Me pregunto cómo se concilia blandir el "prepararnos para la batalla definitiva", sin concretar nada, ni de casualidad, con decir al día siguiente mismo que "es evidente que no estamos preparados" ―en Catalunya Ràdio― y que "hay que superar el 55% de los votos". No hay por dónde cogerlo. De verdad, ¿en qué quedamos?

Me pregunto cómo se concilia aplaudir un día la moderación de Artur Mas, como hizo gran parte de los consellers de Govern que asistieron al acto de presentación de su libro, con aplaudir al día siguiente las embestidas contra la mesa de diálogo que, precisamente, preside el president Torra. Todavía más, cómo casa compadecerse amargamente de que Sánchez no quiere recibir a Torra, cuando no sólo lo recibe sino que se sienta en esta mesa de diálogo, y entonces nos ponemos de culo. Me pregunto a qué lógica responde tanta incongruencia. Me pregunto si no hemos perdido el norte. Me pregunto si no estamos allanando el camino a la derecha extrema. Me pregunto qué ganancias nos procura esta actitud.

Me pregunto cómo concilian los entornos más próximos de Waterloo los llamamientos a la unidad (cada día más un arma arrojadiza) con reírse sistemáticamente de la gente (al menos de alguno) que hace tres Navidades que está encerrada en prisión. Impresentable. De vergüenza ajena. Me pregunto cómo se puede verbalizar tanto desacuerdo con la búsqueda de ningún consenso.

Me pregunto, si tenemos que llegar al 55%, por qué motivo se es tan poco inclusivo y se arremete contra toda maniobra de seducción para atraer bases electorales federalistas o autodeterministas

Me pregunto cómo se puede obviar, en un acto de país, toda referencia y protagonismo a dos de las personas imputadas que fueron detenidas aquel 20 de septiembre, fuerza motriz del 1 de Octubre, como principales responsables logísticos del referéndum.

Me pregunto cómo no se aprovechó el acto masivo con una demanda concreta, si era un acto de país, como que se aplique al eurodiputado Oriol Junqueras la resolución judicial que ha permitido a los tres eurodiputados de Junts per Catalunya estar en Perpinyà. Es la batalla judicial más grande que se ha ganado y de efectos más inmediatos.

Me pregunto, si tenemos que llegar al 55%, por qué motivo se es tan poco inclusivo y se arremete contra toda maniobra de seducción para atraer bases electorales federalistas o autodeterministas. Me pregunto en qué momento tomó fuerza esta pulsión populista de huida adelante que nos aleja cada vez más de las mayorías sociales y políticas del país y, por lo tanto, de la República.

Me pregunto cómo se puede exigir el respeto a los derechos y libertades y al mismo tiempo haberse mantenido durante 40 años impasible ante las exigencias de justicia y reparación de los republicanos desaparecidos. O cómo se pueden mantener monumentos de enaltecimiento al fascismo como el de Tortosa. Me pregunto qué pensaría de todo esto Antoni Rovira i Virgili.

Me pregunto cómo se puede hacer compatible tanta pureza espiritual y tanta consigna encendida y vacía, con volver a la sociovergencia en toda la región metropolitana con un ímpetu renovado. Me pregunto cómo se prefirió que presidiera la socialista Núria Marín la Diputación de Barcelona a que lo hiciera un patriota como Dionís Guiteras. Me pregunto cómo puede ser que haya tanto ruido en el Govern de la Generalitat y en el Parlament y que, por el contrario, la Diputación sociovergente sea una balsa de aceite.

Me pregunto por qué motivo se ataca con tanta visceralidad a la única formación que capta nuevo voto indepe y que, por lo tanto, nos acerca al 55% que reclama Puigdemont, y que por el contrario se centre toda la estrategia política en una confrontación cainita, intestina, de suma cero yendo bien. Me pregunto por qué en lugar de querer un movimiento independentista grande y amplio lo quieren pequeño, excluyente y caudillista.

Y, sobre todo, me pregunto en qué consiste la "batalla definitiva". Me parece que al menos nos merecemos una explicación, clara y sincera. Basta de engatusar a la buena gente. Toda estrategia puede ser cuestionable o rebatida. Pero lo que a buen seguro no puede ser rebatido ni valorado es la ausencia absoluta de toda estrategia y su sustitución por una agitación sentimental tan ineficiente como estéril a mayor gloria, electoral.