Confrontar salud y economía es un falso dilema. La salud es principal y prioritaria. Porque sin salud todo pierde sentido. Pero sin una economía vital, sin una economía saludable, sin salud económica —que es lo que nos ha permitido el estado del bienestar que hemos conocido— no tendremos un buen sistema de salud.

Una sanidad eficiente pide también una economía saludable. Y todos los indicadores están apuntando que la crisis sanitaria, que ha dado paso a una crisis humanitaria, dará paso a una crisis económica y social sin precedentes, de consecuencias difíciles de cuantificar. Todas las previsiones dibujan un escenario entre complicado y dramático. Sin ir más lejos, las predicciones del FMI te dejan temblando.

Y esto cuando todavía no nos hemos recuperado de la última crisis económica que (como esta crisis sanitaria) nadie (o casi nadie) supo predecir a tiempo. El recuerdo de cómo se afrontó la crisis del 2008 está muy fresco porque las consecuencias han perdurado con una pérdida de poder adquisitivo que ha empobrecido a la clase media de este país. Y por clase media no podemos entender aquellas rentas superiores a 90.000 € de base imponible, como alguien nos pretendía hacer creer (qué tomadura de pelo) para cuestionar el incremento del IRPF previsto por el Govern. No, 90.000 € no te hacen rico, pero el salario medio de este país está muy, pero que muy lejos, de esta cantidad.

Recentralización, la rojigualda, el españolismo castizo y el monarca como el "primer soldado" para vencer la pandemia. La indecencia del paternalismo en contra de la cooperación territorial

Del recuerdo tan fresco del 2008 sobre todo tenemos que sacar una conclusión: la crisis que vendrá no la pueden volver a pagar los mismos. Las recetas neoliberales sólo nos llevarán a consolidar una sociedad con más diferencias, que acentúa a los de arriba y a los de abajo, una masa que crece y crece, mientras que, por el contrario, unos pocos cada vez acumulan más riqueza.

Tampoco nos podemos permitir que esta crisis sea aprovechada, como ya se ve venir, para pretender arrinconar la demanda democrática y los grandes consensos en Catalunya en torno a la amnistía y la autodeterminación. Puesto que también querrían que nos olvidáramos de los presos y presas que simbolizan como nadie la respuesta autoritaria y brutal del Estado al anhelo de votar para decidir.

Y también veremos como la derecha extrema que sufre España, con la complicidad de un Estado oscuro y corrupto, acentúa el sitio al gobierno del PSOE y Podemos. Un sitio que también cuenta con complicidades en Catalunya. Y al mismo tiempo veremos como también utilizan, descaradamente, la crisis para pasar página y silenciar la corrupción flagrante en que vive instalada la principal institución del Estado, la monarquía. O como se sigue olvidando que fueron los ahorros de los ciudadanos los que permitieron salvar una banca que las había hecho de padre y muy señor mío. O una Europa que no nos salvará y que bendijo e impulsó unas recetas que hoy todavía hacen que las administraciones locales tengan que priorizar los pagos a la banca (la misma que fue financiada y rescatada gratuitamente por los ciudadanos) al gasto e inversión pública con su superávit.

Incertidumbre y preocupación social y económica que se añaden a las reivindicaciones políticas —e históricas— de los catalanes cansados de este Estado reaccionario que responde ante la crisis con menos derechos y libertades y con más militares; con más defensa y menos hospitales.

Recentralización, la rojigualda, el españolismo castizo y el monarca como el "primer soldado" para vencer la pandemia. La indecencia del paternalismo en contra de la cooperación territorial.

Menos campañas publicitarias y más medidas económicas para ayudar a aquellos que siempre acaban pagando los "platos rotos", las familias, los autónomos y los pequeños y medios empresarios.