Todos sabíamos que llegaría el día. Esperábamos que la obviedad y el sentido común paralizaría, temporalmente, el traslado de los presos políticos hasta saber, con certeza, la fecha de inicio del juicio. Pero para no romper las costumbres y tradiciones del Imperio español, aquel donde nunca se pone el sol ―algunos todavía lo piensan―, cuando el convoy de la Guardia Civil cruzaba Zaragoza, el Tribunal Supremo hacía el anunciamiento: el 12 de febrero, el inicio del juicio contra el pueblo de Catalunya.

¿Qué sentido tiene trasladarlos 11 días antes? ¿Agravar su padecimiento? ¿Alargar más el suplicio de las familias? ¿Hacer más difícil la defensa? ¡Que les den!, total, son catalanes independentistas, una enfermedad que adoctrina el cerebro del infectado (como decía el ministro Pepito Borrell) y que lo transforma en el "rojo separatista" programado para dinamitar la indisoluble Nación española. Una enfermedad que el Tribunal Supremo está dispuesto a combatir a fuerza de antibióticos jurídicos en manos de los siete filofascistas casposos liderados por el Mengele Marchena. Hambrientos justicieros que no dudarán en manchar la masa con el sangriento "peso de la ley".

Una sentencia que quiere ser el escarmiento y el castigo para talar de raíz el movimiento independentista y acabar con la pandemia soberanista. Una condena que quiere ser la doctrina y amenaza para todo aquel que ose cuestionar los pilares sacrosantos del Estado. Pretextos legales que quieren ser el antídoto para futuras generaciones de adoctrinados catalanitos inoculados con el veneno del movimiento republicano

¿Alguien no se esperaba el esperpento del traslado de los presos políticos? ¿Alguien creía que los líderes independentistas se merecían el premio de ir en un minibús? ¡Ni hablar! Es el premio por ser peligrosos sediciosos inoculados con el poder de las urnas. Temibles superhéroes que amenazan con destruir el Estado con el meteorito de la autodeterminación. ¡Claro que sí!

Es el precio a pagar por poner en evidencia la decadente democracia española y el olor a rancio de su sistema. Un viaje de 10 horas en una prisión encajada con ruedas, con celdas claustrofóbicas aisladas similares a un lavabo de avión. Y para pasar el rato, dentro del picolobús, los carceleros de verde tricornio reían y comían pipas observando desde la sala de control las imágenes del Gran Hermano Independentista. Y a fuera, a la salida de Brians, la Benemérita se divertía burlándose de los concentrados que despedían a los líderes independentistas.

La Guardia Civil se ha apresurado a publicar la suspensión del aspirante benemérito a director de cine. Quizás para tapar el esperpento que significa saber que la Guardia Civil no investigó el abandono de armas en el interior del coche aparcado (y abierto) delante de la sede de la Conselleria d'Economia el 20 de septiembre del 2017.

Mientras tanto, el presidente Pedro Sánchez, lejos de vaciar el sarcófago de la momia del Valle de los Caídos, viajaba a México para conmemorar los 80 años del exilio republicano. Un país que recibió a más de 25.000 refugiados españoles que huían de la represión después de la guerra. Una guerra que llevó al exilio a más de medio millón de personas.

Y a Sánchez no se le ocurrió nada más que tirar de cinismo: “No se me ocurre condena más terrible para un ser humano que abandonar su familia, sus amigos, su propia lengua, su identidad. El exilio es abominable siempre [...].” ¡Qué poca vergüenza! ¿Qué sabe él del exilio? ¿Qué sabe él de quien lo sufre? Él y su partido son los carceleros que avalaron la aplicación del artículo 155 y provocaron el exilio y la tenencia de presos políticos.

A los mentirosos, tarde o temprano, se les acaban cayendo los dientes

Pero esto no es todo. La campaña de blanqueo democrático continuaba con la banalización de un tema tan sensible como es la memoria histórica. El motivo, la entrega a la nieta del president Lluís Companys de la declaración de "reparación y de reconocimiento" de su dignidad. Restituir pero no anular. Reparar, nada más. Marketing político y cinismo del gobierno español que no ha sido capaz de anular las miles de sentencias sumarísimas todavía vigentes, entre ellas, la que llevó al fusilamiento del president en el castillo de Montjuïc.

Pura demagogia socialista que sigue permitiendo que los golpistas de Franco, los que se rebelaron contra la República, sigan siendo los inocentes que juzgaron por delito de rebelión a los que defendían la democracia. ¡La justicia al revés!

Me escandaliza ver como Pedro Sánchez y el PSOE banalizan el exilio y la figura del president Companys. Queda patente que, 12 años después de la aprobación de la ley de memoria histórica española en manos del presidente Zapatero, esta sólo ha servido para promover el olvido y justificar los millones de euros liquidados por el gobierno del PSOE en congresos y parafernalias, sin abrir ni una fosa y ni osar cuestionar la herencia del franquismo.

Seguiremos luchando contra los que quieren blanquear la caspa y la casta que esconden. A los mentirosos, tarde o temprano, se les acaban cayendo los dientes.

Un país donde se sigue permitiendo la vulneración de los derechos civiles, políticos y el trato vejatorio y humillante de los presos políticos, nos tendría que llevar a recordar la memoria de aquellos que sufrieron y murieron por Catalunya. Palabras del vicepresident Junqueras que atraviesan los muros de la prisión y empaparon de sentimiento las páginas de la revista Sàpiens:

Al llegar a Barcelona el 1 de marzo de 1936, después de un año y medio en la prisión, el president Companys ya nos indicó el camino que tendríamos que seguir: "Venimos para servir los ideales. Llevamos el alma empapada de sentimiento. Nada de venganzas, pero sí un nuevo espíritu de justicia y reparación. Recogemos las lecciones de la experiencia. Volveremos a sufrir, volveremos a luchar y volveremos a ganar!".

Somos nosotros los que tenemos que recoger el testimonio de los que nos han presidido en la lucha. Somos nosotros los que tenemos que honrar la memoria de aquellos que sufrieron y murieron por Catalunya. Somos nosotros los que tenemos que seguir luchando.

El hombre que dedicó su vida a la lucha para mejorar las condiciones de vida de las clases populares y que llegó a president de Catalunya en los tiempos más difíciles. Valiente, coherente y digno, el ejemplo de Lluís Companys continúa vivo entre nosotros.