Nunca he tenido una buena relación personal con Jordi Sànchez. Cuando el president Mas lanzó la idea de una lista única como condición para convocar elecciones, Jordi Sànchez fue una de las personas que más se implicó, a fondo. El choque fue de los que dejan una herida abierta. ERC, y especialmente Oriol Junqueras, vivieron un calvario. ERC se la acabó tragando. El resultado quedó lejos de las expectativas que la justificaban. La gran beneficiada de la operación fue la CUP.

Tiempo después nos reencontramos y el destino hizo que en el momento clave coincidiéramos trabajando en la misma dirección. En la primavera de 2017 el referéndum iba de mal en peor. La mitad del Govern no se lo creía. No solo no se lo creía, se manifestaba abiertamente en contra. La babosa se cachondeaba, en la propia mesa del Consell Executiu.

Con la fecha ya anunciada y la pregunta formulada, las discrepancias en el Govern se acentuaban. Era inviable hacer un referéndum con la mitad del Govern de culo. Pues es en este momento en el que Jordi Sànchez, entre otros, se arremangó y presionó como nadie para corregir la situación y convencer a un president Puigdemont que se negaba tozudamente a hacer ningún cambio. El episodio no fue menor, un auténtico tour de fuerza, una tensión que se alargó por espacio de un mes y medio, in crescendo. Finalmente, a mediados de julio, se produjo la remodelación de Govern. Allí se decidió, en el fondo, la celebración del 1 de octubre. Solo faltaban dos meses, y con agosto de por medio.

Sin personas como Jordi Sànchez, cuando fue la hora de la verdad, no habríamos salido adelante y nada habría sido posible

Sin la implicación de Jordi Sànchez, entre otros, en la provocación de una crisis de gobierno urgente para afrontar el 1 de octubre, el referéndum no se habría hecho nunca. Jordi Sànchez tuvo, en el momento de la verdad, un papel primordial. Hoy hay quien pretende que el 1 de octubre se hizo por generación espontánea o se dice que lo hizo el pueblo auxiliado por el Espíritu Santo. Lo dicen precisamente todos los que no tienen ni idea, lo dicen precisamente aquellos sectores políticos que lo exigían desde una atalaya, que se lo encontraron hecho y que no tuvieron ningún tipo de papel en su elaboración y ejecución. Obviamente, sin la respuesta masiva de la ciudadanía tampoco habría sido posible. La conjura entre instituciones y ciudadanía, en clave democrática, fue imbatible.

Las urnas no llegaron a cada municipio o ciudad y después a cada colegio por obra y gracia del Espíritu Santo. El Gobierno iba tan perdido que no cazó ni una. Y las operaciones de incautación de papeletas, talmente como si se tratara de operaciones antiterroristas, solo certificaron su ridículo y una respuesta popular alegre y combativa. De aquí llora la criatura. Aquí nace su rabia. Y por eso han emprendido esta caza de brujas. Y por eso hoy los Jordis están en prisión. Oriol, Quim, Carme y Dolors. Y Rull, Romeva y Turull. Todos ellos merecen nuestra máxima admiración y respeto. Como los consellers y el president en el exilio, todos, o Marta Rovira, una mujer valiente y sin la que el 1 de octubre habría fracasado. Todos ellos son los chivos expiatorios de la victoria del 1 de octubre. Se la jugaron y cumplieron, como nunca. Qué orgullo de gente.

Yo, que me discutí fuerte con Jordi, y que no soy amigo suyo, podría recrearme en episodios que me dolieron. Pero sé absolutamente que sin personas como Jordi Sànchez, cuando fue la hora de la verdad, no habríamos salido adelante y nada habría sido posible. Por el 1 de octubre está en la cárcel desde hace seis meses, ¡seis! Más respeto y menos lecciones de los que no están en condiciones de dar ni una.