El esfuerzo de los políticos de Esquerra para convertirse en perfectos convergentes no tiene nada que envidiar a las excursiones tortuosas del rey Sísifo, y resulta incluso entrañable admirar la trabajada agónica de los líderes republicanos para bautizarse en los usos de la vieja política. Así lo intentó el domingo pasado el alcaldable en las municipales de Santa Coloma de Gramenet, Gabriel Rufián, cuando decidió publicar un vídeo solemnizando la promesa de una segunda residencia pública de personas mayores en la ciudad del Barcelonès escoltado por el conseller de Drets Socials, Carles Campuzano. Como sabe el antiguo miembro de CiU, el cursillo del buen convergente tiene como asignatura obligatoria la gimnasia de cortar cintas con la bandera y de inaugurar cuánto más ladrillo mejor. Lo que no le explicó al pobre Rufián es que supeditar la construcción de un equipamiento público al acuerdo futuro entre dos administraciones del mismo partido apesta un poco.

Campuzano tendría que haber sido un poco más generoso en su magisterio con el aprendiz de alcaldable. Eso de pasear las estrellitas municipales con consellers del Govern y de traficar con las ilusiones del pueblo en general (y, más en concreto, con las de aquello que antes denominábamos tercera edad y que ahora, en el idiolecto cursi del conseller, se describe como "la fase final de la vida") los convergentes lo han hecho desde el pleistoceno. En este sentido, que los políticos de Junts se escandalicen de un ejemplo de "política del siglo pasado" —como así hicieron el president Puigdemont y la antigua consellera del ramo Violant Cervera— no deja de tener cierta coña. De hecho, resulta muy relevante que los hijos de Convergència se escandalicen por una práctica bien habitual de sus padres y abuelos, una gente de exacta inmoralidad pero con la decencia de hacer el trabajo bien hecho y de acabar transformando las promesas en cemento.

Aparte de un retorno al pasado corrupto del autonomismo, esto de los chicos de Esquerra es como una película mala donde los secuaces de la mafia se piensan que pueden obrar como un Corleone

A pesar de formar parte de aquello que se llamaba el ala socialdemócrata de los convergentes, como el alcaldable Trias, Carles podría haberle explicado a Gabriel que este tipo de promesa la vieja CiU ya la tenía atada antes de comunicarla. Quien tenía un trocito de parque de titularidad pública, por desgracia, acostumbraba a tener un tesoro; y es así como los convergentes, antes de hacer el pisito de muerte a las personas mayores, ya habían llamado a los constructores del templo, a los responsables de poner el material sanitario, e incluso a la compañía que se encargaba de repartir la pasta dentífrica. Aparte de un retorno al pasado corrupto del autonomismo, esto de los chicos de Esquerra es como una película mala donde los secuaces de la mafia se piensan que pueden obrar como un Corleone. En el mundo ideal, tendríamos que prescindir de toda corruptela: sin embargo, mediterráneos como somos, al de la política, por lo menos, le exigimos una cierta estética.

Esta carrera para ocupar el espacio convergente en el cinturón rojo tiene cierta dosis de ironía, pues Pujol siempre rebuscó en el extrarradio de Barcelona como un auténtico loco, dejándose toneladas de pasta de la Generalitat, con el único objetivo de asegurarse los votos de todos los castellanos que en las municipales y estatales se decantaban por el PSOE. Y a fe de dios que lo consiguió, por mucho que la peña se burlara de él cuando viajaba a la Feria de Abril o que (literalmente) lo apedrearan cuando osaba sacar la nariz en lugares como Santa Coloma (jovencitos que me leéis: ojead Youtube y veréis de qué os hablo). A los políticos de ERC les falta este carisma y, sobre todo, la fuerza del antiguo president; y es así como, muy pronto, verán como toda esta pamema de la tercera vía y el amor junquerista a España no solo los aleja del poder en lugares como Santako, sino que también hará que Salvador Illa les birle la Generalitat.

Después de la foto entre Rufián & Campuzano asociados, el Govern se ha apresurado a enmendar a sus dos cachorros, recordando que la residencia en cuestión se acabará haciendo mande quien mande. Que tu partido te enmiende la promesa en tan poco tiempo es una cosa bastante humillante como para no añadirle muchos más adjetivos. De hecho, Aragonès cree que ya le va bien que el PSC mantenga cierto poder en Catalunya, pensando que así podrá mantener amistad con Pedro Sánchez (fijaos como él y Junqueras han abandonado al desdichado Ernest Maragall, que ya solo es noticia por los cartelitos que insultan chapuceramente a su hermano). Sin embargo, por poco inteligente que sea, nuestro pequeño Molt Honorable ya debe saber dónde descansan todos los listos que han querido matar al presidente español. Todo ello, no solo certifica la poca maña de los republicanos en el arte de devenir convergentes; también manifiesta que son gente muy, pero muy corta.

En resumidas cuentas, si alguna cosa ha hecho muy bien hasta ahora nuestra más alta instancia es que sus consellers hagan poca cosa y, sobre todo, que tengan la delicadeza de ser invisibles. Tendría que imponérselo, todavía más.