La gente que vive en ciudades o en pueblos grandes (es decir, la mayoría de la gente) considera el agua potable como una utility, en pie de igualdad con la electricidad o el gas. No lo es. O no exactamente. El agua potable es un recurso natural escaso, porque escasa es el agua dulce cruda que permite producirla. No en todo el planeta, ciertamente, pero sí en la mayoría de lugares del planeta. En el nuestro, sin ir más lejos.

Somos un país subárido que, desde siempre, ronda la aridez. Nos salvan las montañas y las precipitaciones más elevadas que se asocian a ellas. Nuestros ríos son magros e irregulares. Con los embalses, hemos ido controlando la irregularidad, pero no hemos podido cambiar el régimen de lluvias, claro está. En todo caso, conseguimos garantizar un chorro laminado y constante de agua potable en las redes públicas y un abastecimiento justito, pero suficiente, de los regadíos agrícolas (que no haría falta si lloviera en abundancia). Con ingenio y esfuerzo, vamos tirando, por eso el común de la población, sobre todo la urbana, viene a creer que el agua es un producto del grifo que se genera como la electricidad. Y no.

Sorprendentemente, hasta ahora hemos tratado esta valiosa agua potable como si nos sobrara. Le damos un solo uso y la tiramos. En las últimas décadas, la depuramos antes de deshacernos de ella. Le sacamos la suciedad, que nos quedamos, y vertemos el agua tratada, que tiramos. Conseguimos así que los ríos y las playas estén razonablemente limpios. Es una consecución positiva. Pero insuficiente, porque el agua incomprensiblemente desestimada es un recurso que nos ha costado mucho captar y potabilizar. Especialmente insuficiente ahora que la falta de lluvias nos ha puesto contra la pared.

Las lluvias disminuyen a causa del cambio climático. Todo hace pensar que nos enfrentamos no a una irregularidad más o menos controlable con los embalses actuales, sino a una sequía estructural

Siempre llueve agua limpia porque, por sucia o salada que estuviera en el momento de evaporarse, el Sol la destila. Es siempre la misma agua: se evapora, se convierte en nube, cae en forma de lluvia, la captamos y si hace falta, la potabilizamos, la ensuciamos al servirnos de ella, la vertemos y esperamos que reanude el ciclo natural. Si nos quedamos sin agua, ¿por qué no reproducimos artificialmente este ciclo natural? Sabemos hacerlo. Se llama regenerar y reutilizar.

Nuestros embalses se están vaciando. Han podido controlar la irregularidad de las lluvias, sin embargo, naturalmente, no evitar su déficit, acentuado por el cambio climático en curso. Es la hora de cerrar el ciclo antrópico, tal como cerrado está el ciclo natural. De esta manera, solo necesitaríamos captar nueva agua cruda para restituir la realmente consumida por incorporación en productos manufacturados o evaporada durante los procesos antrópicos. El resto, la que va fregadero abajo para entendernos, se convertiría en "nueva" agua cruda potabilizable. La demanda del sistema bajaría enormemente, se reduciría en un 80%, más o menos. Es decir, que dejaríamos de sufrir. ¿Por qué no lo hacemos? Seguramente por pereza mental.

También hemos aprendido a hacer dulce el agua de mar. Por osmosis inversa, sacamos la sal del agua marina. Es un gran invento, sobre todo en islas sin ríos o lugares sin precipitación. Pero deja grandes cantidades de salmueras (de un litro de agua de mar salen medio de agua dulce y medio de salmuera) y consume mucha energía. La regeneración del agua depurada, el bombeo y la completa potabilización final tiene un consumo energético de 1kWh por m3. El consumo energético del tratamiento para potabilizar directamente agua de mar es de unos 3 kWh por m3, es decir, el triple, y hay que añadir las disfunciones ambientales por las salmueras y la hipoteca de la dependencia energética como coste estratégico suplementario. El coste de regenerar para uso agrícola, incluido el bombeo, es cuatro veces menor que regar con agua de desaladora.

Las lluvias disminuyen a causa del cambio climático. Todo hace pensar que nos enfrentamos no a una irregularidad más o menos controlable con los embalses actuales, sino a una sequía estructural. ¿Qué podemos hacer? Podemos recorrer a desalinizar agua marina, pero es caro. Seguramente la opción más lógica y barata es la regeneración. No haríamos más que actuar naturalmente. Quizás nos deberíamos poner a ello.

 

Ramon Folch, doctor en Biología, socioecólogo