El Mariscal. Para algunos amigos es el apelativo cariñoso con que nos referimos a Miquel Sellarès, que fue el primer director general de Mossos d'Esquadra y fundador de Convergència Democràtica de Catalunya. Su mujer, Elisabeth, tenía el carné número 1. Lo ha dejado vacante. El viernes su cuerpo frágil, menor ante la corpulencia del Mariscal, estaba en el Tanatorio de la Ronda de Dalt. Llegué robando minutos a una comida que tenía con otros compañeros, amigos también del Mariscal. Lo encontré sereno, sentado delante el féretro. Tan pronto como me vio llegar se alzó y me abrazó. Acto seguido me dijo: "Elisabeth ha dejado de sufrir". Hacía años que estaba enferma, trece. Las últimas semanas no fueron fáciles. Me lo explicó con paz de espíritu.

Enseguida quiso compartir su agradecimiento a la sanidad pública: "No tengo palabras para agradecer la actitud de todo el personal médico, se han llevado de fábula. En este país tenemos una gran sanidad pública. Dile a la consellera Alba Vergés que los profesionales de este país y su sistema sanitario no tienen precio". El Mariscal no sabía que tenía delante el hijo de una enfermera de Bellvitge. Quizás tampoco que el mismo Oriol Junqueras es hijo de una enfermera, de Bellvitge también. Sí, la sanidad pública de este país es la joya de la corona. Quizás por eso los poderes del Estado conspiraron en contra: "Les hemos destrozado el sistema sanitario", decía un matón a otro. La afirmación no podía ser más miserable.

Encima del féretro había un ramo de rosas. Amarillas, claro está. Él mismo llevaba una chapa por la libertad de los presos políticos. No se la quita nunca. Tampoco aquel día, todavía menos, de hecho. Me hizo notar uno de los últimos episodios de satisfacción personal y política que vivió al lado de Elisabeth, en plena protesta por la sentencia de un siglo en el Gobierno del 1 de Octubre. Cuando Pedro Sánchez visitó a los heridos en el Hospital de Sant Pau, en una visita relámpago, discriminó en función del uniforme. Si eran policías nacionales, aunque sólo tuvieran cuatro golpes leves, merecieron su atención. Si eran ciudadanos catalanes heridos por estos policías, tanto es si la lesión era grave o si habían perdido un ojo, el presidente de los españoles (no de todos, parece ser) los ignoró miserablemente cuando no los despreció.

Sí, la sanidad pública de este país es la joya de la corona. Quizás por eso los poderes del Estado conspiraron en contra

Elisabeth estaba aquellos días ingresada al Clínic, ya en una fase terminal de la enfermedad. Pero bien consciente de todo. Elisabeth sonrió de gozo, al lado del Mariscal, cuando vio "aquellos médicos y enfermeras que, cargados de coraje" regañaron a Pedro Sánchez", que entró tan rápido como salió, con su cuerpo de seguridad nervioso, tanto que incluso exhibieron armas delante de aquellos médicos y enfermeras que cuidaban a todo el mundo por igual, con independencia de si iban uniformados o no. El Mariscal lo explicaba con una sonrisa afable mientras me hablaba de su mujer y de los últimos días.

Muchos otros amigos del Mariscal, que probablemente tampoco conocían a Elisabeth, quisieron estar el viernes a su lado. Gabriel Rufián se acercó por la noche. También el presidente Pujol. Y muchos otros, el sábado, al funeral. El Mariscal y su vehemencia han hecho una cuántos adversarios. Pero sobre todo amigos muy sólidos, que sabemos que cuando estamos ante él estamos ante un amigo que nunca te falla. Pero sobre todo que estamos ante un hombre que es un patriota de piedra picada. De los que siempre está. En los buenos momentos y en los más difíciles. Siempre dispuesto a compartir una charla, batallas libradas y las que tienen que venir. Y siempre, siempre, siempre, con una actitud sujeta y próxima, lúcida. Seguimos, compañero, seguimos y seguiremos.