El dicho es bien claro, por Navidad cada oveja a su corral, de hecho todavía ahora se hacen anuncios que se sirven de este eslogan en la versión revisitada de "vuelve a casa por Navidad", pero ahora mismo no sé si el dicho pasará a ser un anacronismo. No sé qué decidirá la Generalitat, pero escuchando esta mañana de lunes al conseller Argimon en el plató de Planta Baixa, me parece que la Navidad vuelve a estar en el aire, y no sé hasta qué punto será posible que cada oveja —si es que quiere— vaya a su corral.

Quizás solo es una cuestión de cómo y hasta dónde —en el sentido del tamaño y la ubicación—, definimos este corral, pero de fondo el cambio es mayor, más importante, más estructural y eso es lo que me preocupa y mucho.

Aparte de cuál es nuestra burbuja, de cómo la definimos y a quién acogemos, se vuelve a hacer jaque mate a la importancia que tiene el hecho de encontrarnos, las relaciones entre nosotros, sin las cuales solo somos individuos y no sociedad. También, pero no únicamente —y ahora parafraseo al conseller de Salut de la Generalitat de Catalunya— para la buena salud mental.

Aunque la situación pandémica pueda seguir siendo provisional, ya dura demasiado en el tiempo para no revisar el tipo de medidas que se están tomando y especialmente los resultados que tienen en nuestras vidas; efectos negativos de todo tipo, económicos, familiares sentimentales y también de salud.

Me parece primordial que la salud pase por delante de la Navidad —no hay que sacralizar ni la Navidad ni nada, aunque las fiestas navideñas me gustan mucho—, pero no estoy de acuerdo en hacer que la salud —entendida como las medidas para preservarla—, pase por delante de la vida y este es un dilema que tendremos que resolver de una vez por todas en el caso de la covid que ya no es 19, es 20 y 21 y seguramente 22. Lo hemos hecho en muchos otros casos, con muchos otros tipos de riesgos y con datos muy negativos, por qué, pues, no en este caso.

Aunque la situación pandémica pueda seguir siendo provisional, ya dura demasiado en el tiempo para no revisar el tipo de medidas que se están tomando y especialmente los resultados que tienen en nuestras vidas; efectos negativos de todo tipo, económicos, familiares sentimentales y también de salud.

Y vuelvo a poner la salud por delante, primero los resultados a partir de evidencias científicas en nuestra salud, en la incidencia de la enfermedad y de todo el resto de enfermedades que parece que de golpe ya no existen, ya no estropean la vida de la gente y ya no matan. Consecuencias comprobadas, sin hacernos trampas en el solitario; hablo de ciencia en mayúsculas —la única posible—, no de experimentos científicos y resultados parciales. Hablo de no pervertir ni el proceso ni los datos. La ciencia necesita una reflexión imprescindible para el conocimiento que no se está dando, y así vamos. Hace falta pensar cómo queremos vivir y especialmente a quién estamos dejando sin posibilidades de tener no ya una vida digna, sencillamente una vida.

Y aquí tenemos que darle la importancia que tiene a la Navidad. Estar con los otros, con la familia —como tal, o aquellas y aquellos que consideras tu familia—, es muy importante. Pasa factura aislar la población y pasa factura especialmente seguir alimentando el mensaje de que estar en contacto con los otros es un peligro. Me parece que ya hace demasiado que es evidente que este tema de la pandemia está mal enfocado y mal llevado. En un inicio incluso parece lógico por la urgencia y la sorpresa; ahora ya no. Lo que hace falta ahora con la misma urgencia de la precipitación del comienzo es reconsiderar las presuposiciones de actuación.

De verdad: feliz Navidad a todo el mundo.