Hace tiempo que Oriol Junqueras se dirige al cuerpo central del país y –quizás sin querer– enciende así a los extremos. Los de aquí y sobre todo los de allí. En las tertulias peninsulares, la derecha mediática brama poseída, clama que todo es una tomadura de pelo y que en particular los indultos son una cesión intolerable –a veces hablan incluso de rendición– a un Junqueras que ya engatusó a Soraya Sáenz de Santamaria con sus maneras florentinas. Siempre según su versión, claro. Es sintomático como los extremos se retroalimentan y pocas veces se puede visualizar con tanta claridad la coincidencia de planteamientos y actitud en los dos extremos que sobre el papel representarían las antípodas.

Me explicaba el otro día un periodista todoterreno de El Mundo, no sé si entre perplejo o resignado, que en la concentración del Liceo algunas personas habían increpado a los periodistas de los medios de comunicación españoles. Pero que en Madrid, cubriendo la manifestación de Colón, había visto algunos o muchos participantes insultando a los periodistas que trabajaban para medios catalanes cubriendo la protesta de la derecha extrema. Incluso bramaban contra el equipo de TVE me dijo, medio que consideraban poco patriótico. Sonreímos cuando recordamos que aquí tampoco es tan extraño ver como se apunta contra TV3, estelada en mano.

La entrevista de Oriol Junqueras en La Vanguardia insiste en dirigirse a la centralidad, entendida como el espacio que determina las mayorías imprescindibles para salir adelante, para hacer posible una mayoría abrumadora que haga inevitable un referéndum de autodeterminación. Joan Tardà hace tiempo que dice que ganar la partida no pasa por estresar a los convencidos sino por dar trabajo a los indiferentes. Toda la ciencia argumental de Junqueras se fundamenta precisamente en este esfuerzo para llegar a todos los demócratas sean o no independentistas, sin olvidar que hay un grosor de aquellos que votan formaciones independentistas que no está tan claro qué votarían en un referéndum. De no ser así, en las encuestas sobre intención de voto en un referéndum binario, la independencia se impondría con claridad. Camino del 1 de Octubre, Junqueras hizo una entrevista en Catalunya Radio con Mònica Terribas y aquel día, excepcionalmente, dejaron entrar en antena a un oyente. Este chinchó a Junqueras por el referéndum y le dijo que él votaría que no. El yudoca Junqueras respondió fintando. "Me parece perfecto" le dijo. "Lo importante es que los dos vamos a votar y ambos aceptemos el resultado. Porque en este país tendremos que seguir conviviendo, como hasta ahora, Usted y yo".

Esta actitud tiene mucho que ver con la expresión que utilizaron tanto Carme Forcadell como Dolors Bassa cuando se mostraban favorables al Govern del 3 de Octubre, expresión que sintetizaba la apuesta para ir más allá de las tres fuerzas estrictamente indepedentistas con representación parlamentaria. Era una manera de decir que es imprescindible seguir sumando y tejer alianzas y complicidades con sectores sociales que, sin ser independentistas, son favorables a los grandes consensos de país, al menos sobre el papel.

En Esperanza y libertad, Raül Romeva expresa con magistral concisión la actitud que tendría que tener el independentismo con cuatro máximas: Mano tendida, mirada larga, verbo sereno y cabeza alta. Lo dice él que viene de la izquierda pero que no viene del independentismo como, de hecho, la mayoría del actual cuerpo social independentista que no era independentista o solo lo era en la intimidad. No se explica el crecimiento vertiginoso del independentismo sin que el cuerpo central de los votantes de CiU no hayan dado este viraje, como no se explica sin la apuesta estratégica del Estatut que protagonizó ERC con Pasqual Maragall. Sin la catarsis que propició aquel largo y tortuoso proceso estatutario no podríamos explicar dónde estamos hoy. No fue aquel Estatuto una propuesta de máximos. Había ambición nacional, sí. Pero todo en el marco de una interpretación flexible de la Constitución.

Causa dolor decir cuándo se podrá volver a plantear un embate democrático con el Estado. Ahora bien, tendría que tener la consistencia que no tuvo el 27 de Octubre de 2017. El salto al vacío ya se dio. Quizás era necesario. Quizás no quedaba alternativa o bastante visión estratégica para asumir el desgaste de otra decisión, Sea como sea, aquello que se tenga que volver a hacer se tiene que hacer bien, con más músculo social, político y económico. Repetir los errores y no haber aprendido de la experiencia vivida sería el peor error posible. A veces se gana y a veces ...se aprende.