Si tu cargo es el de ser “secretario”, lo primero que implica es que tienes que saber guardar secretos. Un secretario no solo gestiona agendas, arregla correspondencia, coge llamadas o gestiona archivos y organiza reuniones. Un secretario ve y escucha. Y en Roma, más. El Papa Francisco acaba de volver a cambiar a su secretario personal. No es que no le gusten, o que se cansen y se vayan, sino que considera sana la rotación cada 5 años. Un secretario sabe muchas (demasiadas) cosas, y va bien que se aireen las agendas, se eliminen vicios y entre aire nuevo.

Benedicto XVI mantuvo durante décadas a su secretario, como también Juan Pablo II. Francisco es más parecido a una multinacional, en este aspecto. Por la silla de secretario han pasado Gonzalo Aemilius, de Uruguay, Fabián Pedacchio, argentino, y el primero que tuvo, el maltés Alfred Xuereb. El nuevo secretario que entra en agosto, Daniel Pelizzon, es argentino. También el nuevo prefecto para la Congregación para la Doctrina de la Fe viene de Argentina.

En el Vaticano el tema secretarios es un disgusto constante. Ahora, además, se ha sabido que el antiguo secretario del Papa Benedicto XVI, Georg Gaenswein, ha sido trasladado a Alemania, pero sin un trabajo fijo, una especie de castigo no escrito. Su libro de memorias y los dardos que ha disparado contra el Papa actual le han pasado factura. Hará trabajillos. Las autoridades eclesiásticas de Friburgo han puntualizado que, por ejemplo, podrá confirmar y dirigir algunos servicios en la catedral, sin especificar. Vaciar de competencias a alguien que ha sido la sombra de un Papa no debe haber sido fácil, y el Papa Francisco lo ha decidido desde el hospital, estos días que fue hospitalizado. De hecho, Gaenswein no se ha marchado, sino que lo han despedido y le han pedido (ordenado) que vuelva a su diócesis. Una movida que pone fin a las reminiscencias ratzingerianas en el palacio. Roma va reclutando secretarios fieles o traidores. Dentro de este saco de infieles pensamos en el secretario Paolo Gabriele, ya difunto y que traicionó al Papa Ratzinger pasando documentos privados en lo que ya se conoce como el Vatileaks. Los secretarios sí que tienen la llave, aunque la iconografía siga mostrándonos a San Pedro con una llave en la mano.