El motivo por el cual el mundo (post) convergente dinamitó la propuesta de consenso por el caso Laura Borràs es obvio: por pura estrategia electoral, por puro electoralismo. Es inaudito que la propuesta de 'no votar' haya sido satisfecha excepto por aquellos que la elaboraron. Y es una farsa de proporciones gigantescas la reacción posterior, tirándose de los pelos y haciéndose los ofendidos justo porque gran parte del independentismo catalán y vasco (y gallego, en cierto modo) hizo exactamente lo que proponía Junts per Catalunya. ¿Cómo se podrán volver a sentar y aceptar alguna propuesta cuando una de las partes es capaz de perpetrar una reyerta salvaje, precisamente, porque el resto de fuerzas políticas hacen lo que exactamente habían planteado los supuestos ofendidos?

Junts per Catalunya decidió legitimar un suplicatorio rompiendo el acuerdo con ERC, la CUP, Bildu y el BNG. Si los socios de JxCat —el PSC/PSOE— en la Diputación de Barcelona y en toda la región metropolitana hubieran votado en contra, el suplicatorio se habría denegado.

La agresividad, los insultos y las descalificaciones son hoy el modus operandi en las redes del mundo (post) convergente que no dudará en reventar el conjunto del independentismo por puro electoralismo. A destruir su fortaleza destruyendo su transversalidad. Sin ofrecer ninguna otra propuesta de futuro que no sea humo, instrumentalizando todo lo que tocan, hasta el extremo, chapuceando una ANC que va de mal en peor, ahora ya en un proceso de purgas internas sectarias. Una dirección de la ANC que ni una sola vez ha predicado con el ejemplo en los últimos años, que ni ha desobedecido ni desobedecerá nada, que cada día más es un satélite de un partido y que lejos está de lo que tendría que ser su objetivo: ser capaz de sumar complicidades en el movimiento independentista.

La única puñalada, con premeditación, ha sido precisamente la de los que han roto el consenso y han faltado a su palabra para organizar un circo y crispar el ambiente, una vez más

Y esto no ha hecho más que empezar. El independentismo tiene que ser inmaculado ante cualquier sospecha o sombra de mala praxis. Creo que es un error fingir un ataque de amnesia para hacer olvidar que sólo hay un partido en este país que haya tenido que enterrar las siglas huyendo de la corrupción. Y se llama Convergència Democràtica de Catalunya. Unas siglas hoy en liquidación, al lado de las de Unió Democràtica, por los múltiples casos de corrupción, constantes, sostenidos. Pretender ahora atribuir al resto del independentismo su miseria moral es pornográfico. La corrupción convergente es una lacra que ha sido utilizada por el Estado contra el conjunto del independentismo. Y la reacción, en lugar de ser ejemplar, es de negar todas las evidencias y exigir un acto de fe que lastra el independentismo.

¿O es que ahora resultará que el caso Palau se lo han inventado republicanos y cupaires? ¿O es que las jugosas comisiones por obra pública en Sant Cugat del Vallès son responsabilidad de los otros? ¿O es que Oriol Pujol Ferrussola fue condenado por culpa de republicanos y cupaires? ¿O es que Ferrovial pagaba sumas millonarias a la fundación Catdem por obra y gracia del espíritu santo?

Cuando alguien arrastra este pasado y en lugar de ser ejemplar se victimiza y arremete contra los otros independentistas, no es que haya perdido el norte es que sencillamente ha optado por una estrategia de confrontación cainita y de reyerta quinqui. La única puñalada, con premeditación, ha sido precisamente esta, la de los que han roto el consenso y han faltado a su palabra para organizar un circo y crispar el ambiente, una vez más.

Es imprescindible que el independentismo alcance la unidad estratégica compartida. Es indispensable tejer un proyecto inclusivo, plural, diverso... reflejo de la realidad de la sociedad catalana. Pero también es necesario que los que más gritan y apelan a la unidad, primero, se reordenen internamente.

El baile de bastones en el mundo (post) convergente y la incapacidad de Puigdemont y Bonvehí para llegar a un acuerdo resta más que suma. La fragmentación del centroderecha nacionalista catalán en diferentes siglas y partidos no ha sido suficiente para alejarse del peso y la herencia de unas siglas gloriosas durante muchos años, pero que han acabado siendo las de un "banco malo". Ya lo dice el dicho: "Aunque la mona se vista de seda, mona se queda".