El independentismo dispone de una mayoría incuestionable para formar nuevo gobierno. La izquierda acomplejada tendría que ser consciente de ello. Escoger entre ser la muleta del PSOE o apostar por un frente amplio tal como hacen en el Ayuntamiento de Tarragona o de Lleida. También la izquierda rupturista tendría que madurar y decidir si son capaces de gestionar aquello que tanto reclaman y entrar en el Govern.

Es hora de asumir retos y dejarse de excusas. El reloj corre. El país necesita un gobierno fuerte, amplio y estable. Un gobierno que dé estabilidad para los próximos cuatro años y que afronte con firmeza la crisis social y económica causada por la pandemia. Un gobierno que ejecute la reconstrucción y la transformación. Un gobierno feminista, progresista, paritario, ecologista y transformador. Un gobierno que trabaje por la amnistía y la autodeterminación.

Ahora bien, hay que separar el grano de la paja. No descubro ningún secreto al afirmar que el independentismo nítido ha basado toda su campaña electoral en una gran comedia. Resulta tan evidente como que hace tres años que ininterrumpidamente miente. Y lo peor es que no tiene ninguna intención de dejar de mentir.

La principal baza electoral de los nítidos ya no ha sido la DUI o el volveré, aunque de vez en cuando lo repiten como si nos tomaran por aprendices. La principal baza electoral de los nítidos ha sido aquello de "si pueden hacer un tripartito, lo harán". Sabían que mentían, a conciencia. Pero les daba igual, a falta de ninguna propuesta creíble, a falta de ninguna idea tangible que no sea humo, sembraron la campaña con esta insidia. Su principal y única baza electoral era esta. No tenían ninguna otra. El resto, humo. No tienen nada que no sea seguir engatusando a la parroquia y seguir con sus campañas de intoxicación y malas maneras en las redes. La última campaña de los nítidos, de los pata negra, contra Carme Forcadell (por emitir una opinión política) es muy reveladora de su miseria patriótica.

Lo que no se preguntan nunca los de Junts es por qué motivo su candidata a presidir a la Generalitat ha perdido tres veces seguidas. Por qué motivo siguen retrocediendo en las áreas metropolitanas

Las urnas hablaron y la sacudida en la sede electoral de Junts todavía resuena. No podían entender cómo ellos —que en Twitter son los putos amos, que diría Guardiola— habían sucumbido ante una ERC que llegaba a las elecciones claramente desgastada por la gestión de la pandemia y con los juntaires haciendo de principal partido de la oposición. Y con sus epidemiólogos difundiendo dudas y acusaciones a diestro y siniestro. Hasta el punto de que llegaron a poner el Madrid de Ayuso de referente. Hasta el extremo de que llegaron a recoger firmas para cerrar las escuelas y enviar a los niños y niñas a casa.

Junts, en nombre de la unidad, se ha dedicado a ensanchar la grieta entre el independentismo. Junts, unos recién llegados, se han dedicado a hacer listas de buenos y malos. Junts ha demostrado, un día tras otro, que el único adversario a batir son los republicanos y que la confrontación con el Estado es pura retórica cosmética. Junts ha instrumentalizado la ANC hasta convertirla en una sectorial excluyente. Junts ha hecho de las redes un verdadero estercolero donde proliferan los hooligans más apasionados con todo tipo por insultos y groserías. Y a pesar de todo, no lo han conseguido.

Lo que no se preguntan nunca es por qué motivo su candidata a presidir a la Generalitat ha perdido tres veces seguidas. Por qué motivo siguen retrocediendo en las áreas metropolitanas. Por qué motivo los candidatos más populistas ganan tanto peso interno. Por qué motivo en sus listas proliferan los personajes más impresentables. Por qué motivo son un centrifugador de consensos. ¿Por qué motivo?

Ya compadezco al nuevo Govern, si es que la cólera de los dirigentes del independentismo nítido no nos empuja a nuevas elecciones. Porque tener que hacer gobierno con personas que han hecho y se han comportado así será un calvario si no hacen propósito de enmienda. Ojalá la unidad dejara de ser un mantra de guerra recurrente para pasar a un espacio de consenso entre todo el independentismo, con una mano siempre tendida a todo el soberanismo y al conjunto de los demócratas de este país.