadanos que llevaban, simplemente, un lazo amarillo. Rivera siempre ha callado, siempre. Y por supuesto, nunca lo ha denunciado, y nunca, nunca ha instado a la justicia a actuar, aunque a menudo algunas de estas agresiones tuvieron lugar durante o después de manifestaciones donde él mismo participó. Se hace raro, como mínimo, que el alud de violencia que se desató, bien visible, no fuera denunciado ante la justicia con contundencia y expuesta como un ataque frontal a la convivencia y los derechos civiles y políticos. O que la justicia, tan celosa cuando se trata de intervenir por un tuit, no haya actuado de oficio ni una sola vez . La prensa españolista, la misma prensa que se escandaliza por un tuit ofensivo a Arrimadas o Rivera, la misma que ahora brama enfervorizada contra los CDR que, en todo caso, no han agredido a nadie, pasó de puntillas. Y si conviene, esta prensa encontró todo tipo de justificaciones. Claro que esta prensa del régimen —en algún caso la misma cabecera— ha protagonizado episodios delirantes a lo largo de su historia y sus páginas. Solo hay que recordar la versión sobre el bombardeo de Gernika que inmortalizó Picasso: "No hubo bombardeo de Gernika y sí destrucción por parte de los rojos".

Y como Albert Rivera tiene razón, como hay que proteger a todos los ciudadanos de la violencia, es imprescindible que ante la manifiesta inhibición de la justicia española, o incluso de la perversa tendencia a convertir el que denuncia en denunciado, por calumniador, que el nuevo Govern de la Generalitat tiene que crear prioritariamente una Oficina de Defensa de los Derechos Civiles y Políticos para defender a los ciudadanos. Es precisamente porque el patriotismo constitucionalista tiene más virtudes de las que nos pensábamos, también la de encubrir la violencia o la corrupción que se ejerce con su nombre, que tenemos que proteger al conjunto de la población de la violencia y de algunos de sus cínicos representantes.