Maria Rodríguez y Miki Esparbé protagonizan en La Villaroel L’illa deserta, de Marc Artigau. Habla de posibles enamoramientos (o reales), de lo que hubiera podido ocurrir si se hubiera tomado una decisión u otra. Un argumento con el que todo el mundo puede sentirse identificado porque nuestras vidas, la de cada uno de nosotros, están hechas de decisiones que tomamos y que van dibujando un camino que, por pequeños detalles, por decisiones que entonces no parecen tan trascendentes, acaban determinando toda una existencia. Una comedia agridulce, la llaman. Como la vida misma. Como esos libros infantiles de 'elige tu propia aventura'. Si ya es difícil tomar decisiones, imagina si supiéramos con certeza todo lo que conllevan. Hay decisiones tomadas o sin tomar que nos hacen proyectar cómo habría sido nuestra vida si hubiéramos decidido una u otra cosa. Pero hay otras que no tomamos, sobre las que no podemos proyectar y que nos dejan en la ignorancia de saber que ese día, si hubiéramos decidido hacer otra cosa, quizás habríamos conocido a alguien que nos habría cambiado la vida. O no. Aún estáis a tiempo de ir a La Villaroel. Pero daos prisa. Quizás vais a conocer a alguien que os marcará la existencia.

A un paseo de La Villaroel está el Gran Teatre del Liceu. La noche de la verbena de ayer, y hoy día de Sant Joan, actúa Bob Dylan. Existe un vínculo entre las dos funciones. Dicen que los últimos trabajos de Dylan están lastrados por la soledad que parece rodear al genio que, ahora que no comparte su vida con ninguna mujer, medita sobre los amores atormentados del pasado. Ignoro si es verdad. En cualquier caso, el amor más conocido de Dylan es el de Joan Baez. Dylan era un recién llegado a Greenwich Village y ella ya triunfaba cuando se enamoró locamente de él. No hace falta reproducir aquí su historia ni el carácter, la inestabilidad y los cambios de humor del Robert Allen Zimmerman. Lo que mejor cuenta su historia es la canción de Baez Diamonds and Rust. Habla de alguien que la llama. Porque sí, porque ese día la echa de menos. Porque hay luna llena. Porque es un lunático. Alguien que vete a saber dónde está. Y puedes imaginarte a la persona que recibe la llamada, que siempre ha querido a la otra, negando definitivamente que esta relación sea posible. Te amé, pero si me vuelves a ofrecer diamantes y óxido, ese precio yo ya lo he pagado. ¿Cómo hubiera sido la vida de Bob Dylan si se hubiera quedado siempre con Joan Baez? Es una historia que recuerda de algún modo la de Leonard Cohen con Marianne Ihlen. La historia también es conocida. Se enamoran en la isla griega de Hidra, la relación es tormentosa, pero nunca pierden el contacto y cuando ella está a punto de morir, pide que se lo digan y él le escribe esa nota que dice estoy tan cerca de ti que si tiendes la mano podrás coger la mía, te veré pronto al final del camino. Cohen murió cuatro meses después.

Dylan y Cohen son artistas, poetas, escritores, cantantes. Supongo que inteligentes. Y, por tanto, que a la pregunta que se hacen en L'illa deserta —¿qué preferirías, ser idiota y feliz o inteligente y estar triste?—, formarían parte del segundo grupo quizás fatalmente sin poder elegir. También es verdad que hay gente inteligente e idiota y gente idiota que se cree inteligente. Pero esta es otra historia. El caso es que Dylan y Cohen —o tú mismo— quizás con otras decisiones podrían haber optado por ser inteligentes y felices. Si es que no lo han sido. Que lo resuelva Artigau. Pero quizá la respuesta sea que en realidad no tomaron otras decisiones porque, al final, estaban tomadas por su personalidad. Y, tal vez, visto lo que ofrecían, mejor así para Joan y Marianne.