Durante el año que viví en Atenas, el barrio de Nueva Esmirna (Νέα Σμύρνη) fue mi referente. Todavía, en aquellos años 90, había terrenos de pinos y campos y se reunían los cafés que acogían los griegos que en 1922 fueron expulsados de su Esmirna natal, en Turquía. Aquella estratégica ciudad del Egeo (hoy Izmir) es en el recuerdo de las personas griegas mayores una pérdida dolorosa que solo puedes afrontar en una conversación con predisposición al lamento. Lloraban siempre aquella deportación. Orgullosos del barrio, me hablaban de dos grandes pilares indiscernibles de Esmirna: del club griego de fútbol Panionios, teníamos cerca de casa un flamante estadio reformado en 1988, y de su poeta, el gran Premio Nobel de Literatura Georgios Seferis.

Georgios Seferis (1913-1971), escritor y diplomático griego, recibió el Premio Nobel en 1963 reconociendo que pertenecía a un pequeño país, pero a pesar de ser pequeño, con una tradición inmensa. Y no mentía. La tradición griega es oceánica. No le gustaba hablar de la Grecia Antigua, porque para él Grecia era un concepto vivo. No era iconoclasta, pero su manera de entender la Ortodoxia consistía en ser poco ortodoxo. Amante de las etimologías, recordaba que Ortodoxia es Tradición, la "doxa" "recta", una tradición viva, universal y liberadora. No es exactamente lo que entendemos hoy por ser ortodoxo, más vinculado a ser particularista, envarado y rígido. Y a menudo, poco relacionado con liberaciones de ningún tipo. Tampoco era un frecuentador de iglesias, pero cuando se encontraba en un lugar donde no había, solía decir que se sentía extraño, "como cuando quieres fumar y no tienes un paquete de cigarrillos". Seferis, como Blai Bonet, no era un hombre que las ortodoxias biempensantes pudieran capitalizar como su hombre insignia. Eran personas que en un momento determinado de su vida sintieron un llamamiento —fuerte— vocacional, pero que no fue el hilo conductor de su existencia. Pero quizás ninguno como ellos ha tenido la sensibilidad literaria para traducir, versionar y escribir sobre textos bíblicos, en el caso de Seferis el Cántico de los Cánticos, por ejemplo, y en los dos la importancia del Viernes Santo y de la Pascua es una evidencia.

Seferis también es el poeta del exilio, del trauma de la diáspora, de la lucha de una patria pequeña davídica enfrente de un gigante Goliat. Un poeta elocuente en tiempo de exilios permanentes.

Sus interlocutores eran Valery, Mallarmé, Eliot... y las ciudades que lo vieron siempre en esta itinerancia constante fueron Londres, Beirut, Tirana, sin olvidar estancias en Egipto y Sudáfrica y su querida isla de Chipre. Se opuso a la dictadura griega y, de hecho, su funeral (1971) fue una manifestación de afecto por él y de oposición contra los coroneles.

Iorgos Seferis estuvo en Catalunya en 1964. Vino, y lo confiesa, movido por el deseo de estar en la patria de su admirado El Greco, a quien visitó en Toledo. Hacía pocos meses que el escritor heleno había recibido el premio Nobel y las invitaciones le llovían. Una vez estuvo aquí, visitó Montserrat y abrió la Fira del Llibre d’Ocasió.

Griego de la tierra y de las negociaciones humanas y no instalado en el salón celestial de las ideas, era inductivo y partía de la experiencia y del principio de realidad. Eso, sin embargo, no lo eximía de tener ideas preconcebidas. De sus comentarios sobre Catalunya se desprende que le pesa la condición diplomática y reconoce que aunque no tiene conocimientos previos sobre cultura catalana (él aceptó una invitación para ir a Barcelona durante el franquismo y en su cabeza iba de visita a España), una vez aquí entró en contacto con la cultura catalana de manera parcial. Quedó maravillado al ver que aquí, en los años, se traducían clásicos griegos al catalán. El profesor Jaume Almirall Sardà, que conoce todas las anécdotas y ha estudiado su huella en tierras catalanas, explica que para Seferis hay una analogía entre las iglesias románicas catalanas y las iglezuelas ortodoxas y monasterios de Capadocia, que lo fascinaban. La arquitectura a menudo es más ecuménica y une más que los tratados teológicos. No es un secreto que los ortodoxos y los católicos son cristianos de tronco común y ramas separadas. Los poetas tienen también esta tendencia a ver semejanzas y unir piezas. Aquí conocemos a Seferis a través de la música de Mikis Theodorakis, y los filólogos por su magnífico legado simbolista: Seferis, sin embargo, también es el poeta del exilio, del trauma de la diáspora, de la lucha de una patria pequeña davídica enfrente de un gigante Goliat. Un poeta elocuente en tiempo de exilios permanentes.