El mundo del libro no es ajeno ni al momento político ni al estado de ánimo del país, por eso los movimientos en el mundo del libro no solo se explican desde la literatura. Parece que la Nit de Santa Llúcia ya no será la Nit de Santa Llúcia, que el acto será trasladado a un sábado de marzo con la intención de retransmitirlo en directo en prime time y aumentar el número de premios. Así lo ha decidido Òmnium Cultural de la mano del IEC, con la complicidad de la televisión pública del país, que, como bien sabemos, se encuentra en un momento de despersonalización intencionada. Parece que esta despersonalización, que en realidad es un desarraigo y una extirpación de las marcas y los nombres propios de su marco histórico, tiene los tentáculos largos. La Nit de Santa Llúcia pasará a llamarse Nit de les Lletres Catalanes, dejando atrás el nombre que explicaba que la primera celebración de los premios se había hecho clandestinamente en 1951 en el interior de la Llibreria Catalonia, el 13 de diciembre, día de Santa Llúcia. En otro contexto podríamos ofrecer a esta operación el beneficio de la duda. En el contexto actual, sabemos que nada es inocente. “Celebrar” las letras catalanas desde una marca que no se remite a las condiciones en las que vive —o malvive— la lengua catalana, que no brinda la posibilidad de realizar un análisis del contexto histórico de entonces y el actual, es una euforia vacía. Una anestesia de lentejuelas para ir pasando los días.

El cambio de fecha tampoco es inocente. Esta concentración de premios —algunos de ellos nuevos— a un mes antes de Sant Jordi favorece a las editoriales que publican los premios en cuestión. Hace días —meses, años— que en la conversación subterránea del país se explica que los premios literarios —sobre todo, los grandes premios literarios— ya no premian la distinción y la excelencia, sino que premian aquello que comercialmente conviene premiar, como si el premio fuera un nivel más de la estrategia de marketing en cuestión. Esto hace despuntar obras de una calidad literaria dudosa —aquí una crítica al último Premi Sant Jordi, Roc Casagran— y favorece la confusión entre cifra de ejemplares vendidos y calidad de la literatura que se vende. Un evento que quiere hacerse llamar Nit de les Lletres Catalanes debería servir, precisamente, para hacer lucir la buena literatura, de todo tipo, que se hace en este país —que se hace y mucha—, y para conectar con la tradición literaria de nuestra lengua, que no ha sido nunca ajena a sus circunstancias políticas. Para no tener que hablar con el librero de confianza como si lo que está escrito al margen de las masas fuera material de contrabando. Todo hace pensar, sin embargo, que la Nit de les Lletres Catalanes en cuestión irá de todo menos de literatura.

Todo hace pensar que la Nit de les Lletres Catalanes en cuestión irá de todo menos de literatura

Resulta difícil leer este movimiento sin ponerlo en relación o interpretarlo a través del momento que atraviesa la televisión pública del país, que viene bien para explicar muchas otras cosas. El desarraigo y la bajada de calidad del contenido que elige emitir —que no de todo el contenido que tiene disponible— y la eliminación de logos y nombres históricos para el país, se asimila bastante. El argumento de la audiencia, también. Teresa Cabré, la presidenta del IEC, explicó que aceptaron la propuesta de Òmnium para participar en una versión aún “más completa y mediática” de la Nit de les Lletres Catalanes: "¿Qué academia seríamos si no tuviéramos la voluntad de apoyar a quienes hacen más difusión de nuestra normativa?". Da la sensación de que todo aquello con apoyo institucional que permitía el acceso a la catalanidad porque facilitaba unos referentes, se está convirtiendo en un gran TikTok: fácil de difundir, pero ajeno a su función. De hecho, Xavier Antich aclaró que la intención tras el cambio era la de “proyectar” aún más la literatura catalana, sin ninguna mención al baremo de calidad sobre la literatura catalana que se está proyectando. También explicó que “es el momento de convertir la Nit de Santa Llúcia en algo mucho más grande, que dé respuesta a los problemas del sector editorial”. Me gustaría saber hasta qué punto la gente del sector editorial confía en que hacer “una cosa mucho más grande” en los términos que aquí se exponen dará respuesta a sus problemas.

Diría que cuesta mucho hablar o escribir sobre este tipo de asuntos, porque, en el mundo editorial y literario catalán, todo el mundo está atado de pies y manos, y todo el mundo teme ver peligrar sus intereses si expone el gran entramado que lo sostiene. Para quienes viven de ello y trabajan en ello, sin embargo, me parece que el conflicto no es con la mediatización de la literatura, sino con la mediatización selectiva de la literatura, que, valiéndose de los premios, favorece la supervivencia económica —y, por lo tanto, la supervivencia— de unos grupos y condena a otros. Y con la centralización de las ventas dependiendo de “una gran noche” o de “un gran día”, el de Sant Jordi, que además refuerza la idea de que el hábito lector no tiene que ser un hábito: basta con que sea una ocasión especial. Eso sí, muy celebrada y muy proyectada en cuanto a la superficie, pero desvinculada de la tradición literaria que a los catalanes nos sirve de espina dorsal y nos permite entender qué decimos cuando decimos que escribimos, leemos y publicamos en catalán.