Aquellos que se pensaban que nunca les llegaría la hora de mirarse al espejo, aquellos que confiaban en la toga y la masa de un ejército de tribunales, jueces y fiscales a su servicio para evitarlo, ahora tienen que aceptar el reflejo del fracaso. La hora de ver lo que el carcelero Llarena impidió al Parlament de Catalunya; la hora de aquellos teóricos demócratas que han querido escorarse con la justicia para dar carpetazo a un problema puramente político; la hora en que el fracaso del Estado ha impactado en el corazón de la democracia española, la constitución de las Cortes Generales con presos políticos como electos.

El resultado de las elecciones españolas del 28 de abril en Catalunya ha permitido que el cabeza de lista más votado en el Congreso, Oriol Junqueras, el cabeza de lista más votado en el Senado, Raül Romeva, así como Josep Rull, Jordi Turull y Jordi Sànchez entren en las cámaras, y no precisamente por la puerta grande. Mantendremos durante años en la retina la atronadora dignidad del momento histórico en que los electos independentistas acataban la Constitución con fórmulas donde manifestaban sus valores republicanos, independentistas comprometidos y poniendo en valor el pueblo de Catalunya y el mandato del 1 de octubre, con la condición de presos políticos entre el "ruido de tambores" de la bancada de Vox. La nueva condición que les otorga ser diputados y senador electos conlleva la inmunidad y la inviolabilidad parlamentaria, hecho que evidencia la errónea decisión del Tribunal Supremo al no suspender el juicio contra el procés mediante la aprobación del suplicatorio y dejar en libertad a los encausados.

Me gustaría preguntar a aquellos que todavía consideran la democracia española como plena y cien por ciento homologable, el hecho de que el Estado quiera esconder la vulneración de derechos fundamentales y la intromisión, evidente, del poder judicial sobre el legislativo. Estos días hemos sido testigos del ridículo internacional y la aberración democrática sin precedentes ―o si, durante la dictadura franquista― que supone vulnerar y alterar el libre desarrollo de la tarea de los medios de comunicación, restringiendo su acceso e impidiendo que diputados electos sean entrevistados o grabados, vulnerando así sus derechos fundamentales. Como también la incongruencia que supone ver a cuatro diputados y un senador encarcelados sin sentencia firme, llegando al Congreso y Senado con custodia policial y con la vulneración del derecho a realizar con normalidad la actividad parlamentaria.

Todo eso responde a querer esconder la realidad; querer dar la imagen de normalidad; utilizar vehículos policiales sin logotipo y agentes de paisano para esconder lo imposible, aunque vayan sin esposas: la continuidad del régimen del 78. El Estado prefiere sobrepasar los límites que han garantizado los pilares de la democracia ―o eso nos han hecho creer hasta ahora― para reprimir, encarcelar y silenciar la voz de los presos, la voz de un pueblo. La imagen del régimen del 78 cada vez más alejada de las democracias europeas. La crisis de un sistema al cual pronto le llegará el final.

¡Hagamos que los votos de los catalanes nos acerquen a la libertad!

Que alguien me explique si conoce alguna democracia en la que se aceptaría como racional y legítimo ―y no como una vulneración democrática― que Javier Ortega-Smith, que el abogado de la acusación popular de Vox en el juicio del procés, ayer ocupara su escaño como diputado de la formación de extrema derecha y a pocos metros de los diputados independentistas contra quien él mismo ejerce la acusación. Presos políticos víctimas de una prisión preventiva injustificada y que hoy se tendrán que volver a sentar en el banquillo de los acusados, ahora con la condición de diputados y senador.

Ahora la pelota está en el tejado de las mesas, con la mayoría del PSOE y Podemos en la del Congreso y con mayoría absoluta del PSOE en la del Senado. Como bienvenida, la patata caliente que les ha pasado el Tribunal Supremo y que espera respuesta. A ellos les toca decidir si aceptan la intromisión del poder judicial sobre el poder legislativo, ergo, suspender a los cinco electos independentistas ―mediante el artículo 22.1 de la cámara y que no cumple todos los requisitos para poder aplicar la suspensión― o apostar para que se imponga la legalidad y la democracia. Una nueva etapa donde veremos si el remedio es la política o, por otra, la continuidad del visto hasta ahora, las decisiones judiciales como excusa y solución.

Saber si veremos a un PSOE dispuesto a afrontar de cara un problema político y sus consecuencias ―con los cuatro años por delante― y cuál será el papel de Podemos. Gerardo Pisarello ―miembro de la mesa del Congreso― ya ha manifestado que apuesta por garantizar los derechos de los diputados y respetar la autonomía y los estatutos de los parlamentarios. Decisiones que harán ver hacia dónde vira el gobierno Sánchez y si es capaz de permitir la alteración de las mayorías parlamentarias con la suspensión de los diputados independentistas, hecho que le daría la mayoría parlamentaria suficiente para gobernar sin el apoyo de los partidos independentistas.

Incógnitas que pronto se resolverán, seguramente, no antes de los comicios electorales que tenemos el próximo domingo 26 de mayo ―y no descarto que la patata caliente vuelva al Tribunal Supremo y sea este quien resuelva definitivamente―. Unas elecciones municipales y europeas que tienen que reforzar el independentismo y que tienen que servir para no aceptar la normalidad política en un contexto de extrema excepcionalidad y donde la vulneración de derechos es flagrante.

Los votos de los catalanes han dado voz a los presos políticos en las Cortes. Ahora podemos hacer que la voz de los presos políticos también llegue a Europa. Ahora es el momento que el independentismo se imponga, mayoritariamente, por todos los pueblos y ciudades del país. La hora de que la capital de Catalunya vuelva a ser independentista y republicana. El último alcalde republicano, Hilari Salvadó de Esquerra Republicana, se tuvo que marchar al exilio el año 1939 por culpa de las armas de los franquistas. ¡Hagamos que los votos de los catalanes nos acerquen a la libertad!