Sanna Marin es la primera ministra de Finlandia, la más joven de la historia. Y era la más joven del mundo cuando fue elegida en el 2019, con solo 34 años. Ahora la ha superado el presidente chileno Gabriel Boric Font. La bautizaron como primera ministra “millenial” y ahora es noticia por un video en el que sale bailando con amigos en una fiesta privada. Un escándalo, se ve. Los guardianes de la moral se han preguntado si iba drogada, porque no entienden que se pueda bailar sin sustancias psicotrópicas. Y ella ha accedido a hacerse una prueba para demostrar que en ningún momento estuvo en peligro no sé exactamente de qué. Porque el peligro no es una mujer libre y con una vida personal satisfactoria. El peligro no es la hija de una pareja de lesbianas, defensora del Estado de bienestar, la lucha contra las desigualdades y todo tipo de discriminación y las políticas climáticas. El peligro es el resto de hombretones que nos gobiernan y que se toman a sí mismos muy en serio y ponen cara de haber bebido vinagre. El problema no es un gobierno en el que 12 de los 19 miembros son mujeres, en que las cinco ministras principales tienen una media de 37 años. El problema no es una región gobernada por mujeres: también es así en Islandia y Suecia. El problema es el resto de machitos que nos gobiernan. Empezando por Putin, Biden y Xi.

Los políticos deben tener su vida. Y tan importante es conectar como desconectar. De hecho, es obligatorio. No se fíen de quien no lo haga. Es verdad que Boris Johnson ha tenido que irse por sus fiestas. Pero porque el caradura las hizo mientras el resto de ciudadanos lo tenían prohibido. El problema es que durante tantos siglos los hombres, con su hábito y estilo del poder, han mandado y creado un imaginario que hace que demasiada gente todavía no pueda aguantar que una mujer joven gobierne, afortunadamente con otro hábito y otro estilo. Es un problema de machismo y edadismo. Una discriminación en este caso hacia los jóvenes. Que existe también en muchos países, empezando por Estados Unidos, que fijan los 35 años para ser presidente. O los 30 en muchos países de América Latina.

Así que sir Winston Churchill podía beber whisky para desayunar, Aznar podía defender tomarse todas las copas de vino que fueran necesarias, y Berlusconi… bueno… hacer de Berlusconi. Pero Marin no puede bailar mirando a cámara. En 11 de los 12 lavabos del Parlamento británico —digo el británico porque ahí se analizó— encontraron rastros de cocaína, pero el problema es un baile que podría ser una coreografía de TikTok.

El mundo está cambiando, pero todavía hay demasiadas trazas del dominio del hombre por defecto: blanco, de clase media y con traje y corbata. La supuesta eficacia y autodominio por encima de la calidad de vida o la felicidad. Y solo se aceptan a las mujeres si se adaptan a este rol, tanto de estilo como de hábito. Miren, si no, cómo determinados medios de comunicación y políticos tratan a las ministras del PSOE y cómo tratan a las ministras de Podemos.

Afortunadamente, Marin también ha recibido muchos apoyos. Hay un mundo que entiende que se pueden hacer reuniones de alto nivel, incluso se puede pedir el ingreso en la OTAN, y salir de noche, ir a conciertos o hacer running. Y utilizar las redes como lo hace el mencionado Boric, pero también Jacinda Adern en Nueva Zelanda o Alejandría Ocasio-Cortez en Estados Unidos. Que, obviamente, lo explotan en beneficio propio. Así que, una vez filtrado el baile, lo mejor que puede hacer Sanna Marin es colgarlo en su cuenta. Diría que no le va a pasar factura. Al contrario.