El Felipe González de "OTAN, de entrada, no" le dice al Pedro Sánchez que prometió traer preso al Puigdemont de la "rebelión de libro" que el actual presidente del Gobierno no puede pretender seguir siéndolo a cualquier precio, a costa —se entiende— de perder en el camino el objetivo fundamental al que el PSOE se debe: mantener la unidad de España y su símbolo principal, la corona, o en términos referenciales, el pacto de la Transición. Y sí, ciertamente con la OTAN (o con los GAL) la unidad no padecía —al contrario—, mientras que en las audacias de Sánchez tal vez lo que se pierda sea la oportunidad de evitar que la "pacificación" se haga a través de la posición genuflexa del Gobierno de España en favor de quien no quiere serle leal.

Pero quizá tampoco eso es cierto, quizá lo que advierte la prensa escandalizada que apoya a Feijóo, pero también la que apoya al PSOE de entonces, está observando los hechos de manera equivocada, y puede que también lo haga el propio Puigdemont, que cree tener la sartén por el mango, cuando todo va a depender de lo que más convenga a Sánchez. Porque, aunque ahora mismo haya un solo partido al que interesaría desesperadamente ir a elecciones (a lo mejor resultaría que aun yendo no lograse sumar con Vox), es Sánchez el que calibrará si el precio a pagar por su investidura es tan alto que le conviene más aparecer como quien resiste ante demandas peligrosas y convoca nuevas elecciones para encontrar mejor apoyo a su "heroica" posición.

Todos los datos apuntan a que será Sánchez y no Puigdemont quien decida

En ese hipotético contexto tampoco se ha de despreciar el ruido que quienes nada tienen que perder están organizando en el entorno de Puigdemont: un incierto número de independentistas para los que el apoyo de ERC y de Junts al Pedro Sánchez que pactó el 155 significaría el abandono definitivo del seguidismo a estos partidos y, en cambio, el inicio de una alternativa de posición que en todo caso sería inconveniente, aún más si se confirmara lo que se intuye en los últimos comicios: que aparcan por ahora el sueño de la independencia e incluso que algunos puedan (pueden, se ha visto) votar al partido del orden (si no libertad, al menos eso), a esos socialistas catalanes que son capaces de aparecer como separados del PSOE cuando conviene.

En definitiva, todos los datos apuntan a que será Sánchez y no Puigdemont quien decida, a pesar de los jocosos mensajes del segundo y la apariencia doliente del primero. Nada hay de confiable en los killers políticos. Sánchez lo es y Puigdemont, no. Los objetivos por encima de los principios. Sergi Darder comentaba hace unos días que cualquier oferta para marchar del Espanyol a otro equipo de fútbol —en todo caso— excluiría al Barça por una cuestión de eso, de principios. ¡Qué lejos esta actitud de la que en general se observa en política! Aunque hay que decir que, visto lo visto, tampoco es que el deporte esté trufado de fidelidades y conductas éticas. ¿O sencillamente es que siempre se ve más lo que no va?