Independientemente de si Sánchez o Feijóo se imponen el 23-J (y también del compañero de investidura o de coalición que acaben necesitando los protagonistas de la cosa), el marco mental de Catalunya quedará determinado unos cuantos años por aquello que la izquierda ha denominado "la lucha antifascista." He escrito muchísimas veces que la misma expresión es una contraproducente tontería (sorprende ver como lo utiliza gente que osa atribuirse la condición de historiador) y también recuerdo, nuevamente, que, lejos de una lucha de bandos guerracivilistas, estos son básicamente unos comicios donde PP y PSOE se afanan por volver a las aguas tranquilas del bipartidismo. A pesar de eso, el procesismo ha conseguido hacer revivir un pensamiento neo-folklórico de resistencialismo cultural; lo podéis comprobar en la reivindicación del catalán que hacen los humoristas y en cómo todo dios llora por una sola suscripción a Cavall Fort.

Al antifascismo de pandereta le iría muy bien que Vox no perdiera comba en España y dentro del territorio. De hecho, resulta muy curioso comprobar como la reacción a los hechos censuradores (y censurables) de Borriana ha consistido en una especie de orgasmo victimario colectivo filtrado en unas revistas que ya no lee ni dios y no en recordar una cosa tan sencilla, pero menos susceptible de excitar la herida a la abuela, como que ni el puto presidente del Gobierno puede entrar en una biblioteca pública y retirar un libro, por el simple hecho de que las colecciones acostumbran a ser patrimonio de elección y de mantenimiento de su director. Eso no es un hecho casual y ejemplariza cómo la política está intentando devolver a la tribu al activismo cultural de los tiempos prepujolistas, desde donde la partitocracia procesista querría mantener viva la llama victimaria, mientras va tramando cuál será su nuevo disfraz.

Mientras los soberanistas juegan al teatrillo de su lucha particular, Salvador Illa ha conseguido que el PSC recupere el temple en las diputaciones del país

Pero la historia no siempre se repite y así como la represión franquista agonizante puso los cimientos de los partidos nacionalistas democráticos en Catalunya, esta aparente lucha de hoy (que no tiene nada de épica, justamente porque no pugna contra una dictadura sino contra un partido de marquesitos y abogados del Estado) solo tendrá un beneficiario: se llama Partit dels Socialistes de Catalunya. Lo que intento explicar va más allá del sólido resultado que Salvador Illa tendrá el próximo domingo e incluso de cuándo decida destronar a Pere Aragonès para convertirse en nuestro Molt Honorable 133. El PSC capitalizará todo el antifascismo líquido simplemente porque será el partido con las estructuras más sólidas de poder de los próximos años en Catalunya (Junts continuará perdido en un desbarajuste perpetuo y Esquerra pagará, tarde o temprano, el hecho de disponer solo de las prebendas que reparta la Generalitat).

Mientras los soberanistas juegan al teatrillo de su lucha particular, Salvador Illa ha conseguido que el PSC recupere el temple a las diputaciones del país, mientras puede ir marcando el ritmo desde la alcaldía de Barcelona. Si los socialistas son hábiles, y diría que su capataz lo es mucho más de lo que la peña se cree, el PSC acabará absorbiendo la pulsión antifa catalana para devolverla al lodazal calmoso del poder institucional (fijaos cómo Miquel Iceta, un gato viejo del tema, fue de los primeros políticos a hacerse una foto con las revistas prohibidas en Borriana). La gracia del hecho es que Illa podrá tragarse todo este desorden de ira con independencia de quien gobierne en Madrit: si lo hace su superior, le deberá la vida, y si acaba triunfando Feijóo, tendrá la legitimidad de ser uno de los bastiones principales de resistencia del PSOE en el estado. Las manifas las montarán los cupaires, pero se beneficiarán los sociatas.

Con todo eso no quiero decir que los catalanes no tengamos todo el derecho del mundo de protestar, porque un cretino irrumpe en un equipamiento cultural y se lleva material de prensa o de estudio, ni que el presente cultural que vivimos sea jauja. Solo advierto del hecho que cuando acostumbras a plantear una guerra civil de pandereta mediante un antifascismo de salón y monólogo... el rédito de la comedia se lo acostumbran a apropiar los enemigos.