Leía un tuit de la diputada cupaire Natàlia Sánchez en el que se refería a la actividad en las redes del mundo de Junts per Catalunya como una "fábrica de fake news". Y pensé que qué razón tenía, con la mención destacada que merece el insultador vocacional, antaño acólito de Felipe González, de los GAL y el anticatalanismo.

Y en eso que he recordado aquella verdad revelada que afirmaba que Pasqual Maragall era un borracho. La acusación, hecha con toda la maldad, fue divulgada a diestro y siniestro por los cenáculos convergentes, de manera que nadie osaba dudar de la afición a la bebida del rival de Jordi Pujol. Ya decían, siendo alcalde de Barcelona, que tenía el vicio de la botella y fueron tan efectivos y contumaces en la infamia y la difamación que si lo cuestionabas, parecías tonto o era una clara demostración de ser sociata. El mundo nacionalista ha mutado de siglas, pero sigue operando igual que lo hacía, haciendo escarnio y befa de todo el mundo que osa cuestionar sus consignas y jugadamestrisme. Nadie ha enfangado tanto la política con estas maniobras indignas. Y todo, en nombre de Catalunya.

A saber quién ganará las elecciones o cuándo seremos llamados a las urnas, visto que serán convocadas con un criterio única y exclusivamente partidista. Pero donde el mundo de Junts sobresale es en las redes sociales, arrasando en el capítulo de insultos y descalificaciones chapuceras y en la invención de conspiraciones y acusaciones de baja estofa. Aquí ya han ganado y por goleada, convirtiendo el independentismo en una cuestión de fe, fanática, en busca de impuros a los que reprobar.

Un juego de doble moral que les permite crucificar cualquier indicio de herejía y exigir sumisión a su ortodoxia mientras, lejos de predicar con el ejemplo, se han hartado de hacer exactamente lo contrario. Lanzan fetuas desde los púlpitos mientras por detrás hacen obscenamente lo contrario.

El mundo nacionalista ha mutado de siglas, pero sigue operando igual que lo hacía, haciendo escarnio y befa de todo el mundo que osa cuestionar sus consignas y jugadamestrisme

Cada día, nuevos ejemplos. Hace escasos días, los republicanos entraban en el Ayuntamiento de Girona para blindar la mayoría independentista en la patria chica de Puigdemont. Como ya ha pasado repetidamente, la torna no se ha hecho esperar en forma de moción de censura en la ampurdanesa Calonge. En este caso, PSC y PP pactaban una moción de censura con el partido de los presidents Puigdemont y Torra para desbancar a los republicanos de la alcaldía. PP, PSC y Junts harán efectiva la moción de censura en Calonge el 1 de octubre, para conmemorar el tercer aniversario, al grito de "no surrender!".

En la región metropolitana de Barcelona han consumado este idilio frenéticamente. O en el Penedès, donde esta política de alianzas es el pan de cada día. De hecho, si eres vecino de Vilafranca, no hay administración que no sea un canto a la sociovergencia. Empezando por un ayuntamiento gobernado por los de Puigdemont y PSC. En el Consell Comarcal, igual. En la Mancomunitat Penedès-Garraf, lo mismo. Y huelga decir que en la Diputación de Barcelona convive felizmente este provechoso matrimonio que no tiene ningún tipo de intención de separarse. Tanto es así que cuando al president Mas le han preguntado sobre el baile de bastones con Puigdemont, entre las desavenencias con Waterloo, no está la Diputación de Barcelona. En este caso, ambos comparten y velan por no poner en cuestión la presidencia de la socialista Núria Marín. Y para evitar, al precio que sea, que un hombre honesto como Dionís Guiteras pueda presidir el ente, el tercero del país, que gobierna una sociovergencia más opaca que nunca.

Y si esta no es la cuestión, si no tienen ningún tipo de inconveniente en haber batido el récord histórico de acuerdos con el PSC, debe ser que las discrepancias cainitas no son de fervor patriótico. Ninguno de los dos presidents cuestiona una política de alianzas que se define en la región metropolitana por gobernar con los de Miquel Iceta allí donde pueden. Mejor dicho, allí donde el PSC cojea, los de Puigdemont (y Mas) están para hacer de muleta. Sin manías. Una práctica que defienden con uñas y dientes y que hacen compatible con todo tipo de ascos en paralelo al PSC. Suerte que los tienen en tan pésima consideración, porque si llega a haber un amor sincero, no queda institución sin consumar acuerdo. Tanta hipocresía no se había visto nunca.