Tiene mucha gracia que al enemigo público número 1 de España, el Muy Honorable Carles Puigdemont, se le atribuya ahora el poder de decidir quién debe gobernar España. Resulta muy divertido para algunos, pero es más bien un espejismo planteado interesadamente no solo por las derechas españolas, porque Pedro Sánchez no tiene intención alguna de negociar nada con el presidente exiliado y presumirá de no hacerlo de cara a las nuevas elecciones. Ni quiere pactar con Puigdemont ni puede permitírselo. ¿Alguien se imagina a Sánchez viajando a Waterloo a mendigar apoyo del presidente del Consell per la República? Ya es muy significativo que la fiscalía, que depende del Gobierno, reclamara el día siguiente de las elecciones la euroorden contra Puigdemont y que el juez Llarena, poco dispuesto a facilitarle las cosas al PSOE, le haya dado largas.

Aseguran algunos correligionarios muy cercanos a Pedro Sánchez que el presidente en funciones está convencido de que la repetición de los comicios le comportará un resultado mejor que el del pasado domingo, proclamando que es un hombre de principios que no se rebaja a pactar nada con los independentistas y menos con Puigdemont. No sería extraño que el pillo de Sánchez, habiendo optado por la repetición de las elecciones, le pida en privado a ERC, como favor, que levante el tono reivindicativo y no le apoye la investidura para poder hacerse el milhombres españolista. Ya lo hicieron con los presupuestos de 2019 cuando Sánchez necesitaba nuevas elecciones para cambiar el grupo parlamentario que le había derribado. En resumen, habrá repetición de elecciones porque es lo que pretende Pedro Sánchez, pero la culpa, mediáticamente hablando, será de los independentistas.

Habrá repetición de elecciones porque es lo que pretende Pedro Sánchez pero culpando a los independentistas

La clave no la tiene Puigdemont porque nunca la tiene el partido pequeño, sino la disposición del partido grande a asumir el riesgo de aceptar lo que le pide el pequeño y Pedro Sánchez sabe que existen riesgos que no puede asumir. Ahora bien, la aritmética parlamentaria es la que es y mientras dure la interinidad del gobierno español, que puede alargarse varios meses, Puigdemont tiene la gran oportunidad de hacerse escuchar. En estos momentos está en condiciones de convocar conferencias de prensa multitudinarias para exponer sus reivindicaciones, que tampoco es poco.

El escrutinio del voto de los expatriados, que le ha dado un diputado más al PP y uno menos al PSOE, lo ha excitado todo. No tanto porque ahora sea imprescindible el voto afirmativo y no la abstención de Junts a una eventual investidura de Pedro Sánchez, que al fin y al cabo tenía la misma consecuencia, sino porque en dos semanas debe elegirse quién debe presidir el Congreso, lo que obliga a Junts por Catalunya a mojarse. Abstenerse equivale a ceder la presidencia de la Cámara Baja al PP. A ver si ahora les da a los del PP por viajar a Waterloo. En todo caso será otro momento de máximo protagonismo político de Junts y habrá que ver cómo lo gestionan. Aquí la posibilidad de tener o no tener grupo parlamentario podría ser determinante, pero es un precio que igual lo puede pagar el PSOE como el PP.

Observando la situación desde Catalunya, lo obvio es que las decisiones que tome Puigdemont tendrán consecuencias para Junts per Catalunya y quizá determinantes para el futuro político del partido. Desde el punto de vista de Puigdemont, que parece tener alguna influencia en el partido, es del todo coherente que rechace cualquier acuerdo con quien ha prometido perseguirle hasta encarcelarle. Y en las redes sociales son muy activos los seguidores del presidente exiliado que defienden que sin amnistía y autodeterminación sería una claudicación definitiva contribuir a la gobernanza española, que por definición siempre será beligerante con el independentismo. Pero también en el ámbito postconvergente se considera que desperdiciar esta oportunidad de sacar algún rendimiento para Catalunya y/o favorecer la posibilidad del triunfo de las derechas en las elecciones repetidas comportará un castigo considerable en los nuevos comicios. Y hay una tercera visión del problema, la más improbable si partimos de la base de que Sánchez ya tiene decidido ir a la repetición de elecciones, porque no cabe duda de que lo que más desestabilizaría la política española, el escenario más rocambolesco sería que Sánchez o Feijóo salieran elegidos por decisión de Puigdemont y se vieran obligados a gobernar negociando cada día presupuestos y leyes con el hombre de Waterloo. Lo que no puede ser no puede ser y además es imposible, pero los designios de la política española también son inescrutables.

Puigdemont es coherente al rechazar un acuerdo con Sánchez pero los postconvergentes también temen que el rechazo tendrá penalización en las urnas

Hay que añadir una reflexión estrictamente catalana. Hay una estadística histórico-electoral que resulta muy terca, porque la sociedad es como es. Salvo el inciso extraordinario del proceso soberanista, queda claro que la sociedad catalana considera que le afectan las elecciones españolas tanto o más que ninguna otra. Al fin y al cabo el poder del Estado es el más determinante. CiU sacó los mejores resultados de su historia en 1986, obteniendo 18 diputados. Era el momento en el que CiU lideró una iniciativa política inequívocamente española, liderada por Miquel Roca, el Partido Reformista Democrático. En las elecciones del pasado domingo, el PSC ha vuelto a ganar holgadamente porque miles de votantes de ERC han considerado más útil votar al PSC y otros miles de militantes de Junts han considerado más útil votar al PSC y otros al PP. Incluso una cuarta parte de los votos que la CUP obtuvo en 2019 han decidido que era más útil votar a un partido español como Sumar y ha dejado a los anticapitalistas sin representación. En conclusión, el electorado catalán mayoritario, de derechas o de izquierdas, nacionalista o independentista, quiere intervenir con su voto en la política española convencido de que si no estás no pintas nada. Esquerra Republicana es la excepción que confirma la regla, porque se ha integrado en cuerpo y alma a la política española, pero como decía Núñez, no Núñez Feijóo, sino el presidente del Barça, al socio no se le puede engañar.