Todo lo que se hace sin llamar la atención evidencia la voluntad de pasar sin hacer ruido. Cuando, por el contrario, se hace ostentación, estamos ante un acto deliberado de hacerse notar, de vanidad (reprobable por mucho que san Tomás de Aquino lo retirara de la lista de los siete pecados capitales) y a veces, según las circunstancias y protagonistas, de impúdica celebración. Vanidad, en el sentido literal de la definición: "Orgullo inspirado por un alto concepto de las propias cualidades o los propios méritos, acompañado de un deseo excesivo de ser notado y alabado de las gentes".

Nada más ajustado a alguna de las fotos que se han hecho circular este verano, en plena quinta ola y entre fuegos que queman y quemarán. Y por eso mismo, foto impúdica, innecesaria.

Cuando año tras año asistimos a la manifiesta voluntad de hacernos presentes a través de nuestra vida privada, de publicitarla, de querer ser el centro del mundo, de querer exhibirnos rodeados de la supuesta crème del país, enterramos toda virtud de nuestra tradición judeocristiana. Cuando, además, la mayor parte de los protagonistas son reincidentes, cuando detrás hay una más que evidente proyección partidista, cuando lo hacemos contrariando toda recomendación de los tiempos que corren y encima con el protagonismo destacado de altos responsables políticos y gubernamentales, proyectamos una pésima imagen de país y evidenciamos una sociedad elitista y, a veces, clasista, por mucho que mezclemos algún mono.

Cuando año tras año asistimos a la manifiesta voluntad de hacernos presentes a través de nuestra vida privada, de publicitarla, de querer ser el centro del mundo, de querer exhibirnos rodeados de la supuesta crème del país, enterramos toda virtud de nuestra tradición judeocristiana

Decía Miguel de Cervantes que no puede haber gracia donde no hay discreción. Por muchas sonrisas que nos ofrezcan, mejor que se las guarden para ellos, ellas y sus paellas.

La discreción, en palabras de Francis Bacon, es una virtud sin la cual las otras dejan de serlo.

La previsión meteorológica para este final de semana apunta a una ola de calor que aumentará exponencialmente el riesgo de incendios. La combinación de duración e intensidad la hace única, sin precedentes los últimos dieciocho años. Humedades extremadamente bajas y temperaturas altas durante el día y la noche. Sequía extrema y entrada de aire sahariano, que es lo que ha favorecido los incendios de Grecia e Italia. Y todo eso en pleno mes de agosto. Si la previsión se mantuviera (¡Dios no lo quiera!), se podría entrar en una situación de incendios que superen la capacidad de extinción de día y de noche.

Precaución, responsabilidad y minimizar la actividad ante esta ola de calor, pero también ante la lucha contra la pandemia. Conceptos de fácil comprensión para la mayoría de mortales, pero de difícil comprensión para un grupo reducido de selectos vanidosos. O al menos, eso parece.