Ningún hombre es lo bastante bueno para gobernar a cualquier mujer sin su consentimiento.”
Susan Anthony

La pasada semana hice un viaje con Dolores Delgado, hoy ya ex fiscal general del Estado, con fines universitarios. A pesar de saber desde hace tiempo de sus graves problemas de espalda y de la compleja intervención a la que se sometió, no dejó de impresionarme verla atender al público asistente o dar una charla a universitarios justo unos minutos después de que yo la hubiera visto tumbarse sobre una mesa de la más privada sala de prensa porque el dolor no le permitía seguir de pie ni estar sentada. Una agonía personal, máxime cuando sabes que aún te queda por delante otra operación más cuando la herida de esta cierre. Por eso es totalmente indigno tener que escuchar las suspicacias, insinuaciones y maldades propias de indecentes sobre los motivos por los que terminado el curso judicial, que se reanuda en septiembre dado que agosto es inhábil, la han llevado a poner su recuperación, su movilidad, su bienestar por delante del poder —algo tan extraño para algunos— y por encima del afán de servicio, que fue lo que le llevó a aceptar tanto ser ministra como después fiscal general.

Obviamente dar un paso así supone un proceso interior en el que valoras y sopesas. Según leo en las redes, parece que a mucha gente —de la derecha, pero también de cierta izquierda— esto les suena tan remoto que directamente lo dan por falso. A Dolores Delgado no la ha cesado nadie ni nadie le ha pedido la renuncia. Ella sola ha valorado su bienestar personal y también lo que iba a poder rendir en un puesto que exige mucha dedicación, ahora que su mayor empleo de tiempo debe ser dedicarse a una lenta y laboriosa rehabilitación y a una nueva intervención igualmente delicada. Lo bueno, ante las hienas, es que cuando eres capaz de tomar una decisión así, de poner la realidad y las cosas que realmente importan antes de ese poder que otros tanto ansiaban quitarte, significa que ya te importa una higa lo que las hienas rían.

Se va con la cabeza alta, tal vez con el amargor de haber soportado falsedades e ignominias evidentes que nunca le permitieron explicar. Tal vez tocada por ese odio que algunos le profesan dentro de su carrera porque se creían mejor llamados a la púrpura. Tal vez por esa inquina de la derecha que nunca podrá borrar su imagen llena de dignidad mientras el cadáver del dictador salía del mausoleo en el que se le honraba aún. Eso no se lo va a robar nadie y ella se lo lleva consigo. Tampoco son ciertas las falsedades barajadas durante meses en torno a filtraciones fragmentarias e interesadas que tanta gente ha comprado como buenas y puestas en circulación sólo para socavarla. Esas mismas que a nadie le interesará entender ahora porque ya han conseguido su objetivo, que era verla fuera de la Fiscalía General del Estado. Al que le sirva: con todos sus defectos y sus virtudes, Dolores Delgado ha sido siempre una servidora digna del Estado. Nadie la manejaba como un títere, como insinuaron tantos para destruirla.

La lucha por la igualdad supone una igualdad real, en la que una mujer pueda abandonar con dignidad un cargo o poner su prole o su salud por delante de no se sabe qué obstáculos que sus enemigos quieren ponerle

Conozco menos el caso de Adriana Lastra, aunque también me consta que siempre se entregó a causas que muchas compartimos, la del feminismo en primer lugar y sin lugar a dudas. Adriana tiene un embarazo de riesgo y puede que a la par una petición de dejar sitio para nuevas decisiones que Pedro Sánchez quiera tomar. Ambas cosas son perfectamente compatibles. Lo que no lo es tanto es el corifeo de señoras y señores, intentando enfangar su marcha acusándola, precisamente, de lo que ninguna de ellas podría acusarla nunca: de un gesto poco feminista. No tienen ni idea de lo que es el feminismo. La lucha por la igualdad supone una igualdad real, en la que una mujer pueda abandonar con dignidad un cargo o poner su prole o su salud por delante de no se sabe qué obstáculos que sus enemigos quieren ponerle. Una mujer libre e igual tiene el derecho a quedarse o a irse, como tenía el de llegar. Son tan mezquinos que ni la dignidad de decidir marcharte —para cuidarte, para dejar paso, para no aferrarte a nada— les quieren dejar. Los de derechas, que tan dados son a “invitar” a la gente a que se vaya amenazándoles con el cese en la otra mano, que no comprenden que haya otra forma de hacer las cosas, con dignidad, con sensatez y con sentido de la responsabilidad. Ni siquiera parecen capaces de alegrarse en su interior de que aquellas que consideran sus enemigas, más que sus adversarias, se vayan tranquilamente después de la labor desempeñada. No, tienen que demostrar su canibalismo, tienen que apurar la presa hasta lograr convertirla en un despojo, porque no conocen ni reconocen la dignidad ni quieren concedérsela a otros. Adriana Lastra ha sido una servidora digna de su partido y de lo público, con aciertos y con errores, con entusiastas y detractores. Merece el respeto de una salida digna, como todos los que se han comprometido con aquello en lo que creen.

Y el mismo respeto me merecen las consideraciones personales y las valoraciones que haya realizado Anna Gabriel para regularizar su situación personal después de cuatro años y medio con una orden de detención nacional y una causa pendiente en el Tribunal Supremo. Hay veces en las que la vida de uno se debe poner por delante, sobre todo cuando ya has dado mucho antes a una idea o a la política o al servicio público, y es valiente dar ese paso aunque otros crean que tienes que aguantar. A fin de cuentas, Gabriel se juega una multa y una inhabilitación e, incluso, podría ser indultada de todo ello mientras permanezca el mismo Gobierno, porque, después de las elecciones, si la derecha llega al poder, no doy un duro por ello. Lo mismo sucede con otros en la misma situación, porque no hay forma de anular un procedimiento por el que ya ha habido condenas sino sometiéndose al tribunal y mediante sentencia. También Meritxell Serret lo entendió y así lo hizo.

Los casos que les presento son totalmente dispares y en cada uno existen derivadas y condiciones especiales, pero tienen dos cosas en común: se trata de mujeres y de mujeres que han tomado decisiones que ponen por delante del poder la vida, su vida. Tal vez eso pertenezca también a esa forma de entender el poder tan alejado del humo de los puros, de los reservados y de la testosterona que a veces se propugna como la única forma de estar en lo público. Tal vez, simplemente, es puro sentido común, el menos común de los sentidos.

Les deseo lo mejor a las tres y, sobre todo, las respeto por haber elegido.