El ladrocinio real, por la magnitud y la impunidad, empequeñece al tres por ciento si no fuera porque el Govern de Catalunya (al menos una parte) se quiere hacer el sordo. Nada nuevo. Ya en la legislatura del 1 de octubre, el Govern (nuevamente una parte) montó en cólera por la voluntad (de los republicanos) de personarse en el caso Palau. Santi Vila se negó rotundamente. Su valedor presidencial aplaudió la decisión con las orejas y optó por confrontarse —ya entonces— con los republicanos que sí que querían aclarar el espolio del Palau.

El régimen del 78 protege la inmundicia real desde hace años y más años. La restauración borbónica es la consolidación estructural de la corrupción, una circunstancia que parecen olvidar estos nuevos indepes que siguen participando en los teatros reales. Los herederos del tres por ciento actúan con similar predisposición cuando se trata de blanquear la corrupción. Han hecho y hacen un daño incalculable a la causa de la República Catalana, cubriendo sus corruptelas antes con la bandera y ahora con la estelada. Es muy poco creíble dar lecciones a los demás cuando no eres capaz de predicar con el ejemplo. Y la actitud de algunos de los nuestros con la corrupción sigue siendo la misma. Connivencia, por muchos cambios de siglas para enterrar el legado tóxico, y que la suciedad la recoja el último. Esta manera de obrar nos ha pasado y nos pasa factura. Porque en lugar de proyectarnos con una autoridad moral que otros no tendrían, reproducimos a pequeña escala los mismos tics. Ya dicen que por mucho que la mona se vista de seda, mona se queda. Sólo hay que fijarse en la omertà de la sociovergencia en la Diputación de Barcelona, un exponente de como dos se pueden entender para fastidiar a un tercero, pero también para cubrirse mutuamente las vergüenzas. La sociovergencia también ha traído inherente la corrupción.

La restauración borbónica es la consolidación estructural de la corrupción, una circunstancia que parecen olvidar estos nuevos indepes que siguen participando en los teatros reales

Mientras el emérito se exilia y la diligente Fiscalía se hace la loca, la campaña judicial contra el 1 de Octubre sigue en marcha. La diligencia es extrema cuando toca exigir responsabilidades al independentismo. Y algunos lo ponen fácil con sus trapis torpes. Ahora, llega el turno de los representantes de la Sindicatura Electoral. Todos serán juzgados. Todos, excepto el milhombres del Parlament que salió indemne, parapetado en la suplencia. El hombre que dinamitó los consensos de Lledoners es un apasionado del cuanto peor, mejor. Peor para los otros, claro está. Porque cuando huele el peligro es un escapista. Se las sabe todas. "Pierna corta, lengua larga".

Esta es una historia que le incomoda mucho. Pero todo el mundo sabe que cuando iban mal dadas, nada más imaginar un paso adelante se mareaba. Ya lo decían antiguamente los abuelos en mi casa: "El ratón cuando huele al gato, huye a la guarida. Al ratón no lo hace pequeño ser un ratón, lo empequeñece tener un espíritu tan diminuto".

Y cabe decir que el miedo es humanamente comprensible. Lo que ya es de nota es su natural predisposición a hacerse el lenguaraz. Los últimos días alimentaba un hipotético tripartito mientras callaba ante el papel de muleta socialista de los juntaires en toda la región metropolitana. Cada vez que abre la boca parece que se quiera comer el mundo, pero a la hora de la verdad siempre encuentra una excusa para esconderse. Forma parte de esta saga que ha eclosionado post 1 de octubre, entre los cuales se cuentan entusiastas del PSOE de los GAL y la corrupción o candidatos frustrados a ministro de Zapatero que ahora ejercen de gurús del independentismo más exaltado.