La semana pasada escribía sobre la profesionalidad y los valores del major Trapero en la praxis policial del Cuerpo de Mossos d'Esquadra, justo antes de resolverse la incógnita de saber si declararía o no en sede judicial. Su declaración no dejó a nadie indiferente, no por su soberbia, sino por contrarrestar las difamaciones que había sufrido la policial catalana y, especialmente, su figura, con respeto a la autoridad judicial, pero con el rigor que lo caracteriza. Aclarar las dudas a aquellos que lo acusaban de ser el cabecilla de una organización criminal considerada por la fiscalía como el brazo armado del movimiento independentista con la finalidad de conseguir la subversión constitucional.

La opinión pública recibió con ambivalencia sus declaraciones. Mientras una parte se abalanzaba indignada calificándolo de "mito caído", otros las calificaban de un baño de realismo esencial para desmontar la parodia de la hipótesis del fiscal y hacer caer la rebelión del catálogo delictivo de un escrito de acusación que es, sencillamente, papel mojado.

De la declaración del major Trapero podemos extraer dos conclusiones. La primera, que los Mossos cumplieron el mandato judicial sobre la prohibición del referéndum del 1 de octubre, actuando como policía judicial con respeto a los principios de cooperación y colaboración con el resto de fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado, tal como regula la Ley orgánica 2/86. Y, la segunda, por poner de manifiesto la voluntad firme del Govern para la celebración del referéndum como respuesta al mandato democrático emanado del Parlament de Catalunya y las urnas.

Con este antecedente todavía en la retina, el sábado pasado Madrid se llenó de catalanes con el grito atronador de "La autodeterminación no es un delito" y "Democracia es decidir". A primera hora de la tarde el desfile de autobuses llenaba los laterales de las principales arterias de la capital y la multitud de esta maravillosa mayoría teñía de amarillo las confluencias del Paseo del Prado, con el civismo, los derechos de la autodeterminación y la libertad como bandera.

Detrás de los miles y miles de personas que asistieron me gustaría destacar la gran tarea de las entidades organizadoras. El ingente trabajo de la ANC (con la colaboración de Òmnium Cultural) se visualiza con el esfuerzo de los centenares de voluntarios de la entidad que lo hacen posible. A la cabecera de la pancarta no faltaba nadie, bueno, ni rastro de Ada Colau y Pablo Iglesias, los líderes de aquella izquierda populista venida a menos y transformada en una especie de PSOE low cost. El inicio de la manifestación dejaba la imagen para la historia de una marea de esteladas que inundaron el centro de la capital española entre gritos de "independencia", "libertad presos políticos y exiliados" o "este juicio es una farsa".

Esta es la realidad de este país que condena a los inocentes de Altsasu y deja libres a los criminales de la Manada. Un Estado que primero sentencia y después pregunta

Durante el transcurso de la manifestación vi un hecho que me chirrió. La imagen de un conjunto de jóvenes musculosos, serios y con un brazalete de tono rojizo (miembros del Cuerpo Nacional de Policía) que me recordaron al servicio de seguridad de las SS. Infiltrados entre la cabecera, se entrelazaban las manos para hacer un cordón de seguridad infranqueable. En un momento, pasaron de hacer la mera función de delimitación a mostrar su mala educación con una actitud pseudoagresiva, prohibiendo el acceso a la zona a personas previamente autorizadas a acceder. Con su actitud vi la viva imagen de que estos "protectores" no se estaban enterando de qué iba la película. No se estaban enterando del motivo por el cual estábamos allí. La imagen del no entender nada de lo que es y quiere el movimiento independentista. No entender nada sobre el espíritu de una manifestación cívica, pacífica, contundente y multitudinaria, que son los valores que nutren el movimiento independentista y que lejos está de la imagen que ellos representaban.

Como tampoco puedo olvidar el trato que recibió Jordi Alemany, secretario nacional de la ANC, detenido en Madrid momentos previos a la manifestación y que nada más salir de los juzgados denunció el trato degradante y humillante por parte de la policía española, con el recibimiento en la comisaría de Legalitos entre insultos y el himno de España.

Y ayer, el inicio del desfile de guardias civiles por el Tribunal Supremo mostraba la rotunda evidencia de lo que significa falso testimonio y lo que avala Marchena. Relato fantástico y manipulado para criminalizar a los Mossos y la ciudadanía, entre las denuncias de las defensas por la vulneración de los derechos de los acusados con testificaciones sobre hechos que ni la misma defensa tenía el conocimiento.

Esta es la realidad de este país que condena a los inocentes de Altsasu y deja libres a los criminales de la Manada. Un Estado que primero sentencia y después pregunta, como hacía el franquismo y que ahora seguimos viendo.

La seguridad pública es un elemento fundamental para un país. El estado español se ha esforzado en perpetuar unos cuerpos policiales estatales lejos de una policía democrática, comandados por una cúpula de viejos franquistas, conspiradores y mafiosos que han alimentado las cloacas, imagen del descrédito democrático. La imagen de una policía democrática hacia una policía con tics del pasado. ¡El major Trapero se merece una medalla y no este juicio!

No podemos dejar de manifestarnos para reclamar nuestros derechos y no denunciar la represión. El próximo sábado toca llenar la capital catalana para reclamar la libertad de la presidenta Carme Forcadell y la del resto de presos y exiliados. Y el domingo hace falta ir a Altsasu para reclamar la libertad de los jóvenes inocentes y denunciar la manipulación judicopolicial y la complicidad del Estado.

¡Que nadie se quede en casa!